El revés en la FEMP y la falta de eventos políticos lastran la popularidad de Caballero

Abel Caballero. / Mundiario
Abel Caballero. / Mundiario
Son malos tiempos para la política espectáculo. Sin macroconciertos, ni verbenas, ni concentraciones multitudiarias de ningún tipo, sin apenas actividad social en la que dejarse ver o soltar su arenga, el alcalde Abel Caballero está como pez fuera del agua.
El revés en la FEMP y la falta de eventos políticos lastran la popularidad de Caballero

Un año después de obtener un amplísimo respaldo de sus conciudadanos, no está viviendo Abel Caballero su mejor momento como alcalde de Vigo ni como dirigente político socialista. Desde que fracasó el plan que como presidente de la FEMP pactó con el Gobierno para que los ayuntamientos pudieran disponer de sus remanentes parece haber entrado en una fase de cierta atonía. Su nombre ha dejado de figurar habitualmente en lo más  alto de las listas de trending topic, como solía. Probablemente ya no reciba las efusivas muestras de cariño, aplausos incluidos, que le acompañaban en sus recorridos callejeros o en los actos de todo tipo que nutrían  la siempre abultada agenda pública. No es que haya renunciado a la presencia pública para situarse en un plano más discreto –eso no va con su forma de ser–, pero es evidente no logra ni de lejos la repercusión mediática a la que estaba habituado.

Y es que son muy malos tiempos para la política espectáculo. Sin macroconciertos, ni verbenas, ni concentraciones multitudiarias de ningún tipo, sin apenas actividad social en la que dejarse ver o soltar su arenga, Caballero está como pez fuera del agua. Le falta el oxígeno de la popularidad con el que se nutre su enorme ego. De hecho, desde hace unos meses es como si se estuviera desdibujando la caricatura que Don Abel ha hecho de su propia personalidad a base de sustraerse al sentido del ridículo. Sus bufonadas le hacía caer en gracia a amplios sectores de la sociedad viguesa que le han venido respaldando en las urnas incluso pasando por encima de los prejuicios ideológicos. Claro que ahora, con lo de la pandemia y la crisis económica y social que nos asola, la gente del común no está para bromas, ni siquiera de buen gusto.

Además, con la crisis de la Covid-19, la ciudadanía está más pendiente que nunca de la gestión ordinaria de los asuntos que más le afectan. Y esa, al menos en su actual etapa como alcalde, no es una de las principales fortalezas de Abel Caballero, aunque ello no signifique que sea un mal gestor. No gana las elecciones porque gestione bien. Se luce sobre todo en las relaciones públicas, que justamente ahora son de lo más prescindible. Salta a la vista que lo del alcalde de Vigo no son las audiencias y las pesadas reuniones de trabajo. No es un político de despacho, sino pedestre, de pisar la calle y mezclarse con la gente, algo a lo que también ha tenido que renunciar forzosamente, no solo por pertenecer a un grupo de riesgo –acaba de cumplir 74 años–, sino por aquello de dar ejemplo como autoridad pública que es.

Está por ver si en realidad la estrella de Abel Caballero ha empezado o no a declinar. De lo que cabe poca duda es que su popularidad tocó techo electoral con los apabullantes resultados de mayo de 2019, cuando logró veinte de los veintisiete escaños de la corporación viguesa. Imposible ir a más. Es probable que esté cada vez más cerca de poner fin al largo ciclo político que inició al acceder a la alcaldía en 2007. Todo en exceso cansa. Él ínclito no se pone límites temporales, porque se siente en forma, pero en su equipo, que demasiadas veces actúa como una clá que le ríe las gracias, han debido empezar a plantearse ya la estrategia a seguir para encarar el relevo. Aunque no parece fácil, seguro que encuentran quién le reemplace en el papel institucional que hoy desempeña.  Sustituirle será imposible. Abel es único. Como él hay pocos, casi ninguno. Gracias a Dios, dirán algunos. @mundiario

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