La socialdemocracia europea debe ser valiente y asumir los retos de un mundo cambiante

Bandera de la UE. / facebook.com
Bandera de la UE. / facebook.com

Parte de la socialdemocracia europea ha perdido el rumbo fijo y los valores por los que peleó alguna vez. En el mundo del siglo XXI debería postularse como un faro a seguir en la región.

La socialdemocracia europea debe ser valiente y asumir los retos de un mundo cambiante

Si una palabra es importante en el término socialdemocracia, es precisamente la palabra democracia, que es la forma que le confiere un significado fuerte a lo "social". Por otra parte, si queremos una socialdemocracia o un socialismo que puedan afrontar el reto del siglo XXI, incluido el de una transición ecológica, la única manera posible de conseguirlo es fortalecer la democracia.

Este último debe ser ampliado para abarcar la economía, más allá de la redistribución de la riqueza. Ese trabajo debe comenzar a varios niveles, empezando por las políticas de los partidos, el desarrollo de sus programas, y sus mecanismos de elección de líderes.

Dentro de los parlamentos, la democracia representativa puede mejorarse a través de decisiones concretas que abonen más a la socialdemocracia. Del mismo modo, los gobiernos a todos los niveles deben fomentar la democracia participativa.

Por último, las puertas de las empresas y las oficinas deben abrirse a la democracia mediante la promoción de una mayor participación de las partes interesadas. Los desafíos de la transición social y ecológica no se cumplirán sin una apreciación de la democracia en todas las esferas de la sociedad.

Si estamos mirando hacia un futuro que abordará los desafíos del siglo XXI, la democracia social necesita ser revisada. La empresa superaría radicalmente cualquier reforma llevada a cabo hasta la fecha. La crisis económica y social, y en especial la crisis ecológica, podrían proporcionar a la socialdemocracia nuevas oportunidades para establecerse en una escala más amplia que la del Estado-nación.

Podría entonces contribuir a la aparición y consolidación de un modelo de desarrollo sostenible. Para que esto ocurra, sus líderes y partidarios deben primero evaluar el vigor de la socialdemocracia tal como está, y luego emprender un proceso de renovación radical.

Desde la perspectiva de la transición social y ecológica, debemos rechazar las políticas de creación de empleo y distribución de la riqueza centradas en el crecimiento a través de una productividad que no se vea afectada por sus impactos ambientales.

Del mismo modo, los mecanismos institucionales de la regulación de la economía de mercado deben ser reinventados, aunque esto ocurre en un momento en que los tratados internacionales están haciendo cada vez más vinculantes los mecanismos que dan prioridad a la autorregulación del mercado. Además, el ya limitado margen de maniobra aún disponible para los Estados nacionales se está erosionando aún más con políticas de austeridad apoyadas por la mayoría de los partidos socialdemócratas.

Por último, la modernización de la socialdemocracia ha llevado a un adelgazamiento de sus puntos de referencia tradicionales, y a una mayor variedad de trayectorias nacionales, que a la formación de nuevas identidades.

Por último, la modernización de la socialdemocracia ha llevado a un adelgazamiento de sus puntos de referencia tradicionales, y a una mayor variedad de trayectorias nacionales, que a la formación de nuevas identidades.

Hay que preocuparse aún más de examinar la vida y la dinámica de los partidos socialdemócratas europeos. Como se señaló anteriormente, los esfuerzos por modernizarse en las últimas décadas han dado lugar a una mayor dispersión de sus puntos de referencia, sin tener un centro o una política clara.

La agenda no se ha basado en un plan político a largo plazo, sino que ha sido construida sobre la base de encuestas y sondeos de opinión, dejando la puerta abierta a la articulación de intereses privados, como puede observarse en el Partido Democrático de Italia, uno que incluso ya no se refiere a sí mismo como socialdemócrata.

Hay un cierto grado de convergencia en el discurso socialdemócrata de los principales países europeos, pero sigue siendo superficial. Los partidos socialdemócratas europeos también están divididos sobre la cuestión de completar el mercado único europeo y la necesidad de una regulación más estricta. En los 28 países miembros de la Unión Europea, los compromisos no pueden darse por sentados, especialmente cuando las diferencias nacionales siguen siendo centrales.

Los programas y las políticas de los partidos europeos que se inspiran en la socialdemocracia, y que están o han estado en el poder han resultado muy decepcionantes. Cuando están en el poder, finalmente gobiernan con una visión recta. Se comportan como si la visión socialdemócrata no permitiera políticas que abordaran los grandes desafíos del siglo XXI: las crecientes desigualdades, los daños ambientales, y las amenazas violentas que atentan contra las poblaciones del mundo. 

En suma, habida cuenta de las limitaciones de sus estrategias de modernización, la socialdemocracia debe renovarse para asumir nuevos retos y satisfacer nuevas aspiraciones, pero sin olvidar que ya no puede limitarse al nivel nacional.

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