Trump condiciona su apoyo a los dreamers a cambio de fondos para su muro

Donald Trump. / RRSS
Donald Trump. / RRSS

El presidente vuelve a subir su tono contra los indocumentados y propone reforzar las medidas migratorias a cambio de no deportar a cientos de miles de jóvenes.

Trump condiciona su apoyo a los dreamers a cambio de fondos para su muro

Tras haberse declarado dispuesto a negociar con el Partido Demócrata a fin de encontrar una forma de evitar su deportación, Donald Trump ha vuelto a poner a los dreamers a caminar en la cuerda floja. El presidente de los Estados Unidos sigue dispuesto a negociar el futuro de estos jóvenes, pero en retorno ha demandado más rigor y fuerza en las políticas migratorias, incluido su icónico muro fronterizo con México, limitar los permisos de residencia, apurar la expulsión de menores centroamericano, contratar a 10.000 agentes y retirar fondos a las ciudades santuario, sus grandes anatemas en este punto. Los demócratas, como era de esperarse, han declinado esta batería de medidas y todo apunta a que las negociaciones iniciarán con máxima tensión.

A la hora de negociar, políticos los hay pocos como Trump. Sus décadas librando batallas en el mercado inmobiliario le han convertido en una mezcla de león y hiena, es decir, fuerte y decidido, pero también atento para sacar ventaja de cualquiera que parpadee. El presidente no es alguien que esté dispuesto a salir de una negocación con otra cosa que no sea la que él tiene en mente, aun si para eso debe pilotar su nave en modo kamikaze. El otro cede o el otro cede.

Su rudeza ha quedado demotrada en temas como el pacto nuclear con Irán o los cruces con Corea del Norte. La tendencia ha alcanzado a los cerca de 800.000 inmigrantes que llegaron a Estados Unidos cuando eran menores de edad (los dreamers), y que vieron cómo en los primeros días de septiembre, tras varios meses en el aire, el republicano decidió llevarse por delante el programa Acción Diferida para Llegadas Infantiles (DACA, por sus siglas en inglés), que era su amparo para permanecer legalmente en el país. No obstante, y consciente del impacto que la deportación de estos jóvenes podría provocar en su partido, accedió a aprobar una prórroga de medio año a fin de que el Congreso encontrara una solución menos traumática.

Así, la cuenta regresiva sigue en marcha, apurando las negociaciones, que empezaron muy bien pues alcanzaron un acuerdo inicial con los jefes de las bancadas demócratas en el Senado y la Cámara de Representantes. Este acuerdo, en el que no se incluía el dichoso muro con México, invitó a pensar que la solución sería más rápida de lo pensado. Pero, tal y como le gusta, el domingo el magnate decidió cambiar de parecer y ha vuelto a poner todo en tierra de nadie.

La nueva ocurrencia presidencial no solo incluye la financiación del muro con México, que fue probablemente su gran bandera electoral y que tendrá un coste estimado de 20.000 millones de dólares, sino que aparte promueve también que se endurezca el control fronterizo, la concesión de asilo, las deportaciones y la persecución policial de los indocumentados. "Todos estos cambios han de incluirse como parte de cualquier legislación que trate el estatus de DACA. Sin ellas, la inmigración ilegal y en cadena, que carga severamente a los trabajadores americanos y contribuyentes, continuará sin fin", reza una carta enviada por la Casa Blanca al Capitolio.

Si las medidas llegan a ser aprobadas, se convertirían en el más grande alboroto migratorio desde 1986 y empezaría a alzar la quimera aislacionista del neoyorquino. Unida a la financiación del muro, la iniciativa lanzada por la Casa Blanca también propone algunos incisos malintencionados, como la devolución rápida de los menores indocumentados y sin familia ni compañía. La medida, eso sí, ya está en rigor para quienes vienen de México y Canadá, pero todavía falta aplicarse a quienes llegan de otros países como Honduras, Guatemala o el Salvador.

Otra medida insignia del proyecto es la denegación del permiso de residencia a quienes no sean hijos o cónyuges de inmigrantes integrados. Unido al reagrupamiento familiar, el Ejecutivo estadounidense espera favorecer "un sistema de puntos" inspirado en los méritos "proteja a los trabajadores y contribuyentes americanos”.

Y por último, Trump dirige su hambre devoradora a las ciudades santuario, esas que le han desafiado prácticamente desde su primer día como presidente. Las grandes urbes del país, especialmente las pluriculturales Nueva York y Los Ángeles, se han negado rotundamente a colaborar con las autoridades federales en temas de inmigración, por lo que Washington D.C. ha decidido que sin apoyo no habrá dinero. Así, el empresario propone que se retiren fondos a aquellas ciudades que cometan la osadía de no hacer lo que él quiere, incluyendo proporcionar información sobre indocumentados.

La guinda al pastel será la contratación de hasta 10.000 agentes nuevos para el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, al que igual 1.000 abogados, 370 jueces y 300 fiscales especializados.

Lo peor de todo, es que las medidas son solo el primer paso, pues lo verdaderamente difícil y extenuante serán las negociaciones. La inmigración es uno de los temas sagrados en la Administración Trump, al punto que varios republicanos moderados rechazan estos disparates casi tanto como sus anatemas demócratas. Al presidente, sin embargo, eso nunca ha parecido importarle.

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