El Tratado sobre el Comercio de Armas es una oportunidad y no se debería dejar pasar

EE UU no estará con las manos atadas por un tratado que prohíbe la venta de armas a quienes las podrían utilizar para violar derechos humanos.

"Al oponerse al Tratado sobre el Comercio de Armas, la NRA ahora pretende imponer su agenda al resto del mundo, por lo que no puedo guardar silencio", advierte el autor.

El Tratado sobre el Comercio de Armas es una oportunidad y no se debería dejar pasar

No soy de los que creen que los días del liderazgo mundial de los Estados Unidos de América son cosa del pasado. Toda mi vida he admirado a nuestro vecino del norte. Creo que sus fortalezas –su democracia, la sabiduría de sus fundadores, el ingenio y la diversidad de su gente– le otorgan una autoridad única en el mundo. Sin embargo, muchos de sus ciudadanos y de sus líderes dan por un hecho esta autoridad, como si fuese propiedad estadounidense. La verdad es que esta autoridad hay que ganársela y, hoy en día, Estados Unidos está dejando pasar oportunidades para ganársela.

El Tratado sobre el Comercio de Armas, aprobado por las Naciones Unidas en abril, es una de esas oportunidades, y no se debería dejar pasar. El mes pasado, el secretario de Estado, John Kerry, firmó el Tratado. Dada la enorme participación de Estados Unidos en el mercado de armas internacional, la ratificación del Tratado por ese país, la cual requiere dos terceras partes del Senado, es clave para el éxito de esta iniciativa.

Pero el Tratado enfrentará una fuerte oposición. Dos senadores republicanos, James Inhofe y Jerry Moran, han declarado que el Tratado “nació muerto”, y manifiestan que Estados Unidos no lo debe ratificar hasta que Corea del Norte, Siria e Irán también lo firmen. De no ser así, argumentan, sería dejar a Estados Unidos “con las manos atadas.”

Señores, eso no es así. Estados Unidos no estará con las manos atadas por un tratado que prohíbe la venta de armas convencionales a individuos o Estados que las podrían utilizar para violar derechos humanos. Si el Senado no ratifica este tratado, su país estará con las manos atadas por su renuencia a liderar. Si no lo ratifica, Estados Unidos, que desea un mundo más seguro y más pacífico, estaría alejándose de este objetivo al esperar que el resto del mundo actúe primero.

Su nación estuvo sola cuando usó las armas nucleares en contra de otro país por primera y única vez en la historia; es el país que estuvo casi solo cuando invadió Iraq; es la nación que parecía lista para actuar sola otra vez, cuando contemplaba actuar unilateralmente en contra de Siria.

Entonces, ¿por qué tanto temor de liderar en temas de paz? Una razón, claramente, es la extraordinaria influencia que la Asociación Nacional del Rifle (NRA) ejerce sobre los funcionarios públicos de Estados Unidos. Rara vez he ofrecido mi opinión sobre la NRA, pues siento que su posición sobre el control de armas dentro de Estados Unidos es un asunto que el pueblo y el Gobierno estadounidenses deben valorar. Sin embargo, he venido haciendo campaña a favor de un tratado que controle el comercio internacional de armas desde mediados de los años 90, después de que Costa Rica, país que abolió su ejército hace décadas, fuera testigo de la matanza que se realizó gracias a la libre venta de armas a otros países de Centroamérica.

Al oponerse al Tratado sobre el Comercio de Armas, la NRA ahora pretende imponer su agenda al resto del mundo, por lo que no puedo guardar silencio. Su insensato argumento de que el Tratado viola la soberanía estadounidense es, simplemente, infundado. Es vergonzoso pensar que pueda existir una definición de soberanía nacional que incluya el derecho de vender armas para que se violen derechos humanos en otros países.

A la NRA le digo: Imponga su agenda en su propio país, si así lo quiere, pero no lo haga con el resto del mundo. Líbrennos de la idea de que los intereses de un solo grupo de presión de una nación pueda obstaculizar el derecho de todas las otras naciones del mundo de proteger a sus ciudadanos. Líbrennos de sus desacertadas interpretaciones de la Constitución política norteamericana, cuyos brillantes autores estarían hoy horrorizados cuando ustedes igualan el derecho de guardar un rifle en su estuche, con el derecho de poner una AK-47 en las manos de un niño soldado.

Deberían, más bien, leer el Tratado con la seriedad que este se merece. Verían así que apoya las mismas causas que ustedes defienden: la seguridad de todos los ciudadanos, así como la eliminación del miedo y la opresión.

La ratificación del Tratado también implicaría el renacimiento del liderazgo norteamericano en el escenario mundial. Su país es responsable por casi la mitad del absurdo gasto militar global de $1.700 billones y es poseedor de una de las reservas de armas nucleares más grandes del mundo. Su país tiene un enorme poder económico para combatir las causas principales del terrorismo y de la violencia, si fomentara el desarrollo humano, regulara el flujo de armas a terroristas y dictadores, y persiguiera el sueño de un mundo sin armas nucleares. Sin embargo, Estados Unidos sigue esperando que sea otro país el que actúe primero.

Si el liderazgo necesario para alcanzar estas metas no viene desde Washington, solo el estadounidense más arrogante podrá pensar que nunca vendrá de ningún otro lado.

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Artículo para The New York Times, cedido por el autor para su publicación posterior, en español, en MUNDIARIO.

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