En tiempos de zozobra, el Camino lleva hacia una Europa más unida en busca de un 'new deal'

Fuegos del Apóstol. / Archivo
Fuegos del Apóstol, anoche en Compostela. / Twitter

En el Día de Galicia, desde el eje diamantino de Europa, legado del misterio de Prisciliano y del impulso peregrino, ya lo dijo Paulo Coelho: Santiago no es el final del Camino, sino el principio.

En tiempos de zozobra, el Camino lleva hacia una Europa más unida en busca de un 'new deal'

Cuenta la tradición que un ermitaño, de nombre Payo, vio en Solovio, bosque de Libredón, unas luces que semejaban una lluvia de estrellas sobre una pequeña colina. Pronto se convirtió en el camino que llevó hasta los restos del Apóstol Santiago el Mayor, hijo de Zebedeo. El Camino, tradición desde la Alta Edad Media, ejerce un papel integrador de personas, culturas y bienes. Si como dice Johann Wolfgang von Goethe “Europa se hizo peregrinando a Compostela”, debemos pensar que los cimientos de la CEE constituyeron el primer paso para la futura federación, que comenzó con una mochila ligera, que va llenándose a medida que se unen nuevos países. Cayeron las barreras, se eliminaron los obstáculos, se derribaron las fronteras… en aras de conquistar la unidad, tratando de hacer un tronco común, provisto de robustas raíces, con la flexibilidad necesaria para agitarse sin romper. Se buscaba, en definitiva, que la UE, al igual que Santiago, estuviese preparada para reunir sobre un mismo territorio distintas nacionalidades, ideologías y creencias, capaces de festejar un  día de la patria común.

La declaración de Robert Schuman, cinco años después de finalizar la Segunda Guerra Mundial, dio paso a la constitución de la CECA, la primera de una serie de instituciones supranacionales que se convertirían en lo que hoy conocemos como UE. Se pensó que Europa no se haría de una vez, sino a través de realizaciones sucesivas y conjuntas. Pero sesenta años después, la crisis financiera que supieron ver tan sólo unos pocos economistas, como Paul Krugman, puso de manifiesto que los errores de la teoría dominante había tomado  la “belleza por la verdad” en una sociedad en la que prima el resultado sin esfuerzo y el enriquecimiento sin producción. Tras los discursos grandilocuentes de los grandes líderes, se vela hoy la realidad, donde no parece que la fusión de los intereses monetarios sea suficiente para lograr una Europa más unida. Tras los grandes fastos que el crecimiento trajo, ha venido la crisis y, enseguida se puso en marcha la locomotora, Alemania, estableciendo una hoja de ruta que, al igual que en el año 1933, encabeza la recuperación económica, toma las riendas y pone en marcha las medidas de reforma que considera oportunas, no sin antes renunciar a partes importantes del Estado de Bienestar.

La recesión ha hecho mella en la desigualdad y el desempleo. Es preciso pensar un new deal que responda a los retos del S.XXI, capaz de afrontar el paro con el crecimiento y de reconciliar el capitalismo con la democracia. La esperanza del despliegue definitivo se ralentiza, más aún si echamos la vista al profundo cambio político, económico y social que se ha ido fraguando, tornando el hoy en un futuro incierto. Se cuestiona la esencia misma de la Unión, con episodios como el Brexit y los refugiados, que marcarán un punto de inflexión en el futuro del proyecto europeo, en sus políticas, en el contrato entre la sociedad civil y la administración, al que ni la idiosincrasia interna ayuda, ni el contexto internacional es el mejor para avanzar unidos. Los últimos datos y previsiones de los organismos internacionales como la OCDE o  el FMI, nos permiten hacer balance y podemos hablar ya de una década perdida, marcada por altas tasas de desempleo y la una gran brecha de desigualdad. Con un mercado laboral enfermo, un elevado desempleo estructural y un modelo productivo en el que predominan las pequeñas empresas, es necesario pararse a pensar y decidir cuál es la hoja de ruta a seguir en el futuro.

Mucha tarea pendiente, pero con metas alcanzables

La economía española tiene problemas propios y otros compartidos, unos derivados del envejecimiento de la población, del endeudamiento público y privado, de la vulnerabilidad de las bases que sustentan el crecimiento -que tiene difícil solución si no se hace nada por aliviar el problema de la productividad y la inversión en I+D+i-. Una métrica de crecimiento basada en el consumo privado y en sectores clásicos incapaces de avanzar, con una peana débil. El tan manido cambio de modelo productivo ha de ser posible en un país como el nuestro lleno de riqueza en los recursos, en la lengua, en la cultura, etc. Hemos demostrado que sabemos y podemos hacerlo bien, en una tierra poliédrica y desbordante de singularidades, nuestra gente es dinámica, creadora, emprendedora, científica, tiene talento y éste ha de permitirnos recuperar la prosperidad de los primeros años del siglo XXI. Hay tarea por delante, sí, pero con metas alcanzables.

En el Día de Galicia, desde el eje diamantino de Europa, legado del misterio de Prisciliano y del impulso peregrino,  podemos decir como Gerardo Diego que “también la piedra, si hay estrellas vuela”. En estos tiempos de zozobra que vuelven a amenazar el futuro común de los pueblos del viejo continente, debiéramos pensar, como cree Paulo Coelho de Santiago, que no es el final del Camino, sino el principio, todo está abierto para que el mañana sea nuestro.  Europa, que se hace con el peregrinar de sus gentes, ha de forjar una apuesta por el futuro conjunto, en armonía, porque lo que está por venir es lo único que aún hoy no se ha escrito.

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