Trascendente y coherente 'filípica' del expresidente Felipe González

Felipe González. / EP
Felipe González. / EP

¿Volveríamos a subir a un crucero manejado por Schettino, a un tren con el maquinista de Angrois, a un avión con otro Lubitz…? Pues, ya ves, estamos dispuestos a hacer un nuevo viaje electoral encomendándonos a un Iglesias, a un Rivera, a un Sánchez, a un Rajoy…

Trascendente y coherente 'filípica' del expresidente Felipe González

Ha cogido Felipe González y ha lanzado a los vientos de España su nueva y supongo que no última filípica: “Si nos llevan a unas terceras elecciones, les pediría a los cabezas de lista que no se vuelvan a presentar” Felipe, en su ingenuidad, es que supone  que cualquier señor que sea aupado a cabeza de lista de una sigla, tiene que haber demostrado previamente que lleva sobre sus hombros cabeza de listo. O sea, eso que llamamos una cabeza bien amueblada, de esas que, si tuviese que haber desertado de España en estos tiempos de penumbra laboral y profesional, habríamos incluido como paradigmas en la devastadora relación de cerebros fugados. Hombre, eso debería ser condición sine qua non para optar a conducir a 46 millones de ciudadanos por las carreteras de su historia, ¿no?, como resulta imprescindible pasar un examen de destreza para conducir por las carreteras que cruzan, de norte a sur, de este a oeste, nuestra compleja, accidentada y peligrosa geografía.

Cabezas de lista no es sinónimo de cabezas de listo

Pero, chico, de un tiempo a esta parte, a los llamados cabezas de lista se les permite intentar conducir a un país sin carné, sin hacerle controles de alcoholemia, por encima de los límites de velocidad, con inmunidad ante los ojos del gran hermano camuflados en los radares, ciegos de estupefacientes ideológicos, demagógicos, patológicos y a su libre albedrío para circular como locos, ¡que van como locos, oye, que os lo tengo dicho!, por la derecha, por la izquierda, por el centro, incluso por direcciones prohibidas independentistas o invadiendo impunemente, con anarquismo, nocturnidad y alevosía, arcenes, carriles bici, carriles bus y pasos de peatones y espacios reservados a los numerosos, indefensos y anónimos ciudadanos de a pie.

El pueblo español es tan cachondo, que pone el grito en el cielo cuando descarrila un tren, se va a pique un barco, le sobresalta una dramática catástrofe aérea o le reproducen los periódicos el último parte de bajas provocado por algún conductor suicida al que se le ha ido la olla. Enseguida exigimos que rueden cabezas de responsables directos y subsidiarios. Y, bueno, si el CIS hiciese una encuesta, lo menos cocinada posible, naturalmente, dudo mucho que ningún compatriota se declarase a favor de subirse a un tren a cuyos mandos fuese el infeliz maquinista de la curva de Angrois, o a un barco de pasajeros cuyo timón estuviese a merced de Francesco Schettino, el tristemente célebre capitán del Costa Concordia, o a un avión cuyo copiloto fuese una réplica de Andreas Lubitz, decidido a estrellarse contra los Alpes e indiferente a  arrastrar consigo a su siniestro destino a los inocentes e incrédulos pasajeros.

Sarna con gusto no pica

¡Ah!, pero con los conductores suicidas que nos proponen los distintos y distantes aparatos de los partidos, los Rajoy, los Sánchez, los Iglesias, los Rivera, los independentistas y gente así, dispuesta a hacernos estrellar tres veces y, las que hagan falta, con la misma piedra, hemos descubierto una virtud desconocida y francamente exótica entre otras muchas que se pueden incluir, no sé yo si en el debe o en el  haber, del sufrido y sorprendente pueblo español: la condescendiente resignación de los mandados ante la intransigencia, la intolerancia, la inoperancia y  la reincidencia de los que aspiran a mandar. Después que nadie se queje, ¿eh? Que recuerde esa vieja sentencia popular, tan indicada para los que prefieren lamentar a posteriori que prevenir a priori: sarna con gusto no pica.

La voz de Felipe que clama en el desierto

Por una vez, y con serias dudas de que sirva de precedente, la voz de Felipe, que clama en el desierto político progresista y conservador “made in Spain”, ha lanzado al aire contaminado que respira mi pueblo y mi gente una verdad de Perogrullo ¿Permitiríamos a Costa Cruceros, a Lufthansa, a RENFE, que nos impusiese a un Capitán Schettino, a un copiloto Lubitz, a un maquinista como el de la curva de Angrois, para un viaje por mar, por aire o por tierra…? Bueno, pues eso. Todos los compatriotas que hayan contestado a esta pregunta coincidiendo con la lógica que transpira la última “filípica” del ex Presidente González, deberían, deberíamos declararnos en huelga de votos caídos si, como parece alucinante e inevitable, los diferentes aparatos de los partidos se empeñan en imponernos a los mismos capitanes, los mismos pìlotos, los mismos maquinistas con los que hemos descarrilado, nos hemos estrellado o hemos encallado, para emprender nuestro próximo viaje hacia la historia por la derecha, por la izquierda, por el centro, por el populismo o a través de un sucedáneo de Mar Egeo con escalas en la hipotéticas islas de Euskadi y Cataluña.

¡Un poquito de por favor, ladies and gentlemen!

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