Sonrojante despedida de Trump, enfangado en el ataque a la democracia de EE UU

Asaltantes del Capitolio. / RR SS
Asaltantes del Capitolio. / RR SS
En el fondo, nadie otorgó gravedad suficiente a los desmanes antidemocráticos del populista Donald Trump. Nadie quiso sospechar que el fascismo tomara forma en las calles americanas. Nadie quiso imaginar que “eso” podía pasar en Estados Unidos.
Sonrojante despedida de Trump, enfangado en el ataque a la democracia de EE UU

Domingo de Reyes. Las teles se inundan con imágenes más propias de países tercermundistas. Una turba de fanáticos seguidores del todavía presidente de EE UU, Donald Trump, entra por la fuerza en el Capitolio durante la sesión que debe certificar de manera oficial el triunfo de Joe Biden. Trump lleva semanas (desde su derrota) insistiendo en un supuesto “pucherazo electoral” e intentando una revuelta en el seno de los Republicanos que sólo una minoría parece dispuesta a seguir. Su último revés ha sido la negativa de Mike Pence, el vicepresidente actual, a asumir los argumentos del millonario vencido y bloquear la elección legal del presidente electo.

Abandonado por la mayor parte de sus fieles, Trump decidió arengar a sus seguidores a pocos metros del Capitolio. No podían asumir el resultado. O América es “suya” o no es de nadie. La reacción de los trumpistas reaccionarios y antisistema no se hizo esperar; el asalto a la sede de la democracia americana ofreció imágenes más propias otros lugares. Disparos, cristales rotos, despachos invadidos y protofascistas violando el Congreso. En realidad, si fuera Bolivia, Colombia o Turquistán le llamaríamos “golpe de Estado”.

Daño a la primera democracia del mundo

Más allá del tiempo que el FBI y la Guardia Nacional tarden en revertir la situación y devolver la normalidad política e institucional, es evidente que el daño en la imagen de la –todavía– “primera potencia mundial” es notable, pero no lo es menos que este final es digno de quien ha empleado los cuatro años de su presidencia en socavar los principios democráticos, convertir USA en una caricatura de sí misma y gobernar a golpe de twitter, atendiendo más a los intereses de algunos lobbys que a las necesidades de pueblo americano. Trump ha sido una desgracia como presidente, un desastre como estadista mundial y una figura peri patética  que parecía no haber salido del reallity show que tan popular le hizo.

Donald Trump lleva más de cuatro años campando a sus anchas, diciendo auténticas barbaridades y jugando con la legalidad a su antojo. Desde la utilización de mecanismos turbios para ganar las elecciones ante Hillary Clinton al nombramiento de la última jueza del Tribunal Supremo, ya en plena campaña electoral, su gobierno ha sido un desafío a la razón. Y, desde la noche en que los americanos le enviaron a casa, no ha dejado de hablar de “elección fraudulenta” “robo” “fraude electoral” para intentar retrasar su derrota y poner piedras en el camino del nuevo equipo gubernamental encabezado por Biden y Harris. Más de sesenta demandas fallidas contra los resultados en distintos estados, un lamentable recorrido judicial de la mano de Giuliani, fueron consumiendo los desesperados intentos de Trump. Hoy, mientras Georgia inclinaba la balanza del Senado, también del lado demócrata y allanaba la Legislatura para Joe Biden, Trump arengó a la turba de seguidores que a continuación asaltaron el Capitolio. No había otro final posible para el personaje y su mundo.

Siete millones de votos dieron la victoria a Joe Biden, el pasado mes de noviembre. De hecho, Trump otorgó a los republicanos el mejor resultado de su historia, pese a perder. Republicanos de buena cuna, obreros decepcionados, fanáticos religiosos, sudistas nostálgicos, ultraliberales que reniegan del poder federal, antisistema necesitados de liderazgo… Todos encontraron en el excéntrico neoyorquino la voz que les rescatase de su frustración, tras los ocho años de la histórica presidencia de Obama; todos, y algunos más, volvieron a votarle hace dos meses y muchos de ellos no fueron capaces de gestionar la derrota y asumieron las teorías del supuesto fraude, sin prueba alguna, más allá de la teatralidad del derrotado y su mediática familia.

Nadie otorgó gravedad suficiente a los desmanes antidemocráticos de Trump

Nadie quiso dar demasiada importancia al pataleo antidemocrático de Trump. Ni los medios, ni el entorno económico, ni sus correligionarios. Hoy, los aledaños del Capitolio ni siquiera contaban con una seguridad especial –qué diferente de aquél Washington tomado por las fuerzas de seguridad ante las movilizaciones del Black Lives Matter, contra los asesinatos racistas del último año- y los trumpistas entraron como matones profesionales hasta la misma presidencia que ocupaba Mike Pence y el despacho de Nancy Pelossi. Nadie quiso otorgar gravedad a los desmanes antidemocráticos de Donald Trump. Nadie quiso sospechar que el fascismo tomara forma en las calles americanas. Nadie quiso imaginar que “eso” podía pasar en EE UU.

Este día de Reyes, por primera vez en la historia, la sesión que debía certificar el nombramiento del nuevo presidente fue interrumpida por quienes asaltaron el Capitolio. Tal vez muchos hayan sido hoy conscientes de la fragilidad de la democracia, de la necesidad de defenderla, del riesgo que corre cada vez que un Trump llega al poder, en EE UU o donde sea. Tal vez estos cuatro años, finalmente, hayan servido para algo. Ojalá. @mundiario

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