Sánchez e Iglesias juegan con el fuego de la repetición electoral

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. / Mundiario
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. / Mundiario

El resultado de las urnas proporcionó una doble conclusión: el llamado trío de la plaza de Colón no posee la fuerza necesaria para investir a Casado y la hipotética mayoría aritmética del PSOE con Ciudadanos podría alterar la voluntad expresada por los votantes.

Sánchez e Iglesias juegan con el fuego de la repetición electoral

Pedro Sánchez está intentando cuadrar el círculo. Pretende que Albert Rivera negocie un pacto que permita disponer de un amplio margen parlamentario para gobernar la presente legislatura. Lo hace a pesar de que en la campaña electoral previa al 28-A se registró una fuerte confrontación entre el bloque de las tres derechas (PP-C's-Vox) y las fuerzas políticas que hicieron posible -en la primavera de 2018- el triunfo de la moción de censura al ejecutivo presidido por Mariano Rajoy.

El resultado de las urnas proporcionó una doble conclusión: el llamado trío de la plaza de Colón no posee la fuerza necesaria para investir a Pablo Casado y la hipotética mayoría aritmética del Partido Socialista con Ciudadanos -formación que, en todo caso, rechaza tal opción- alteraría sustantivamente la voluntad dominante expresada por los votantes. El máximo dirigente del Partido Socialista interpreta que el resultado del 28-A lleva aparejado como dato indiscutible la formación de un gobierno monocolor de su partido. Por su parte, Pablo Iglesias -aliado necesario y/o preferente para conformar la mayoría parlamentaria- sostiene que es imprescindible su participación directa en el Consejo de Ministros. El bloqueo, por el momento, está consolidado.

Pedro Sánchez tiene una oportunidad histórica: presidir el primer gobierno de coalición de ámbito estatal desde 1977. Además de la evidente estabilidad política, tal circunstancia promovería una necesaria pedagogía social: desde hace 4 años no estamos en el marco del bipartidismo imperfecto que dominó el tablero electoral en todas estas décadas y ello implica la adopción de nuevas prácticas por parte de las fuerzas políticas presentes en las instituciones parlamentarias. ¿Por qué se resiste a hacer realidad esta nueva lógica? ¿Es debido a la presión de las estructuras de un partido que -más allá de las experiencias de los gobiernos de algunas CCAA- no está acostumbrado a compartir el poder en el Ejecutivo central? ¿O estamos ante los efectos de la presión de ciertos poderes fácticos, alérgicos a la presencia de Unidas Podemos en algunas carteras ministeriales?

Pablo Iglesias se ha situado, voluntariamente, en un laberinto que no parece tener una fácil salida. El método de negociación elegido otorga una prevalencia a la participación en el gobierno por encima de la calidad de los acuerdos programáticos que pueda suscribir con el PSOE. Ha llegado al extremo de aceptar -sin negociación- la posición de Sánchez en el tratamiento del conflicto catalán. Al colocar el listón en ese lugar, Iglesias ha arruinado, al menos de momento, la posibilidad de una fórmula parecida a la que está vigente en Portugal en los últimos años: un pacto de legislatura sobre los temas básicos de la agenda política con un control específico -adicional al que se practica en la propia dinámica parlamentaria- para vigilar su cumplimiento. Esta fórmula le permitiría a UP un margen de autonomía estimable para marcar un perfil diferenciado del PSOE y prevenir mejor un eventual desgaste asociado al propio hecho de cogobernar.

Sánchez e Iglesias están jugando con fuego. Un fracaso en la administración de los resultados del 28-A podría desgastar -aunque fuese en magnitudes diferentes- a sus respectivos partidos y facilitar el triunfo de las tres derechas en una teórica repetición electoral en el mes de noviembre. @mundiario

Comentarios