Cómo ser español, cualquier español, y no morirse de vergüenza en el intento

Mariano José de Larra.
Mariano José de Larra.

Pertenezco al mismo pueblo que amó y se tomó de coña Larra. Ese que siempre se lava las manos cuando pintan bastos y utiliza una frase tópica y típica para salvaguardar su inocencia individual y colectiva.

Cómo ser español, cualquier español, y no morirse de vergüenza en el intento

Pertenezco al mismo pueblo que amó y se tomó de coña Larra. Ese que siempre se lava las manos cuando pintan bastos y utiliza una frase tópica y típica para salvaguardar su inocencia individual y colectiva: ¡En este país…! ¡Coño, pero si es el nuestro, el de todos!

Por lo menos, en la lejana época de Larra escribir en España era llorar, hombre. Pero es que, ahora, escribir en español, en catalán, en euskera, en gallego, con la enternecedora pretensión de que le lean sus contemporáneos, es un explosivo cóctel de enfermiza vanidad, de delirios suicidas de éxito y de largas sesiones de sadomasoquismo frente a la pantalla de un ordenador. Los abajo firmantes del diluvio de artículos diarios que inundan los paisajes de papel periódico y de espacios on line de España, son, sois, somos los tontos% de una sociedad dividida entre los pocos que quieren mandar y los muchos que se resignan a obedecer, entre los pocos que se resisten a ser pobres y los muchos que anhelan hacerse ricos, entre los cada vez menos que tienen algo que conservar y los cada vez más que no tienen nada que perder, a ver si me entiendes, camuflados bajo un pretencioso y fraudulento barniz de ilustración que jamás acaba de arrojar algo de luz (¡luz, más luz!, suplicaba Gohete en su lecho de muerte), sobre incógnitas que prevalecen por los siglos de las siglas: ¿qué coño es el mundo?, ¿qué coño es Europa?, ¿qué coño es España…?

¿Urnas o contenedores de frustraciones, sumisiones y basura humana?

Escribo estas líneas, Director, tras una tregua de un mes contemplando los toros desde la barrera. Debe ser que me han contagiado su pánico escénico Pastora Soler y Joaquín Sabina, ya sabes, y me invade la sensación de que escribir ahora en España, a mis escasas luces, es hacer el gilipollas. Hacerle vudú a Rajoy, la cama a Pedro Sánchez, el altar a Susana Díaz, el boicot o el juego a los nacionalismos y el exorcismo o la ola a Pablo Iglesias, es uno de esos trabajos inútiles que, como decía Ortega, conducen a la melancolía. No es la hora de los líderes, ni de los creadores de opinión, ni de los editoriales, ni de los sesudos y sibilinos columnistas y tertulianos intentando llevar a sus lectores, oyentes y televidentes por sus respectivos y subjetivos buenos rediles. Es la hora del pueblo. De una serie de pueblos, griegos, italianos, portugueses, españoles y así que, tras haber dejado de aspirar a ponerse las botas (asunto que sólo está reservado para un 1% de la población mundial), han decidido ponerse los votos por montera y llenar las urnas de miedos inconfesables, frustraciones recesas, vendetas genéticas, rebeldías con causa o sin ella, trasnochadas sumisiones ideológicas o deportes extremos de riesgo democrático que les proporcionan subidones de adrenalina a las nuevas generaciones.

El envejecimiento prematuro de Peter Pan Iglesias

El PP, con Aznar o sin él, sólo es más de lo uno. El PSOE, con el voluntarioso Pedro o la casta Susana, sólo es más de lo otro. ¡Y ya me dirán ustedes que se puede escribir sobre Izquierda Unida, sobre Rosa Díaz, sobre los nacionalistas enrocados, sobre los distintos nuevos perros con los mismos collares que van a seguir aullando a la luna en este año electoral que vamos a vivir peligrosamente! Nada que no suene a caduco, a obsolescente, a calabobos de palabras sobre el permanente papel mojado de la historia de España. Incluso Pablo Iglesias y sus discípulos han entrado en una peligrosa inercia de envejecimiento galopante y prematuro, como les habría ocurrido a Peter Pan y los niños perdidos si hubiesen abandonado el país de Nunca Jamás. A medida que Podemos se va alejando de la utopía, sus discursos empiezan a peinar canas y sus propuestas empiezan a criar telarañas.

Es este trepidante siglo de la velocidad, señores. A Rajoy apenas le duran horas los sucesivos lifting que le va haciendo Arriola. A Pedro Sánchez le ha durado tres meses su papel de galán seductor de la heterogénea izquierda española. A penas anunciaba Susana Díaz su estado de buena esperanza, la prensa empezaba a adelantar la predisposición de la señora presidenta del sur a una interrupción voluntaria del embarazo, del PSOE, claro, cuyo embrión de candidato a Presidente del Gobierno tiene menos porvenir que la candidatura de esos huesos que buscan en Madrid para reconstruir el viejo y cansado esqueleto de mi señor Cervantes. Poco antes de que Pablo Iglesias se hiciese la foto con el casto líder de Syriza, el mundo, con comillas y sin ellas, ya se hacía eco de una reunión del Tsipras español en la madriguera de ese paradigma de la casta nacional, ¡caca, nene!, al que llamamos Pepe Bono.

España: un país de Celestinas, Bonos, Calistos y Melibeas

Gira el mundo, gira a una velocidad vertiginosa, y parece que fue ayer cuando José Mario Armero abrió su casa de citas para que Suárez y Carrillo se diesen un revolcón ideológicamente histórico y mediáticamente histérico. Ahora, en la casa de citas de Pepe Bono, acaban de darse un revolcón ideológicamente histérico y mediáticamente histriónico Zapatero e Iglesias. Si es que resulta casi tan difícil abrir una página de historia de España sin que aparezca la figura masculina o femenina de una Celestina, como abrir un álbum de fotos sin que aparezca el pequeño Nicolás ¡Oh, los alcahuetes en España!, ¡las Celestinas, los Armeros, los Bonos, que tan malos desenlaces provocan en sus tragicomedias! Calistos y Melibeas, Adolfos y Carrillos, Zapateros y Pablos, muertes y suicidios físicos, ideológicos y mediáticos.

PSOE: Podemos Socialista Obrero Español    

Ahora, el problema no es que a Zapatero le haya interesado conocer a Pablo Iglesias, sino que Pablo Iglesias haya considerado interesante conocer a Zapatero. La cuestión no es si a ZP le hubiese gustado gobernar como dice que va a gobernar Pablo Iglesias, sino si a Pablo Iglesias, en realidad, le seducen algunas de las fórmulas de gobierno de Zapatero, ¡lagarto, lagarto!, si los españoles acaban aceptándole como nuevo inquilino de La Moncloa. El asunto es que, si PI, de mayor, quiere ser ZP, y Monedero una versión naif de Pedro Solbes, y Errejón un alter ego asilvestrado de Pepe Blanco, y mi paisana Bescansa una versión galaica de Leire Pajín o Bibiana Aido, ¡vigencita, virgencita, mejor quedarnos como estábamos…! Para mí que Pepe Bono, niño en el bautizo, novio en la boda, muerto en el entierro, en competencia con aquella dama, dama que inmortalizó la malograda Cecilia, ha montado la bacanal ideológica de la calle Velázquez para proceder a la fecundación in vitro de un nuevo PEOE mestizo: Podemos Socialista Obrero Español. Socialdemócratas e indignados, juntos y revueltos, en un cóctel explosivo de castas, castos y caspa.

Dos siglos después usamos la misma excusa: ¡En este país..!
Algunos lo que quieren es que nos coma el tigre, que no coma el tigre, que nos coma el tigre. Que el pueblo llegue en las urnas a la misma conclusión que está llegando en las encuestas de CIS, y que ya de jodidos, de robados, de avasallados, de engañados, de perdidos, al río, ¡qué coño!, cada loco con su tema, con su coartada, con la presunción de inocencia a la que se aferra cada español cuando, de generación en generación, pronuncia la frase de la que todavía se escoña de risa en su tumba Mariano José de Larra:
¡En este país…!
«En este país...», ésta es la frase que todos repetimos a porfía, frase que sirve de clave para toda clase de explicaciones, cualquiera que sea la cosa que a nuestros ojos choque en mal sentido. «¿Qué quiere usted?» -decimos-, «¡en este país!» Cualquier acontecimiento desagradable que nos suceda, creemos explicarle perfectamente con la frasecilla: «¡Cosas de este país!», que con vanidad pronunciamos y sin pudor alguno repetimos.

 

Comentarios