¿Se presta Rivera, de Ciudadanos, a la pelea entre cuervos y gnomos?

Albert Rivera al momento de emitir su voto. / lavanguardia.com
Albert Rivera.

Ante el caos motivado por un resultado electoral confuso, movido a la vez por un tactismo beligerante, juegan -sin excepción- la baza de explorar posiciones cómodas cara a nuevas elecciones.

¿Se presta Rivera, de Ciudadanos, a la pelea entre cuervos y gnomos?

Desde tiempos ancestrales el cuervo se considera un ave que esconde cierta simbología aciaga. Libros sagrados lo describen como ejemplo de impureza o maldad. Asimismo, la mitología ve en él un signo de mal agüero por su color. Algún antropólogo actual -desde una óptica estructuralista, de vivencias personales- lo imagina mediador entre la vida y la muerte. Más cercano a nuestra raigambre cultural, quizás superstición fatalista, existe ese aforismo clarificador: “Cría cuervos y te sacarán los ojos”. No es, por tanto animal que goce de afectos ni reclamos. Curiosamente, desconozco razón alguna para que el criterio general acepte sin dudas dichos atributos cérvidos. Querámoslo o no somos un país de etiquetas.

Gnomo, duende o duendecillo, acapara mayor complejidad conceptual. Solemos referirnos a ellos con visión benefactora. Personajes de cuentos infantiles, les damos forma de seres diminutos, simpáticos y algo ácratas -al menos indisciplinados- que pueblan, señorean, un bosque escaso pero laberíntico. Un bosque en cuyo seno seres inocentes, puros, se extravían y quedan indefensos ante peligrosos ogros, brujas desdentadas (repelentes), amén de otra fauna surtida donde destacan las sanguijuelas. Sienten debilidad por succionar aquello orgánico o pecuniario que se ponga a su alcance. Desgraciadamente, la calidad y cantidad de “chupones” que abarrotan el bosque patrio aventaja al poder protector de tan benefactores duendecillos.

Sin embargo, gnomo tiene un sinónimo que encierra significados mezquinos, moralmente detestables. Enano, desde un punto de vista físico es inmune a cualquier matiz despectivo, salvo el hecho, impuesto por las modas, de ir contra corriente y, al cabo, producir cierta tribulación o desdén ante tal rareza natural. Fenómeno lógico, ajeno a connotaciones inhumanas de índole personal o colectiva. Desde un punto de vista moral, el vocablo sufre una estigmatización extraordinaria, identificándolo con todas las menguas y descuidos cercanos o adyacentes a la indigencia más despreciable. En ocasiones, enano desdibuja el carácter suave del personaje para atribuirle, con mayor tino, el apelativo liliputiense.

Albert Rivera, Ciudadanos, se encuentra en el epicentro del terremoto político producido tras el 20 D. PP y PSOE experimentan intensas jaquecas porque aquel toma votos, no tanto reflexionados cuanto consumidos, con absoluto impudor. Tal zozobra les provoca momentos de acaloramiento fundamentados en su adherencia al centro. El bipartidismo se alimentaba de terrenos ideológicos apropiados para ambas siglas, enlazadas en Europa e irreconciliables en España. Por tradición, los españoles conservamos de forma natural o inducida un ADN agresivo, retador, frentista. Por esta causa, PP y PSOE tienen un suelo constante, devoto, definido. Las mayorías provenían del centro político, sucesivamente desequilibrador. Ahora surge Ciudadanos y ocupa ese espacio quebrando usos, amén de lesionar intereses que se consideraban exclusivos. Podemos es un absceso aparecido a la siniestra; de muy difícil tratamiento sin rasgar los “principios” que ella misma ha alegado.

Estimo injusto, burdo, asimismo poco inteligente, el desdén e inquina que el PP aplica a Rivera. Cierto que su estrategia provoca dudas hasta en los propios votantes, pero ninguna sigla posee autoridad moral para denunciar incumplimientos, menos juego sucio. Ante el caos motivado por un resultado electoral confuso, torvo, movido a la vez por un tactismo beligerante, juegan -sin excepción- la baza de explorar posiciones cómodas cara a previsibles nuevas elecciones. Todos son reos y tal escenario ilegitima cualquier intento de procesar a los demás. Rajoy atiborra de obstáculos una salida futura; realiza una maniobra sombría sin apreciar el mal agüero del cuervo que cría y alimenta. 

Pedro Sánchez, otra espiga nacional e internacional, asienta su éxito sobre el pacto PSOE-Ciudadanos. Estos, me consta, son incapaces de incumplirlo, de lanzarlo por la borda. Sánchez, en cambio, espoleado por una ambición desmedida y sin calcular riesgos futuros para España (el PSOE quedaría cadavérico), quiere ser presidente a toda costa. Tantos esfuerzos por pactar con Iglesias -levitando ciego de laurel- e independentistas, le valdrán para lograrlo. Será un presidente disminuido pese a su estatura. De forma inmediata, acreditaría una deslealtad censurable. A corto plazo, es probable que provocara otra mayoría absoluta del PP, sin Rajoy, con el PSOE capitaneando la oposición bastantes legislaturas. La izquierda pura, radical e incluso moderada, jamás puede gobernar en España. Más allá de la socialdemocracia solo existe el abismo. A ver si se enteran que esto es Europa, que estamos en el siglo veintiuno, que nuestra seca piel de toro aborrece a políticos prepotentes y sectarios, que la Guerra Civil terminó hace setenta y cinco años.

Semejante fauna - apartada de cualquier programa para proteger el ecosistema- conforma los cuervos, mezclados demasiadas veces con torpes gusanos. Sin embargo, a Rivera le sonríen los gnomos, esos geniecillos que le abrirán el futuro político. Importan sus pasos firmes, sus afanes de servicio, su integridad. Debe, no obstante, cuidar algún exceso irreflexivo, de tándem, y que enturbia su límpida trayectoria. Servicio y naturalidad son sus mejores armas, aquellas que la sociedad anhela allende los dominios de cuervos y enanos. Cordura y prudencia ante los retos del porvenir.

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