Semejanzas y diferencias entre las elecciones gallegas del 2005 y las actuales

Acto de Feijóo en Pontevedra. / @FeijooGalicia
Alberto Núñez Feijóo.

Aquí existe un poderoso incentivo diferencial: si Feijóo no obtiene 38 escaños -solo o con el partido naranja- habrá, sin ninguna duda, un gobierno de coalición para una nueva etapa política.

Semejanzas y diferencias entre las elecciones gallegas del 2005 y las actuales

Como es sabido, desde las primeras elecciones al Parlamento gallego, celebradas en el final del año 1981, sólo hubo dos gobiernos no conformados por el PP (o por su precedente AP): el llamado tripartito (PSdG, CG, PNG) entre 1987 y 1989 y el integrado por el Partido Socialista y el BNG desde el 2005 al 2009. A efectos de cualquiera comparación con la situación que podemos vivir a partir del próximo día 25, sólo tiene sentido  mirar para lo sucedido hace 11 años porque la experiencia gubernamental de los años ochenta fue derivada de una moción de censura y no de los resultados de una convocatoria electoral específica.

Hay, obviamente, semejanzas y diferencias entre aquellas semanas previas a la cita de junio del 2005 y lo que está sucediendo en este momento. En un caso, el desgaste del PP, que formaba parte indiscutible del paisaje político, tenía dos explicaciones básicas: los comportamientos registrados en el desastre del Prestige y en la intervención en Irak, y el afán desmedido de Fraga por seguir encabezando personalmente la mayoría absoluta que ya duraba 16 años. Ahora, el deterioro de este partido presenta algunos matices singulares: el coste por la aplicación de fuertes restricciones en los servicios públicos de bienestar y por la frecuencia de los casos de corrupción parecen afectar más a la propia marca y a su líder estatal -Mariano Rajoy- que al propio presidente de la Xunta. Estamos ante las consecuencias de una espectacular ceremonia de persuasión colectiva: aunque las estadísticas no lo demuestren, hay un amplio estado de opinión que salvaguarda la reputación política de Feijóo, asumiendo como propio el mito del buen gestor creado en los laboratorios de agit-prop dependientes de Montepío.

He aquí, precisamente, la clave decisiva del 25 de Septiembre. Ganará quien sea capaz de maximizar la participación de los votantes potenciales.

Las fuerzas políticas de la oposición proyectan su labor sobre el mismo universo potencial de votantes (personas que se sienten identificadas -en unas intensidades diferentes- con ideas y propuestas de izquierda y/o nacionalistas) pero padecen un mayor nivel de segmentación respecto de aquel momento. Y concurre, al mismo tiempo, una circunstancia muy relevante: un año antes de las elecciones de 2005, el triunfo de Rodríguez Zapatero había puesto fin al ciclo aznarista que había comenzado en el año 1996. El PSdG tenía el viento a favor de la política estatal -donde, por lo demás, aun no había explotado la burbuja asociada a la construcción- y presentaba un nivel de conflictividad interna que no ponía en peligro la fidelidad de su cuerpo electoral.

Para completar el cuadro comparativo, en el 2005 emergió una iniciativa transversal  –Hai que botalos– que explicitaba públicamente la densidad de los deseos de cambio presentes en significativos sectores de la intelectualidad y de la creación cultural y favorecía la movilización del electorado que estaba disponible para abrir las puertas a una mayoría parlamentaria  alternativa a la que poseía Fraga.

He aquí, precisamente, la clave decisiva del 25 de Septiembre. Ganará quién sea capaz de maximizar la participación de los votantes potenciales. Feijóo le tiene miedo a la inhibición de una parte de sus apoyos y a la pérdida que puedan representar las cifras de C’s (más graves cuanto más se acerquen al techo del 5%). Para PSdG, En Marea y BNG el reto es minimizar la abstención propia y captar los sectores indecisos que transitan en los territorios fronterizos con el PP.

El escenario político estatal presenta síntomas de hartazgo y desafección que pueden interferir en las referidas pretensiones movilizadoras. Pero aquí existe un poderoso incentivo diferencial: si Feijóo no obtiene 38 escaños -sólo o con el partido naranja- habrá, sin ninguna duda, un gobierno de coalición para una nueva etapa política. La experiencia del 2005 certifica la verosimilitud de este aserto.  No es una especulación intelectual. Forma parte de la memoria colectiva.

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