De ¡Mi reino por un caballo! a ¡Mi hermana por un reino!

La infanta Cristina.
La infanta Cristina.

El día después de la absolución de la Infanta, al pueblo le han dejado sin espectáculo, a los medios de comunicación sin carnaza, al populismo republicano y secesionista sin el rehén más codiciado y, al Rey, sin argumentos para pasar a la historia con una frase adaptada de otro Borbón antepasado suyo: ¡Madrid bien vale una hermana!

De ¡Mi reino por un caballo! a ¡Mi hermana por un reino!

Algún día, algún profesor de historia de esos que utilizan reglas nemotécnicas para auxiliar a la memoria, le repetirá a sus alumnos del siglo XXII, XXIII, XXIV, ¡vete tú a saber!, una frase para describir el reinado de Felipe VI: ¡Madrid bien vale una hermana! Como a otro Borbón, Enrique IV, un peculiar antepasado suyo, se le atribuye la frase de ¡París bien vale una misa! para recordarnos su milagrosa reconversión del protestantismo al catolicismo a cambio de la Corona de Francia. Del intenso currículum vitae de Julio César han prevalecido en el tiempo dos ocurrencias de un historiador de cámara: “¡Alea jacta est!”, “¡Vini, vidi, vinci!” y una afortunada recreación de un dramaturgo “¡Tú también, Bruto, hijo mío!”. Y, bueno, yo le debo a un profesor de historia dos reducciones a la mínima expresión para no olvidar, a lo largo de mi vida, las vigas maestras de los reinados de Catalina la grande de Rusia: ¡Abrid ventanas!, ¡con el frío que debería hacer en su vasto imperio, oye!, y de Isabel II de España: ¡Una potencia en la cama!, delicado asunto del que ya no nos puede dar testimonio un ilustre militar inmortalizado en una calle de Madrid, considerado uno de los más asiduos visitantes a tan trascendentes audiencias Reales.

¿Una Cristina inocente puede, debe seguir desterrada?

Lejos de mí la funesta manía de no desearle larga vida al Rey, como le desearía larga vida a un hipotético Presidente de la Tercera República, oye. Pero le sume a uno en la melancolía el precio que esta dispuesto a pagar un ser humano, se supone que de carne y hueso, para subir unos cuantos puntos en popularidad en pleno auge de impopularidad de la Monarquía. Tenía un pase que Felipe VI le hiciese un guiño a los antimonárquicos, a los prorepublicanos, a los antisistema, manteniendo desterrada a su hermana Cristina mientras permanecía imputada y corría el riesgo de salir de los tribunales con la corona de espinas de antecedentes penales. Pero es nauseabundo mantenerla expulsada del paraíso cuando ha recibido la absolución de la Justicia.

¿Creer o no creer en la Justicia? ¡Esa es la cuestión! Al margen de que la Justicia solo parezca justa cuando sus sentencias coinciden con la impresión de la mayoría de los ciudadanos, de los tertulianos, de los columnistas, de los expertos juristas mediáticos y mediatizados, de los demagogos, del “heroico” juez Castro, de los tuiteros o del simpático, empático, elucubrante y oportunista Miguel Ángel Revilla, je, que el otro día dio un auténtico recital de populismo low cost en la SEXTA, resulta espeluznante que, en un país del llamado Primer Mundo, una ciudadana haya tenido que soportar la presunción de culpabilidad durante un largo período en el que tenía derecho a la presunción de inocencia y que, ahora que ha sido declarada inocente en el nombre de la Ley, siga siendo tratada como culpable en diversos medios de comunicación, entre ciudadanos de distantes ideologías, entre líderes políticos que se autoproclaman demócratas, entre varios juristas, dotados del teológico don de la infalibilidad, que se rasgan las vestiduras ante el fallo emitido por las tres colegas que han juzgado el Caso Nós.

Se puede prescindir de las Monarquías, pero no de la Justicia

Pero, bueno, ese país llamado España es así, siempre ha sido así y siempre lo seguirá siendo. Todos sus habitantes son médicos, abogados, entrenadores de fútbol, presidentes del gobierno, jueces, víctimas, verdugos, novios/as en las bodas, niños/as en los bautizos y muertos/as en los entierros. Digo yo que, en esas circunstancias antropológicas de denominación de origen ibérico, por los menos el Rey, un Rey, debería tener el valor, la grandeza de anteponer la adhesión a la Justicia a la adhesión a la Corona. Porque, no nos engañemos, si algo nos ha demostrado la historia, es que la humanidad que aspira a ser libre puede prescindir de las Monarquías pero no puede prescindir de la Justicia. Y, tarde o temprano, si asistimos a la paradoja de que a una Infanta absuelta no se le habilita y a un político condenado, catalán, por ejemplo, se le permite seguir ejerciendo a pesar de haber sido condenado a la inhabilitación para cargos públicos, ¡que todo puede ser posible en esta peculiar viña del Señor!, la democracia española puede acabar chirriando tanto como algunas democracias bananeras latinoamericanas.

Moraleja: Felipe VI puede pasar a la historia como “El prudente”, pero está haciendo oposiciones a no ganarse el hermoso y peligroso apelativo de “El justo” Y, francamente, señoras y señores, si yo fuese súbdito del Reino de España, asunto que me ofrece cada vez más dudas, no me gustaría tener un Rey “prudente” para unos, “amoldable” a las circunstancias para otros o incluso “sabio” para algunos que han eliminado la rectificación como uno de los componentes de la sabiduría. Yo no quiero un Rey que se someta constitucionalmente a la soberanía del Parlamento pero mire para otro lado cuando tiene que afrontar y administras las consecuencias del imperio de la Ley. Yo no quiero un Rey que, si saliese de su tumba Shakespeare, le inspirase a tan célebre y celebrado dramaturgo un personaje a lo Ricardo III, a ver si me entiendes, que en vez de exclamar ¡Mi reino por un caballo!, exclamase ¡Mi hermana por un reino! Atención, pregunta en el uso de mi libertad de expresión: ¿los reyes deben mantener un par de cosas entre sus piernas o entre las obligaciones de su privilegiado cargo tienen que dejarse capar?

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