La reacción a 'Operación Palace' es reflejo del divino esperpento que vive el país

Tejero, en el Congreso, durante el golpe de Estado del 23-F en España.
Tejero, en el Congreso, durante el golpe de Estado del 23-F en España.

Una España añeja y rancia, sin sentido de crítico, incapaz de reírse y cuestionarse a sí misma está llamada a ser una comunidad abocada al fracaso colectivo.

La reacción a 'Operación Palace' es reflejo del divino esperpento que vive el país

Vista la explosión de reacciones que ocasionó el falso documental “Operación Palace” de La Sexta, no me queda otra alternativa que pensar en una España añeja, rancia y aburrida que ha perdido el sentido del humor y la autocrítica. Y un país que es incapaz de reírse y cuestionarse a sí mismo es una comunidad abocada al fracaso colectivo. La trama del documental y la puesta en escena del guion fue perfecta y quien diga que adivinó desde el primer momento que se trataba de una ficción es un cretino con ínfulas.

Quienes vivimos el 23-F real, pegados al mundo de la política y la comunicación, siempre mantuvimos muchas dudas sobre lo acontecido antes, durante y después del fracasado golpe de Estado. La trama, por tanto, con sus aciertos y errores tenía para el gran público, y para nosotros mismos, más elementos para la credibilidad que fallos. Y estos no eran tan fáciles de detectar como muchos lenguaraces tertulianos, a toro pasado, andan señalando.

Con todo, el trabajo de Jordi Évole y su equipo se basaba en una fórmula de éxito que sobrevive en nuestra cultura. Me refiero al “veritatem dies aperit” de Séneca (el tiempo descubre la verdad), sobre la que habitualmente descansa la esperanza de quienes no tienen otra esperanza en esta vida. Dar tiempo al tiempo. Craso error, queridos amigos, porque el tiempo no siempre pone a cada cual en su lugar y si no miren a su alrededor, en medio de la borrasca de esta crisis del capitalismo, que está terminando en nuestro país con todo lo logrado y consolidado desde el 23-F hasta el 2008, incluido el sentido del humor hispano. 

No, no se trata de una visión pesimista de la realidad en estos días de mentiras oficiales optimistas. Simplemente es una constatación del retroceso, de intuir que al final de la crisis estaremos mucho peor que antes y que el tiempo no nos devolverá los frutos de los esfuerzos realizados en el pasado inmediato. Es la tristeza de ver cómo las generaciones que nos sucederán están a un paso de escribir de nuevo “Cuéntame cómo pasó”, otra trama de ficción sobre verdades como ladrillos lanzados desde una barricada, pero que nadie cuestiona porque la mentira tiene rótulos de mentira y cabecera con música vieja de nuevo cuño.

El 23-F de Évole ha llegado en el momento oportuno. Como si le correspondiera cerrar un ciclo en la historia real bajo la sombra de la mentira política. Justo en la encrucijada donde el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, condecora a la estatua de María Santísima del Amor con la Medalla de Oro al Mérito Policial y, en lugar de desternillarnos de risa por tamaña ridiculez, España lo asume con la misma resignación o indiferencia que veía al Caudillo entrar y salir bajo palio de las catedrales, concediéndole tiempo al tiempo. 

Hemos vuelto a la película de la España triste y miedosa del 23-F. Un país oficial al que Valle Inclán, carlista y conservador, no dudaría en titular “El divino esperpento”. Es terrible.

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