Tras tanta liberalidad capitalista, el peligro vuelve a llamarse fascismo

Fidel Castro y Francisco Franco. / OtroLunes
Fidel Castro y Francisco Franco. / OtroLunes

Hay quienes se quejan de que otros periodistas no llenen las páginas de sus periódicos con la lista nominal de las víctimas del castrismo. Son los mismos que jamás recuerdan ni recuentan los crímenes franquistas.

Tras tanta liberalidad capitalista, el peligro vuelve a llamarse fascismo

Cuba y España son incomparables. Solo faltaría. Está el Atlántico por medio y hasta una dominación colonial, historia que tantas distancias construye siempre y para siempre. A pesar de lo dicho, y de muchas diferencias más, hay quienes se quejan de que otros periodistas no llenen las páginas de sus periódicos con la lista nominal de las víctimas del castrismo. Son los mismos que jamás recuerdan ni recuentan los crímenes franquistas.

Hubiera titulado esto “Fidel y Franco”, o algo parecido, ahora que ha finalizado el siglo XX según metaforizan las portadas y metabolizan los tertulianos, pero debo reconocer que el pudor intelectual que me pueda quedar no me lo ha permitido. Y ello a pesar de lo motivador que resultaban columnistas de categoría como Miguel Angel Aguilar, metido a visionario en la Ser, “No habrá Castrismo sin Castro, como no hubo franquismo sin Franco”. O, desde una isla todavía española, alguien tan leído en Mallorca como Miquel Segura aporta como prueba irrefutable que “Fidel, como Franco, murió plácidamente en la cama, lo que es indiciario de lo bien que ambos supieron aplastar la libertad de sus respectivos pueblos”.

En primer lugar, a don Miquel le diré que incluso a la hora de morir Fidel ha sido bien distinto. Hace diez años supo retirarse de la primera línea. Tenía dos menos que Franco cuando murió pero, en cambio, muchos defendemos que si nuestro dictador viviera no habría dejado de firmar penas de muerte. Tendría más de 120 años, la pistola insinuándose sobre la mesa más ejecutiva de España y voluntad de permanencia en el mando, como también Rajoy, por regresar a la actualidad y quien, de coincidir, hubiera colaborado con Franco como lo hizo su padre, aquel juez que archivó el delito de Redondela por orden de la superioridad, criminal, por supuesto. Don Mariano, a quien ni siquiera un acreditado rompedor de líderes molestos como Felipe González pudo convencer el pasado dos de septiembre, declaraciones públicas mediante, para que se largara a Galicia. Probablemente rabioso, no tardó ni un mes en cargarse al otro, pobre Pedro.

Para recordar me he parado a escuchar también a otros que, con autoridad merecida, han escrito del último difunto que nos ha regalado noviembre, menudo mes, buscando cosas que nos puedan servir para apreciar las diferencias, no desde los sentimientos o las militancias sino desde las verdades incuestionables, salvo para los irracionales.

Recalo en Ignacio Ramonet, a quien le leo que “Ante tanto y tan permanente ataque, las autoridades cubanas han preconizado, en el ámbito interior, la unión a ultranza. Y han aplicado a su manera el viejo lema de San Ignacio de Loyola: ‘En una fortaleza asediada, toda disidencia es traición.’ Pero nunca hubo, hasta la muerte de Fidel, ningún culto de la personalidad. Ni retrato oficial, ni estatua, ni sello, ni moneda, ni calle, ni edificio, ni monumento con el nombre o la figura de Fidel, ni de ninguno de los líderes vivos de la Revolución.” Sin comentarios. Aquí no sufrimos desde 1939 el menor ataque exterior que se pueda comparar a los que soportó Cuba desde su Revolución, pero aún así seguimos teniendo todo tipo de recuerdos franquistas, y la medalla de plata en fosas pendientes de dignificar, por detrás de Camboya, paisaje que no conocemos en el comunismo caribeño.

También escribe el profesor Santiago Alba Rico: “Es Obama quien ha comprendido por fin –a la espera del imprevisible Trump– que unos EE UU debilitados solo pueden vencerla (a Cuba) con turistas y no con misiles”. Permítame, don Santiago, si abundo en su argumento afirmando que ni “debilitados” ni reforzados, la única victoria a la que los yankees  podían aspirar era arruinar Cuba mediante el aislamiento, para impedir que el ejemplo de dignidad fuera acompañado del éxito económico.

Tras las lecturas, el recuerdo. A la memoria regresan tres bien distintas de las varias estrategias que USA aplicó fuera de sus fronteras durante los años 60 y 70 del siglo pasado. En el caso de Cuba, aislarla del mundo. Con España aparentemente lo contrario, ayudándonos  a romper las barreras que nos pusimos contra el exterior, cuando estábamos al borde del abismo. La tercera, el modelo Vietnam sin palabras. Pero, lo pretendiera o no, el Imperio siempre consiguió el mismo resultado: Dictaduras. Quizás mantener la de Franco fue lo único que buscaron, por lo mucho que les convenía. De hecho, con un solo gesto podrían haberla enviado al basurero de la historia una vez terminada la Segunda Guerra Mundial.

A la hora de comparar, prefiero las cifras certificadas por jueces neutrales y mejor internacionales. Es imposible hablar de casi cualquier cosa cubana, sea educación, sanidad o calidad del asfalto, sin que se cuestione hasta el sexo de los ángeles. A fin de cuentas, sobre gustos no hay nada escrito, y sobre escala de valores, dentro de un orden, tampoco. Por eso, y por lo de mantener el espíritu deportivo, hay pocos datos tan indiscutibles como el medallero olímpico, cosa de la que ningún país que se precie deja de presumir, si puede.

Pues el caso es que desde 1964 a 1980, por poner un periodo que, en lo deportivo, se puede considerar sometido a los efectos de las dictaduras en ambos países, se celebraron 5 Olimpiadas. Mientras nuestro país lograba 9 medallas, Cuba conseguía 46. Después, ya nosotros con la ventaja de la democracia y tras la modélica Transición, entre 1984 y 2016 se celebraron 9 Olimpiadas, acudiendo a todas España pero Cuba únicamente a 7. Aún así, los cubanos consiguieron 162 medallas y nosotros 131. Si además implementamos el dato población, por muchas vueltas que le demos cualquier demagogo podría, y con razón, demostrar que, deportivamente hablando, un cubano vale, de media, lo mismo que siete españoles, salvo en natación, pero ellos nos golpean muy duro en atletismo, y más aún con los guantes de boxeo. Que mal lo estamos haciendo para ser campeones en porcentaje de jóvenes que, ni estudiando ni trabajando, tampoco conseguimos de ellos que se entretengan haciendo deporte. Para que no critiquen los que lo saben, en las dos últimas olimpiadas hemos sumado ocho medallas más que Cuba en números absolutos. Pero en proporción a ambas poblaciones, deberíamos haberles aplastado con casi 80 metales más.

Todo hace pensar que si España estaba condenada a sufrir una larga dictadura durante el siglo XX, más nos hubiera valido que fuera comunista. Esas, al menos, estaban condenadas al fracaso y, en cambio, hoy, tras tanta liberalidad capitalista, el peligro vuelve a llamarse fascismo.

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