Aquel tiempo en el que todos fuimos castristas

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Los hermanos Castro en 1978 en La Habana. / dailyadvent
Durante años, Castro fue un símbolo admirado de la resistencia y la victoria frente a los Estados Unidos en todo el mundo.
Aquel tiempo en el que todos fuimos castristas

Hay que reconocerlo, todos alguna vez hemos sido castristas. ¿O no? Recuerdo aquel 1 de enero de 1959 cuando Castro entró en la Habana y como los celebramos los chavales de primero de bachillerato en el Instituto Masculino de Lugo al regreso de las vacaciones. Incluso, cuando se desveló que el comandante era comunista cantamos aquello de “Dicen los americanos que Fidel es comunista, si Fidel es comunista que me apunten en la lista que quiero ser como él”. Pero poco a poco fuimos adquiriendo otra versión de la realidad en la medida que se iban incorporando como compañeros los hijos y los nietos de los gallegos retornados que tuvieron que dejar su vida allí y empezarla de nuevo aquí. Lo que nos contaban era terrible, como aquella compañera que me dijo que, al subir al barco, un miliciano le arrancó la medalla de oro que llevaba colgada al tiempo que le decía “el oro se queda en Cuba”.

Recuerdo que en el mismo edificio donde yo vivía se instaló una familia retornada, de un emigrante gallego que, tras duros años de trabajo tenía una serrería que fue expropiada por el Estado. Con cierto humor e ironía me dijo que antes de la llegada de Fidel tenía que organizar el trabajo de modo que una semana sí y una semana no podía contar con toda la plantilla porque los nativos, una vez cobrado el viernes o el sábado, no volvían al tajo hasta dos semanas después en que se quedaban sin dinero y sólo regresaban todos los lunes los de origen español. “Ahora espero que todos trabajen toda la semana”, decía.

Fidel Castro. / pda.ch

Fidel Castro. / pda.ch

Existe una cierta confluencia entre los términos bloqueo y embargo, atribuyendo todas las desgracias de Cuba a los Estados Unidos, como en el pasado. Una cosa es que directamente no exista comercio exterior propiamente de nivel con los norteamericanos, que sí que existe, pero con unas condiciones especialmente duras, sin crédito, de modo que la isla tiene que pagar al contado sus compras, lo que las dificulta, dados sus escasos recursos. Otra cosa es que exista un impedimento para las relaciones comerciales con el resto del mundo, empezando por España, especialmente en el sector turístico.  El propio Fidel Castro alabó en su día que España nunca interrumpió las relaciones comerciales con la isla, en tiempos del mismo Franco. No olvidemos, por ejemplo, que, mediante la fórmula de comercio de Estado, España financió y facilitó la renovación de la flota cubana, lamentablemente echada a perder por falta del adecuado mantenimiento y falta de pericia de las tripulaciones, con la curiosidad de que, en los grandes barcos, además de su capitán solía ir un comisario político. En Vigo conocí a alguno en la sede de Flota Cubana.

El fracaso de los planes quinquenales

Un conocido empresario de Vigo, que suministraba repuestos flota cubana me contó una evidencia del desastre de los “planes quinquenales” de la Revolución. En uno de sus viajes a Cuba descubrió en un almacén cientos de piezas de repuesto que él enviaba cíclicamente por pedido y que ya no eran necesarias, pero como figuraban los planes de compra se seguían adquiriendo de modo regular sin el menor control real.

No se puede negar que le Revolución logró logros importantes en medicina y educación, pero s un elevado costo y la frustración del resto de los sectores del país, sometido a una desastrosa gestión económica, agravada por la falta de recursos, la caída de los países del Este, pese a los viáticos que le llegaron de la Venezuela chavista, salida para muchos de sus profesionales y generosa aportadora de otros recursos. ¿Pero tiene el embargo norteamericano la culpa, toda o en parte, de las desgracias de Cuba? Aunque inicialmente, los Estados Unidos reconocieron al régimen que derrotó a Batista, las discrepancias comienzan con la reforma agraria y las expropiaciones de los latifundios de empresas de aquel país que, como en otros lugares de Hispanoamérica suponían de facto una situación neocolonial, no menor que la de la misma mafia en el sector turístico. “Llegó el comandante y mando a parar”, como la famosa copla de Carlos Puebla y sus tradicionales, a quienes por cierto conocí personalmente en Vigo. El mundo vio entonces con total simpatía este giro y la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos dictaminó, el 23 de marzo de 1964 en Nueva York, la validez de las nacionalizaciones y el derecho de Cuba a nacionalizar. Canadá o Gran Bretaña si aceptaron las compensaciones que Norteamérica estimó injustas.

El giro prosoviético de los Castro

Las cosas se complicaron con el giro prosoviético de los Castro, episodio que pondría al mundo al borde de la guerra nuclear por el asunto de los misiles. Y a todo ello se unió el progresivo embargo económico agravado y mantenido con el tiempo hasta nuestros días, aunque se esperaba que se superara en la época Obama.  En 1996, el Congreso de los Estados Unidos aprobó la Ley llamada Helms-Burton Act. que eliminó la posibilidad de hacer negocios dentro de la isla o con el gobierno de Cuba por parte de los ciudadanos estadounidenses, extendido luego a las filiales norteamericanas en otros países. Se olvida la propia influencia que sigue teniendo en la postura de los Estados Unidos la poderosa confluencia del exilio cubano en Florida, pese a las repetidas condenas de la comunidad internacional por sus consecuencias sobre el conjunto de la población que lo padece, especialmente en esta situación actual. Y sin embargo, Estados Unidos sigue proporcionando a la isla algo menos del 7 por ciento de sus importaciones, especialmente notable en cereales e incluso carne, si bien sometidas a severas regulaciones, si bien la Unión Europea, Brasil, Argentina, y Canadá atienden la demanda de estos productos.

Desde la llamada “Alianza para el Progreso” de Kennedy, para conjurar que el modelo Cuba se extendiera a otros países las relaciones entre Estados Unidos y la isla han pasado por varias, fases, agravadas en la era Trump. A lo largo de ese tiempo, la Unión Soviética ocupó la plaza de Estados Unidos en la compra de azúcar, pero ese colchón desapareció. No cabe la menor duda de que salvo Israel, aliado permanente de los Estados Unidos, la comunidad internacional es favorable al fin del embargo, unido a la esperanza de que contribuya a un relajamiento de un régimen fracasado en gran parte de sus viejos objetivos revolucionarios, como relevan las protestas a las que ahora asistimos.

Cuba es una dictadura marxista-leninista, asentada sobre los tópicos de su propia dialéctica y que no comprenden ni asumen las nuevas generaciones que desean otro modelo de vida. Muchos analistas concluyen que el embargo ha tenido un efecto negativo que ha reforzado el enquistamiento del régimen en los tópicos de un modelo fracasado sin la inteligencia de otros países comunistas, abiertos a las experiencias de libre mercado.

España tiene una doble responsabilidad histórica y moral con el pueblo de Cuba y debe aprovechar su papel en Europa para que la UE juegue un rol determinante, ante todo, en disponer de las medidas necesarias apoyo al pueblo cubano y a conseguir el difícil camino de la democratización del régimen. En ese sentido, hay que considerar el propio lugar que el poderoso “Lobby cubano” de Miami podría desempeñar y con el que es inexcusable contar.

De momento, el régimen retrocede a la vieja dialéctica del pasado, la represión, la arbitrariedad, la violencia, el llamamiento a sus masas, el aislamiento del país y todas las herramientas de lo que es, una dictadura. @mundiario 

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