Hay razones que, al paso de los meses, se transforman en auténticas sinrazones

Leonardo Da Vinci. / Museo de la Ciencia
Leonardo Da Vinci. / Museo de la Ciencia

Decía Leonardo da Vinci: “Quien de verdad sabe de qué habla, no encuentra razones para levantar la voz”.

Hay razones que, al paso de los meses, se transforman en auténticas sinrazones

Para discernir o argumentar con propiedad cualquier asunto, es necesario precisar o consensuar los significados. Si cada uno aplica como le viene en gana la -a veces- imprecisa polisemia de nuestro idioma, difícilmente puede llegarse a resultados satisfactorios. Por este motivo, es imprescindible establecer los términos de extensos debates multitudinarios y escasas lucubraciones personales. La España del sesteo, del despertar somnoliento, confuso y perezoso, representa un velero. Desarbolado el velamen y roto el timón, navega sin rumbo sometida a los embates que políticos de tres al cuarto y medios habilidosos, pero felones, acrecientan sin ninguna consideración. Ambos constituyen la sustancia, el aderezo principal, cuando se trata de adoctrinar, de corromper, la mente social.

Llamamos razones al conjunto de argumentos o demostraciones que se aducen en apoyo de algo. Buen ejemplo, entre otros muchos, es el pleno concierto del pueblo llano ante esta palpable inviabilidad económica del Estado Autonómico. Como bien sabemos, su origen tuvo poco que ver con el objetivo de acercar la Administración al ciudadano. Esa fue la excusa que ocultaba el verdadero empeño. Los padres de la Constitución quisieron agradar a los nacionalismos sin prever el verdadero alcance de esta decisión. Cierto es que en Cataluña, País Vasco y Galicia (en menor medida), existían nacionalismos históricos que era preciso albergar en el nuevo marco. Así, al menos, pensaban quienes elaboraron el Título Octavo. Años después se ha demostrado el error que introdujo su voluntarismo un tanto ingenuo, irreflexivo.

Se denomina sinrazones a aquellas actividades hechas contra justicia y fuera de lo razonable o debido. Como locución adverbial sería sinónimo de injustamente. Conforma la cara maldita, el adoso lamentable, de todo lo que significa y conlleva el vocablo razones. Al igual que cara y cruz, acción y reacción, luz y sombra, nacen a la vez haciendo imposible su existencia si desgajamos las unas de las otras. Este escenario nos lleva a la certeza de que adyacente a una buena razón siempre podremos encontrar una incómoda sinrazón, a poco que nos lo propongamos. He aquí la desnudez de cualquier político si el ciudadano se empeñara en prodigarla. El hombre público sabe o rumia (verbo inocuo, extraído al azar) las debilidades de una masa descerebrada, condimento preciso para cocinar cualquier plato con o sin receta culinaria. Es la terrible contingencia de toda fatalidad cuando nutre una desidia onerosa, perversa.

En ocasiones se manifiestan juicios que son ciertos en todos sus términos. No obstante, y a la vez, se ocultan malintencionadamente otros con la misma o más enjundia que los expresados y también verídicos. Días atrás, Miguel Urbán (izquierda capitalista) aireaba con todo detalle la corrupción del PP. Casi alcanzaba el éxtasis desgranando casos de todo orden: Gürtel, Bárcenas, Lezo, Púnica, Bankia, para terminar con las ruinosas autopistas radiales que costarán cinco mil millones. Cualquier oyente objetivo debería estar de acuerdo con él, pero el deseo reiterado de servicio a la ciudadanía quedó indigente. Ni se le ocurrió mencionar la carga insoportable del Estado Autonómico, menos pedir su disolución. De eso nada, que también afecta a Podemos. Asistir al ciudadano dando patadas al resto de partidos, siempre. Si tal servicio implicara un dilema potencial que llegara a hacernos daño, jamás. Conclusión: casta y no casta (pero que es casta igual o peor) no se atreven a terminar con las autonomías; ni siquiera dejarlas más baratas. Viva el derroche de ese dinero que no es de nadie, al decir de la ministra. ¿Servir al ciudadano…? Menuda jeta.

Tras estas medias razones, hemos de introducir alguna sinrazón. La más actual -tal vez la más absurda- ha sido instigada sin freno por las juventudes de la CUP, el grupo Arran. Con poco sentido y menor oportunidad, este verano han iniciado por toda Cataluña asaltos feroces e indiscriminados contra el turismo. Tal actitud se conoce como turismofobia. Tan estúpida estrategia, aceptada cuando no potenciada por la ultraizquierda, resta capacidad económica a esta comunidad tan falta. Origina una alarma innecesaria entre turistas y empresas. Destroza, al tiempo, la imagen de una España acogedora, segura. Pone en peligro cientos de miles de puestos de trabajo por necios pruritos ideológicos, de cuya rentabilidad negativa no existen dudas. Esto, señores, es corrupción cándida, de guante blanco.

El pacto PSOE-Podemos en Castilla la Mancha, incluidos los fulminantes desacuerdos surgidos en cada formación, es un caso más de sinrazón. Actúan con tanta ceguera que no les sirve el ejemplo francés u holandés, donde socialistas radicales consiguieron desencantar a sus electorados y quedar reducidos a partidos testimoniales. Aquí, Pedro Sánchez, con la cómplice anuencia de sumisos colaboradores, (pese a las encuestas) les puede conducir a parecida mengua. Abandonar la praxis socialdemócrata en beneficio del frentepopulismo, nos arrastra a épocas que nuestra sociedad quiere desterrar de forma definitiva. Una sinrazón vana pues vislumbran -unos y otros, más allá de legítimas ambiciones- su incompatibilidad manifiesta.

Hay razones que, al paso de los meses, se transforman en auténticas sinrazones. El PP, por boca de sus líderes destacados, siempre ha confirmado que jamás consentiría el referéndum catalán. Ahora, Levy afirma que nunca se celebrará un referéndum legal. Interpreto, lo conjeturaba desde el primer momento, que se va a celebrar, pero sin aquiescencia legal del Estado; por tanto, será ilegal. Para este viaje, para hacerse trampas en el solitario, no se necesitan alforjas. Cada día se levanta esa neblina publicista que todo lo difumina. Constituye la sinrazón política. Sin embargo, nada comparado con el broche final. Partidos que tienen un concepto insólito de la democracia, no solo aplauden la ocupación de viviendas, sino que la potencian y amparan. En el colmo, ofrecen pautas, información precisa para hacerlo. Decía Leonardo Da Vinci: “Quien de verdad sabe de qué habla, no encuentra razones para levantar la voz”. Estos la levantan, y mucho. Entre tanto, las leyes, la justicia, hacen coro; conforman un aldabonazo, una llamada colorista. Buen broche de oro para condensar la madre de todas las sinrazones.

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