Setiembre en Barcelona, cuando aumenta el ruido

Casa de Gaudí en Barcelona.
Casa de Gaudí en Barcelona. / Mundiario

El secesionismo funciona así como todos los movimientos totalitarios, del fascismo al islamismo: control social y pensamiento único. No será con concesiones como se arreglará el conflicto social sino con elecciones.

Setiembre en Barcelona, cuando aumenta el ruido

Recorrer Barcelona en estos primeros días de setiembre es siempre agradable. El número de turistas es algo menor que en otros momentos, reduciendo aglomeraciones y colas en los monumentos de rigor. La ciudad luce en todo su esplendor, que es mucho.

Al visitante habitual, le llama la atención la menor ocupación del espacio público (fachadas, mobiliario urbano, árboles, aceras) por la simbología del secesionismo, siempre en comparación con fechas similares de años anteriores. Con diferencias notables entre barrios. No por ello deja de ser visible en forma de lazos, pintadas, banderas o pancartas. Lo que contrasta con la práctica ausencia de cualquier otra simbología. Sólo los edificios oficiales lucen una simbología profusa y de buena factura, indicando que allí, lejos del ideal weberiano de la función pública independiente al servicio de todos los ciudadanos, reside una Administración identificada con una línea política, que se superpone a la profesionalidad de los funcionarios. También mueve a reflexión el modo de sufragar los costes de esa propaganda que no se refiere a los servicios públicos sino al programa político de quienes los dirigen. Los excesos de los conversos son visibles en algunos lugares de forma lastimosa como los lazos pintados directamente sobre la corteza de los árboles.

Por el contrario, la lectura de la prensa catalana causa desasosiego. El predominio del discurso próximo al Gobierno catalán es abrumador, tanto en su versión dura como en la versión   tradicionalmente equidistante. La oposición política tiene poco espacio y en las secciones de opinión, menos todavía. De la televisión autonómica poco se puede decir, es un mero instrumento de propaganda, más radical que otras autonómicas, que no son en general ejemplo de objetividad.

Hoy el Presidente catalán anuncia su nuevo calendario de movilizaciones,  es decir pronuncia un discurso para animar a su parroquia y al tiempo inquietar al Gobierno central que depende de sus votos. Pedro Sánchez se le adelanta mostrándole el señuelo del referéndum, cuyo contenido sería negociable dentro de ciertos límites. De nuevo debates estériles a corto plazo con tantas elecciones a la vista. ¿Por qué entonces provocan tal atención mediática? Porque el conflicto vende y porque no hay otros frentes informativos que produzcan tantos incidentes.

Por otra parte los espacios colectivos como las escuelas, clubes deportivos y de ocio, están bajo la clara influencia partidista. Quien no comparta esa visión, la mitad del país, debe callar o arrostrar las consecuencias: exclusión o acoso, salvo que opte por el silencio. El secesionismo funciona así como todos los movimientos totalitarios, del fascismo al islamismo: control social y pensamiento único. La pasada semana dimitía el director de teatro catalán de mayor prestigio internacional, Lluis Pascual, tras una campaña de acoso por querer mantener la independencia de criterio.

No será con concesiones como se arreglará el conflicto social sino con elecciones. No se trata del choque entre Cataluña y España, inexistente, sino de la mitad nacionalista de Cataluña contra la otra mitad a la que intenta silenciar. Sólo las elecciones catalanas pueden invertir esa situación o complicarla todavía más. De momento las voces más sensatas del nacionalismo moderado han sido silenciadas pero siguen ahí. De su habilidad y de la que demuestre el socialismo catalán, que ha seguido una deriva errática durante la última década, dependerá la conformación de una nueva política. Ciudadanos, primer partido catalán, está optando por una confrontación directa sin otras alternativas políticas, lo que le da notoriedad pero también lo aísla.

Por desgracia la fragilidad del Gobierno estatal eleva el conflicto catalán a problema de Estado con capacidad desestabilizadora, agigantando los hechos y situándolos en el peor escenario posible. Urkullu, uno de los mejores políticos de la España actual, ha pedido prudencia e integración a los suyos con la mirada a una generación vista. Su mensaje iba también dirigido a los dirigentes catalanes con los que dialoga y posiblemente intenta mediar. Por el momento sin resultados. Seguiremos mirando a Barcelona, no sólo por su atractivo. @mundiario

Comentarios