Solemos mitigar conceptos onerosos con talante comprensivo

Albert Rivera, presidente de Ciudadanos.
Albert Rivera, presidente de Ciudadanos.

Cada individuo y su papel constituyen la contradicción o paradoja que parece darse en todos los órdenes de nuestra existencia. Así, vemos diferentes planos en cualquier ser.

Solemos mitigar conceptos onerosos con talante comprensivo

Cada individuo y su papel constituyen la contradicción o paradoja que parece darse en todos los órdenes de nuestra existencia. Así, vemos diferentes planos en cualquier ser.

Mi artículo postrero, Refranes y política, originó -a la vez que discreta- conciliadora controversia en el último párrafo. Una frase de Bernard Shaw, sobre perros y necios, me llevó a expresar asombro ante la perfecta caracterización de “los” políticos españoles. Tal determinante entrecomillado vertía una generalización ilógica e injusta según el parecer del atento polemista. Sin estar en desacuerdo, defendí lo que probablemente fuera el resultado de un personal enfoque sobre la generalización.

Varias veces he ratificado un talante escéptico que me obliga, sin esfuerzo, a practicar el eclecticismo como recurso para encontrar la verdad o sus cercanías. Este proceder guía cualquier análisis y estimación política. Soy consciente de que generalizar constituye un doble yerro. Atenta contra los principios de la lógica argumental expuestos, entre otros, por Aristóteles. De manera más grave, transgrede esa virtud cardinal tan necesaria y que debiera ser faro de convivencia: justicia. Por este motivo, mis generalizaciones han de considerarse expresiones retóricas, sin contenido infecto. A veces, cuando generalizo voluntaria o involuntariamente, matizo con el fin de evitar un discurso absurdo o juicios de valor ficticios e inclementes. Cierto que mis opiniones sobre los políticos no pueden ser más severas ni punzantes. Rechazo exclusiones, pero aclaro: “desde un cierto nivel para arriba”. Bien por acción, bien por omisión, carezco de evidencias que demanden  aclaraciones particulares o menos peyorativas.

Necio es sinónimo de ignorante. También, en segunda acepción, imprudente, terco, obstinado, incluso presumido. El amable lector aprecia que la sociedad imputa al político defectos o vicios para los que necio constituye un atributo benigno, piadoso. Sé de personas -muy cercanas a mí- que declaran con rotundidad e insistencia: “No; todos los políticos no son iguales”. Se revisten de prudentes, equilibrados, justos, pero su frase encierra una clara y total  generalización porque se refieren siempre a sus conmilitones, negando el pan y la sal al resto. Generalizar puede interpretarse como recurso de estilo sin otro contenido. Sin embargo, si observamos dichos y hechos que a diario protagonizan nuestros prebostes, hemos de concluir con escasa sorpresa que se parecen, más allá de siglas, como dos gotas de agua. Si no son necios, se empecinan en parecerlo.    

El análisis político hace años que marca mi actividad intelectual, ahora intensa al estar jubilado. Un principio vigente e inexcusable marcó mi actitud: la separación absoluta entre actor y papel. Calderón, ya en el siglo XVII, consideraba el mundo un gran teatro donde había que representar papeles asignados o elegidos. Acaso configuraran la circunstancia de Ortega. Cada individuo y su papel constituyen la contradicción o paradoja que parece darse en todos los órdenes de nuestra existencia. Así, vemos diferentes planos en cualquier ser. Yo solo disecciono el papel de actor, jamás el otro aunque sean físicamente inseparables. Por este motivo, mis juicios de valor -cuando los realizo- siempre se refieren a la circunstancia, nunca a la esencia. Respeto la persona, pero su estadio público afirmo ponerlo en cuarentena rotunda, sea cualquiera el guión que represente.

Permítaseme acopiar algunas evidencias -muestras clarificadoras- de la necedad atribuible a todos los políticos prominentes; digo bien, prominentes. Sin fijar ejemplos, sin precisar nombres ni frases aisladas, pondré el dedo en la llaga de cada sigla. Si alguna resulta mejor o peor parada no se debe a filias o fobias que condicionen mi umbral perceptivo. Constituye el fruto del examen objetivo, imparcial, dentro de las limitaciones que impone la propia naturaleza. En conciencia, el rigor inspira mi análisis cuya pretensión es alumbrarse también por la justicia.

Amigo (asimismo consumidor) de debates y tertulias, me admira tanta sangre fría -no exenta de desfachatez- con la que primeros espadas del PP anuncian el final de la crisis, y otras bienaventuranzas, que deben los españoles a su ínclita gestión. No me extraña nada que el tortazo en las próximas elecciones autonómicas y municipales sea el preámbulo del desastre en las nacionales. Son tan necios que ignoran hasta qué punto nosotros no lo somos tanto. Su necedad les lleva a impedir cualquier recambio viable para hacer frente a la falta de liderazgo que clarea en el horizonte y a cuya luz resplandecen dagas traidoras, fratricidas.

El extremo que completa el bipartidismo, hoy por hoy duradero, adolece de idéntica tara. Su secretario general sigue empeñado en airear deficiencias gubernamentales que el pueblo ve, palpa, sin alusiones. Encima, mientras no se demuestre lo contrario, carece de crédito y autoridad moral para significar indigencias ajenas. Pedro Sánchez, haría mejor ofreciendo a los españoles salidas, soluciones viables. Pierde el tiempo intentando desgastar a un partido quemado. Salvo incompetencia propia, realiza una estrategia inoperante y escasa de talento. Ahora parece dispuesto a revivir en Murcia otro Pacto del Tinell bajo el biombo de atajar la corrupción y regenerar la vida política. Parece broma. EL PSOE, al fondo, exige a gritos que le dejen ocupar su espacio en los laberintos de la necedad.

Nacionalistas, ¿izquierda unificada?, UPyD y Podemos son los auténticos líderes. Huelgan sustantivos, pero dejaría de cometerse exceso alguno si ubicáramos a todos ellos en el grupo menos luminoso, siendo magnánimo en el apelativo. Semejante afirmación tiene peso y evidencia de postulado. Ciudadanos emerge de la bruma. Con todo, algunas manifestaciones rozan la penumbra más inquietante. A poco, puede extraviarse en los efluvios del envanecimiento, morir de éxito antes de asentar su personalidad.

Sí, aquí suelen confundirse -a mayor o menor gloria- conceptos. Los últimos tiempos nos traen un juego capcioso, lleno de eufemismos, para mitigar mensajes onerosos. Conciudadanos y medios pretenden, contra toda constatación empírica, discriminar individuos que -salvando la coherencia racional- pertenecen al mismo biotipo. Nuestros políticos generalizan con nosotros porque creen que todos somos idiotas, aun cuando la lógica indique lo contrario. ¿Podemos responderles con la misma moneda?  ¿Por qué no? Rechacemos el conformismo. Además de reciprocidad, conseguiríamos al menos el desagravio de la réplica que no de la justicia.

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