Donald Trump tiene un mensaje para ti

Donald Trump y Mariano Rajoy. / Mundiario
Donald Trump y Mariano Rajoy. / Mundiario

Uno de los mayores errores de la “izquierda moderna” que va perdiendo elecciones frente al populismo y frente a la derecha es el creerse superior moral y políticamente y pensar que toda gente “de bien” apoyará al candidato progresista porque es “lo democrático y lo razonable”.

Donald Trump tiene un mensaje para ti

Hay quien piensa que es la historia lo que determina el destino de la política. Sin embargo yo creo que es la política el principal vector y autor de la historia. Es cierto que, llegados a este planteamiento tipo “el huevo o la gallina”, la historia nos deja ciertas lecciones que pueden ayudar a plantear las políticas más adecuadas y escoger a los políticos que mejor puedan servir al interés general. Es curioso cuando en la actualidad escuchamos a las generaciones más jóvenes, e incluso a pomposos expertos, argumentar y asegurar que en nuestro mundo sería imposible que triunfara alguien como Hitler. ¿Por qué? Simplemente porque “la democracia” es fuerte y poderosa y lo puede con todo. Además, jamás la humanidad permitiría otro exterminio o una colección de campos de concentración. Estábamos tan seguros de que “el bien” se imponía por sí solo que ahora nos vemos gritando alarmados porque “el mal” ya nos está echando su aliento en nuestro cuello, cuando no directamente pisándonos la cabeza. 

Después de la II Guerra Mundial es evidente que los políticos de entonces, y también las sociedades de los países europeos arrasados por el nazismo, aprendieron la lección de la historia y supieron encauzar el tiempo que les había tocado restaurar. No en vano las décadas posteriores fueron las de mayor crecimiento económico y del bienestar de las que ha disfrutado toda la sociedad europea y americana hasta el momento.

Lo que ocurre es que los años pasan, los daños se van borrando en el retrovisor y el mal, que nunca es derrotado del todo, empieza poco a poco a recomponerse hasta presentarse con otras formas, quizás más amables, pero con los mismos fines, iguales de perversos. Tal vez ahora sea inaceptable construir campos de exterminio, pero sí puede verse como una política legítima “apoyada por la mayoría” que el presidente de un país expulse a todos los inmigrantes “ilegales” y endurezca sus políticas de acogida. Llevamos mucho tiempo obviando el carácter político e incierto de las sociedades modernas en favor de un concepto cuantitativo y rentable del bienestar de los ciudadanos y una comunicación política ahogada en la frivolidad y en la más completa estupidez. Estamos empachados de mucho “eslogan” pero ayunos de algún “logos”.

Por esto mismo la victoria de Trump deja mensajes sobre la mesa que, posiblemente, una gran parte de la izquierda y de la política en general será incapaz de entender y aplicar en el futuro inmediato para reparar la peligrosa despolitización racional que están sufriendo las democracias actuales. La base de la democracia es la razón, por eso el populismo de cualquier tendencia apela a la emoción o a los sentimientos más primarios.

No buscan convencer a la ciudadanía, sino seducirla, decirles lo que quieren oír, prometerles sus más inconfesables deseos, para que así la democracia sea menos democracia y la libertad más ceguera feliz. Nadie, desde la razón, podría pensar que alguien como el inminente presidente de EEUU pudiese ganar unas elecciones en pleno siglo XXI: ha insultado a los homosexuales, a los inmigrantes, a las mujeres, a los latinos, ha amenazado con meter en la cárcel a Hillary, y demás despropósitos disparatados que hacían de cada día un infierno para sus “asesores” de campaña. Trump ha ganado frente a lo “políticamente correcto”, a la razón, a los valores democráticos más elementales y a las campañas obsesivas del candidato telegénico perfecto.

¿Cómo ha sido posible? Si el análisis que pretendemos hacer es que los votantes del Trump son “tejanos analfabetos, machistas y homófobos”, estamos al mismo nivel que cuando en España algunos dirigentes de la izquierda han insultado sin reparos a los 8 millones de votantes del PP. 

Uno de los mayores errores de la “izquierda moderna” que va perdiendo elecciones frente al populismo y frente a la derecha es el creerse superior moral y políticamente

Pensar que todo aquel que vota en contra de lo que nosotros consideramos como “aceptable” y “lo mejor” es una persona que está loca, que no tiene estudios o que sufre de masoquismo, nos lleva a la cara más sectaria de la política y que no soluciona nada, aunque eso nos haga más cómoda la existencia dentro de nuestros propios prejuicios y frustraciones. Uno de los mayores errores de la “izquierda moderna” que va perdiendo elecciones frente al populismo y frente a la derecha es el creerse superior moral y políticamente y pensar que toda gente “de bien” apoyará al candidato progresista porque es “lo democrático y lo razonable”.

Pero definamos, por el momento, la principal lección de la victoria de Trump: dentro de un marco temporal tan inestable y de inseguridad como el actual, hay quien decide ofrecer o bien seguridad y estabilidad conservadora o bien un espejo de las esencias más primitivas de cada sociedad con las que se identifiquen capas importantes de ciudadanos cabreados, perdidos, temerosos o necesitados de un sentido. Enfrente, una izquierda perdida que está perfilando como respuesta a este desafío actual una nueva forma de democracia llamada “radical”, donde “todos tengamos derecho a todo” porque “nadie es más que nadie”. Se equivocan. Así solo nos llevan a ese “estado de guerra” previo e incompatible a cualquier pacto social que todos sus teóricos desarrollaron bajo un denominador común: para construir un estado que proporcione paz, libertad y justicia a sus ciudadanos, es necesario la renuncia voluntaria a ciertos derechos individuales y pasiones personales. Lo explicaron Hobbes, Locke, Mostequieu y Rosseau, entre otros. No caigamos en el error de culpar a “la democracia representativa” del triunfo de “los malos”, porque su éxito solo es la consecuencia inevitable del fracaso de la “buena política”
 

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