Seguimos, para nuestro infortunio, comulgando con ruedas de molino

Mitin de Vox en Vistalegre. / RR SS
Mitin de Vox en Vistalegre. / RR SS

Es evidente que Vox es un partido constitucional y democrático. Sin embargo, algunos (quizás los que más deberían callar) han iniciado una agresiva campaña contra ellos. Huelen el desastre electoral.

Seguimos, para nuestro infortunio, comulgando con ruedas de molino

Uno, que ocupa el eje de simetría entre los setenta y ochenta, tiene la experiencia necesaria y mente crítica para no comulgar con ruedas de molino. En realidad, hace años que dejé de comulgar con ninguna doctrina, sea religiosa o política. Esta particularidad mantiene mi intelecto libre de dogmas, mitos y sacralizaciones, que llevan siempre a pervertir el buen juicio, si no la acción. Por supuesto, lucubro ajeno a epítetos que pudieran dedicarme individuos o grupos por ser políticamente incorrecto, espontáneo, tal vez por descubrir espurios ingresos. Cuando alguien ve peligrar el acomodo económico, a lo peor “honores” que abarrotan el prurito del acomplejado, se vuelve grotesco, iracundo, agresivo. Días atrás, allá, al fondo, en la penumbra que cincela la sigla, aparecieron dos figuras débiles, según el tópico, desairadas, con armadura guerrera y soltando mandobles siempre a derecha. Sendas portavoces (“portavozas”) de PSOE y Podemos han puesto a PP, Ciudadanos y Vox como chupa de dómine.

El discurso experto de táctica militar afirma que “un enemigo hábil ataca donde más seguro cree estar”. Nuestra izquierda patria -astuta, pero deshomologada de la europea- se funde a marchas forzadas en el extremismo radical. Este PSOE, que algunos llaman “sanchismo”, por fas o por nefas casi se solapa con Podemos, apartándose de la senda comedida y democrática. No lo digo yo (latiguillo al uso por el personaje coletudo), lo dice Pablo M. Iglesias. Si un líder como él se proclama comunista, cualquier reclamo de moderación y democracia, son puros brindis al sol (que más calienta). Podemos tiene poco de moderado y nada de demócrata. La historia lleva siglos constatando lo dicho en el punto anterior ya que es imposible negar evidencias empíricas, base del conocimiento, según Hume. Aquella seguridad, aun paradójica, les impele a llamar ultras, fascistas, asimismo nazis, al amplio abanico que se ubica a su derecha (siempre posicional) y por tanto opuestos a la “moderación y liberalidad que ellos representan”.

Denominar a Vox ultraderecha, si no fuera por la inquina envolvente, se ajustaría al léxico, pues ultra significa más allá. Suponiendo que PP fuera derecha, Vox sería ultraderecha. Sin embargo, quedaría aventurado, postizo, llamarle extrema derecha; menos si lo hace la extrema izquierda por antonomasia: Podemos. Un estudio riguroso de los rudimentos ideológicos, presentes en cada alineación política, concluirá que la derecha suele carecer de planteamientos intolerantes; mientras, la izquierda marxista aprovecha las crisis para resabiar a sectores sociales concretos y llevarlos al exceso. Sucede diferente con el predominio “moral” que la izquierda ha sabido introducir sutilmente en la conciencia individual y colectiva. No obstante, el hábito no hace al monje y estos doctrinarios, farsantes y dogmáticos, carecen de virtudes para ser tales.

Vox -fuera del contexto semántico- es un partido con encarnadura constitucional, democrática. Ni ultra, ni mucho menos extremado pese al eco, lleno de tormento rival, que viene despertando desde que eclosionó en la campaña andaluza. PSOE y su socio imprescindible, Podemos, han visto diluirse su horizonte político e intentan sembrar semillas disgregadoras aprovechando complejos ancestrales del PP, amén de los flamantes que muestra Ciudadanos. Cuidado, no nos vayamos a estigmatizar, parecen decir uno y otro "¡Estúpidos!". Aristófanes enseñaba que: “Los hombres sabios aprenden mucho de sus enemigos”. ¿Cuándo gobernarían PP y Ciudadanos, apoyándose mutuamente, si descartan la aquiescencia de Vox? ¿Qué hacen PSOE y Podemos, este último extraño (según lo expuesto) al paradigma de moderación? Estos, sagaces, van a lo suyo; aquellos, sin duda alguna, precisan elevadas dosis de sabiduría.

Los señores Valls y Macron se nutrieron como políticos en el Partido Socialista Francés. Ambos, a la postre, advirtieron a Ciudadanos -un poco también al PP- de la inconveniencia que supondría aceptar los votos “malditos” de Vox para quitarle el gobierno andaluz a Susana Díaz. ¿Alguien puede asegurar que a Sánchez le sugirieron alejarse del voto tóxico de Podemos, independentistas, nacionalistas vascos e incluso amigos del terrorismo, para quitarle la presidencia a Rajoy? Semejante sugerencia cobija un atrevimiento que roza menosprecio e ignominia, quizás intromisión dominadora, extemporánea. Ha sido curiosa, sobre todo, la reacción de Rivera plegándose retórico, medroso, a semejantes censuras. Luego, ignoro si en plan oráculo, dueño de sí o representando un obvio papel lucrativo, da pasos atrás difuminándolos mientras llenaba de humo la escena.

Casado parece tener clara la necesidad perentoria de apoyarse en Ciudadanos y Vox para alcanzar el gobierno de España. Si logra romper con diversas ataduras del pasado, si consigue el crédito dilapidado por Rajoy, será buena noticia para él mismo y para la sociedad española necesitada de honradez. El individuo medio sabe ya hasta donde llega Sánchez y todavía no ha olvidado a Zapatero y a Rajoy. Estoy convencido de que Casado será el próximo presidente. También lo estoy de que, si falla, la sociedad se vertebrará en torno a Podemos y Vox; mejor dicho, se desvertebrará. Alcanzaremos las absurdas cotas italianas saliéndonos del ruedo ibérico, rechazando la impronta problemática, pero válida, que nos ha servido durante siglos. Vuelvo a la Historia para insistir en que las crisis hechizan soluciones radicales, salvo imposición del sentido común.

Desde hace tiempo, pese a cánticos de sirena, tengo perfectamente razonadas algunas premisas irrebatibles. Los independentistas, verbigracia, no quieren conseguir la independencia definitiva porque todo su fundamento ideológico desaparecería. De la misma manera, el liberalismo busca una sociedad acomodada, rica, que le permita eternizarse en el poder. El marxismo, cuyo soporte es la crisis permanente, requiere una sociedad indigente, hundida en la miseria. Sospecho, además, que cualquier desviación ética, cualquier pauta corruptora, es patrimonio humano. Aceptadas estas premisas, nadie puede arrogarse protagonismos exclusivos en bondades, así como proyectar perversiones privativas, malsanas, adscritas inexorablemente a los antagonistas. Quien más, quien menos, conlleva como puede lacras y cualidades humanas. Va siendo hora de no dejarnos engatusar con ruedas de molino. @mundiario

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