¿Reabre el Gobierno el debate sobre José Antonio al remover su tumba?

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La tumba de José Antonio en el valle de Cuelgamuros.
Sin fecha por ahora, en aplicación de la Ley de la Memoria Histórica, el Gobierno removerá al fundador de la Falange del lugar que ocupa en Cuelgamuros.
¿Reabre el Gobierno el debate sobre José Antonio al remover su tumba?

El reciente anuncio del Gobierno de que, en aplicación de la Ley de la Memoria Histórica, se propone, sin aclarar cuándo, retirar, de acuerdo con su familia, los restos de José Antonio Primo de Rivera de la tumba que ocupa desde 1957 junto al altar mayor de la basílica de Cuelgamuros, en el Valle de los Caídos, ha vuelto a suscitar en algunos ámbitos un debate sobre su figura desde diversas perspectivas. En ese sentido, unos recuerdan que Franco al tiempo que lo mitificada como “el ausente”, no hizo nada para su rescate o canje por el hijo de Largo Caballero, porque sencillamente estorbaba a sus planes de mantenerse en la cumbre del Estado sin competencia. Desde otra perspectiva, el ex dirigente comunista, historiador y economista Ramón Tamames declaraba no hace mucho que es un personaje interesante y que fue un error de la República no evitar su ejecución.

Para unos José Antonio fue una víctima más de la guerra civil, pero para otros fue uno de quienes de modo más decisivo ayudó a provocarla, recordando que su “Carta de un militar español” fue realmente un llamamiento o invitación a la sublevación de los generales alzados en 1936. Toda la carta no deja lugar a dudas, sobre todo, párrafos finales como éste: “Formad desde ahora mismo una unión firmísima, sin esperar a que entren en ella los vacilantes. Jurad por vuestro honor que no dejaréis sin respuesta el toque de guerra que se avecina”. Pero ya en el discurso fundacional de la Falange, en el Teatro de la Comedia, el 29 de octubre de 1933 dijera: “Y queremos, por último, que si esto [su programa y objetivos] ha de lograrse en algún caso por la violencia, no nos detengamos ante la violencia. Porque, ¿Quién ha dicho –al hablar de todo menos la violencia– que la suprema jerarquía de los valores morales reside en la amabilidad? ¿Quién ha dicho que cuando insultan nuestros sentimientos, antes que reaccionar como hombres, estamos obligados a ser amables? Bien está, sí, la dialéctica como primer instrumento de comunicación. Pero no hay más dialéctica admisible que la dialéctica de los puños y de las pistolas cuando se ofende a la justicia o a la Patria”. Pero hay frase en su testamento que, en todo caso, permiten pensar sobre su propia postura ante la tragedia de España”.

Es curioso recordar que José Antonio tildaba a Franco de ser un personaje extremadamente evasivo y cauteloso después de mantener una reunión con él en 1934. Franco cultivó el mito del “Ausente”, pese a las evidencias de que no hizo nada por salvarlo o canjearlo. Acaba la guerra, en noviembre de 1939 se organizó el traslado de sus restos desde Alicante, a lo largo de diez jornadas para ser enterrado en medio de la basílica del lugar de Reyes, curiosa paradoja para quien se refiriera a la monarquía como “institución gloriosamente fenecida en 1931”. Durante el franquismo se corrió un tupido velo sobre por qué no se intentó rescatar a Primo de Rivera, pese a que tanto la Alemania nazi como Portugal estuvieron dispuestos a contribuir al traslado de un comando de rescate, y menos por qué no fue canjeado como se hizo con otros personajes de ambos bandos.

El congreso científico que no se celebró

Con el fin de desmitificar, en uno u otro sentido, su figura, hace unos años, el catedrático emérito de la Universidad Complutense de Madrid y decano de los cronistas de la capital de España, Enrique de Aguinaga, propuso la celebración de un congreso, al que se convocaría a los más autorizados historiadores de España y a los hispanistas más prestigiosos que han estudiado nuestra convulsa historia, a fin de analizar por encima de interesadas manipulaciones al fundador de la Falange. Pero, en contra de lo que ha ocurrido en Alemania o Italia con respecto al nazismo y al fascismo (al que se ha considerado más próximo el modelo de la Falange) se consideró que no era “políticamente correcto” abordar aquí tal cuestión desde el punto de vista académico; es decir, nuestro propio fascismo a través de uno de sus principales personajes.

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Enrique de Aguinaga, catedrático emérito de la Universidad Complutense de Madrid y decano de los cronistas de la capital de España. / Mundiario

En la vida de Primo de Rivera, hasta su ejecución en Alicante, se suceden episodios de enorme contraste. Uno de ellos son sus relaciones con el dirigente del PSOE, Indalecio Prieto, con el que, en una ocasión, en pleno parlamento, llegaron a las manos, al responder Primo de Rivera a las críticas del socialista a la etapa de su padre el dictador. Pero en el mismo escenario, el 3 de junio de 1934, José Antonio se acercó a Prieto para estrecharle cordialmente la mano, cuando éste se opuso a que le fuera levantada la inmunidad parlamentaria por el mismo caso que concernía a un diputado socialista. E su libro “Convulsiones de España”, Prieto escribe con ocasión del traslado de los sus restos desde El Escorial, donde fuera inhumado al acabar la guerra civil, al Valle de los Caídos el 30 de marzo de 1959: “Era un hombre de corazón, al contrario de quien será su compañero de túmulo en Cuelgamuros. José Antonio ha sido condenado a una compañía deshonrosa, que ciertamente no merece, en el Valle de los Caídos. Se le deshonra asociándole a ferocidades y corrupciones ajenas.”

Aparte de todo esto, hay dos episodios llamativos en este asunto: uno con respecto a Primo de Rivera e Indalecio Prieto, y otro con respecto al propio juez que presidió el tribunal que lo condenó a muerte y la generosa actitud de su familia con el citado magistrado. En enero de 1977, en plena transición política, Miguel Primo de Rivera y Urquijo, sobrino y ahijado de José Antonio, recibió la visita inesperada de Víctor Salazar, miembro destacado del Partido Socialista, como albacea testamentario de Indalecio Prieto, para hacerle entrega de las llaves de la caja fuerte del Banco Central de México, donde se guardaba la maleta donde se guardaban los objetos personales que José Antonio en la prisión de Alicante, incluido su mono azul de miliciano. En la famosa maleta se hallaban cartas personales dirigidas a un imposible amor.

El proceso y la condena

Asunto especialmente curioso fue el de la relación de Primo de Rivera con el juez Eduardo Iglesias Portal que presidía el tribunal que lo condenó a muerte y que estaba formado por tres magistrados y un jurado de catorce miembros designados por los partidos del Frente Popular y los sindicatos afectos. Tras el 18 de julio, se crearon los Tribunales Populares con la composición indicada. José Antonio se defendió a sí mismo, a su hermano Miguel y a la esposa de éste, Margarita Larios. El 18 de noviembre de 1936 fue condenado a la pena de muerte como autor de un delito de rebelión militar. Miguel es condenado a reclusión perpetua y Margarita, a seis años y un día de prisión mayor. Se niega la tramitación del recurso para revisión de la causa ni tampoco la apelación telegráfica al presidente del Gobierno, Largo Caballero.

Durante años se afirmó que la orden de la condena había sido enviada directamente de Moscú, por medio del embajador soviético Rosenberg al socialista Largo Caballero. Uno de los miembros del jurado, el comunista Marcelino Garrofé, dejó un testimonio irrefutable, ante la propia defensa que Primo de Rivera hiciera de sí mismo: “¡No podemos seguir así. Estamos haciendo el ridículo! La sala, el jurado, el fiscal, todos actuamos apabullados. Antón y Millá, después de escucharme, se limitó a decir: Es una orden del partido y, sea como sea, hay que cumplirla y cuanto antes. Los miembros del Comité Provincial de Alicante me enseñaron la comunicación del buró comunista, en la cual se trasladaba la orden del Presídium de eliminar la cabeza visible del Alzamiento”.

El abrazo al juez que lo condenó

Confirmada la condena, José Antonio tuvo un gesto inesperado, del que fue testigo su cuñada también condenada y que el profesor Enrique de Aguinaga ha recuperado en alguna de sus publicaciones: “tras sentirse condenado a muerte, José Antonio se rehace y, sonriente, anima sus hermanos: Estáis salvados”. Sube al estrado y abraza al presidente, el magistrado Iglesias del Portal. El abrazo habría quedado oculto para siempre en la intimidad del sumario, si no hubiera sobrevenido el testimonio irrecusable de las hijas de Iglesias Portal que, con fecha 30 de enero de 1955, desde México, escriben a Miguel Primo de Rivera, entonces Embajador de España en Londres y le ruegan que pida a Franco el perdón y el indulto a su padre. La familia Primo de Rivera aceptó mediar ante Franco para que fuera indultado el juez que había condenado a muerte a José Antonio.

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José Antonio y el juez Iglesias Portal que lo condenó. / Archivo

El 27 de julio de 1956, el Consejo de ministros presidido por Franco concedía el indulto al magistrado Iglesias Portal, que regresa desde Francia 12 de marzo de 1959. Sin que nadie lo molestara, se retiró a su casa de Aguilar de la Frontera (Córdoba) donde se reunió con familia. Falleció el 19 de enero de 1969. Como escribe Javier Castro Villacañas, vivió los diez últimos años de su vida “entre libros, olivos, nietos, amigos y viajes, sin que nadie interrumpiera su vida con leyes revisionistas, ni decretos que invocaran ningún tipo de venganza". @mundiario 

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