El rupturismo galaico se desgarra

Alexandra Fernández. / TVE
Alexandra Fernández. / TVE

Si Luís Villares se empeña en seguir dando una batalla interna por el liderazgo de la confluencia, que tiene perdida, o simplemente osa mantener el pulso que le plantean sus enemigos orgánicos, la cosa puede acabar en cisma.

El rupturismo galaico se desgarra

Luis Villares es de los políticos que no se dan por vencidos ni siquiera cuando objetivamente tienen todas las de perder. Su posición como "líder" de En Marea, que siempre fue más bien precaria,  no puede ser ahora mismo más débil. Sin embargo, los suyos aseguran que va a dar la batalla hasta el final, por respeto y lealtad a los que confiaron en él, porque sigue creyendo que le avala el trabajo desarrollado hasta el momento, a pesar de los pesares, y porque está convencido de que, para seguir siendo la cabeza visible del espacio de confluencia, le asiste la legitimidad de la coherencia con el proyecto fundacional, algo que, a su entender, no pueden aducir la mayoría de sus detractores.

El plenario de En Marea del pasado fin de semana en Compostela no pudo ser más bronco. La tensión llegó a extremos de alto voltaje que no se recordaban en las siempre agitadas asambleas del rupturismo galaico. Hubo incluso momentos esperpénticos por disparatados en los que algunos asistentes temieron que aquello acabase como el rosario de la aurora, en un cónclave en el que se habló más bien poco de política o políticas concretas, porque el interés estaba obsesivamente centrado en cuestiones organizátivas (u orgánicas) y concretamente en la preparación de las elecciones internas que para renovar los órganos directivos de la plataforma se han de celebrar a finales de noviembre.

A Villares los asambleístas le tumbaron la hoja de ruta, además de no refrendar su informe político, lo que supone una desautorización en toda regla. El magistrado en excedencia tiene en frente a la llamada "Mesa pola confluencia" en la que se arraciman las mareas municipales de A Coruña, Santiago y Ferrol y los núcles duros de Anova (el partido de Beiras y Martiño Noriega), Esquerda Unida y el Podemos gallego (ahora liderado por "Tone" Gómez Reino). Hasta el mismo reconoce que, numéricamente, está en franca minoría frente al sector crítico, que en esta convocatoria tocó a rebato para consumar una demostración inequívoca de fuerza.

Si Villares se empeña en seguir dando una batalla interna por el liderazgo de la confluencia, que tiene perdida, o simplemente osa mantener el pulso que le plantean sus enemigos orgánicos, la cosa puede acabar en cisma. Algunos sectores de los que defienden la idea de un partido instrumental en el que se diluyan las facciones partidistas abrigan ese temor y, para evitar el desastre, agitan el fantasma de aquella dramática asamblea del Benegá en Amio que consumó la ruptura (hay gente en En Marea que vivió la crudeza del desgarro del nacionalismo frentista). Tratan así de evitar una situación catastrófica que solo le vendría bien al PP –y a Feijoo–, por aquello del divide y vencerás, para garantizarse la continuidad en el gobierno de la Xunta en 2020. 

Entre tanto, empiezan a manejarse nombres de posibles candidatos a la portavocía nacional para después de Villares. La diputada de Anova Alexandra Fernández es la que suena con más fuerza, sobre todo después de ser la única que dio la cara ante el plenario, cuando el resto de sus compañeros de En Marea en el Congreso se negó de plano a dar cuentas de su gestión. Y es que ella tiene claro a quien debe en última instancia su acta. Se considera representante del proyecto rupturista gallego antes que parte del grupo confederal de Unidos Podemos y si hay conflictos de intereses primará lo que convenga a sus votantes gallegos. Los demás, por lo visto, están a lo que disponen Iglesias y Garzón... @mundiario

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