Entre tanta extravagancia, el mundo se ha olvidado de sentir

El niño sirio ahogado en Turquía. / Twitter
Niño ahogado en Turquía. / Twitter

La imagen de Aylan Kurdi, ese pequeño arrastrado por el oleaje hasta la orilla del mar donde yacía muerto, debería revolver las entrañas y derramar por nuestras mejillas un mar de lágrimas.

Entre tanta extravagancia, el mundo se ha olvidado de sentir

La imagen de Aylan Kurdi, ese pequeño arrastrado por el oleaje hasta la orilla del mar donde yacía muerto, debería revolver las entrañas y derramar por nuestras mejillas un mar de lágrimas. 

Dicen que una imagen vale más que mil palabras y la de Aylan Kurdi, ese pequeño arrastrado por el oleaje hasta la orilla del mar donde yacía muerto, debería revolver las entrañas y derramar por nuestras mejillas un mar de lágrimas. El mismo mar que lo devolvió a la arena como si enfurecido por la ira nos mostrara, a través de esa terrible imagen, el horror y las vergüenzas para enseñarnos la sobrecogedora realidad que debería hacernos estremecer y tambalear los cimientos de este indecente mundo que ha truncado sin el más mínimo rubor la vida de ese niño sirio que ya no podrá jugar, saltar y buscar la sonrisa de su madre, la complicidad de su padre...

Mientras, el globo terráqueo piensa en los mercados, sueña en números, en uniformar a sus hijos, en dilucidar si llevarlos a un colegio bilingüe o trilingüe, en pulir su educación hasta convertirlos en clones de nosotros mismos.  En construir iceberg que no padecen el dolor del fuego en sus carnes.

Y entre tanta extravagancia y presunciones atestadas de soberbia, el mundo se ha olvidado de sentir.

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