Rajoy y Rubalcaba ultiman sus papeles para la inminente comedia en el Congreso

Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba / Telecinco.
Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba / Telecinco.

A pocas horas del Debate sobre el estado de la Nación, un Alfredo ciego y un Mariano sordo se disponen a protagonizar la hilarante comedia del año.

Rajoy y Rubalcaba ultiman sus papeles para la inminente comedia en el Congreso

A pocas horas del Debate sobre el estado de la Nación, un Alfredo ciego y un Mariano sordo se disponen a protagonizar la hilarante comedia del año. ¡Es una pena que España no esté para coñas…!

Ahí los tienes, Rubalcaba y Rajoy, el roto de Ferraz y el descosido de Génova, a punto de interpretar sus hilarantes papeles en la gran comedia del año, de cada año, a la que seguimos llamando Debate sobre el estado de la Nación. Ahí los tienes, ya digo, tras un fin de semana rodeados de coach personales, de Arriolas, de Valecianos, de Alvaronadales, de Óscarlópeces, de Jorgemoragas, repasando sus papeles cómicos de sordo y de ciego en la versión española de “No me chilles que no te veo”, cuyo estreno va a tener lugar este 25 y 26 de febrero, ¡mucha mierda, señores!, en el gran teatro de la comedia nacional popularmente conocido como el Congreso de los Diputados.

Esto de los debates sobre el estado de la cosa, lo estrenó Felipe un año después de su gloriosa victoria, cuando se impuso el toque de silencio en los cuarteles, se extendió una constelación de estrellas novas (modelo Gutiérrez Mellado) en el insondable firmamento caqui, y los médicos forenses del Estado informaron a Julio Feo, en Moncloa, que los gusanos del tiempo y de la historia estaban haciendo su infalible trabajo con los restos mortales del franquismo. Antes, cuando Adolfo, lo que se hacían eran jornadas de reflexión sobre el estado de salud de la Transición española; chequeos a un país convaleciente de un trasplante de Régimen; test sobre posibles rechazos de órganos democráticos que habían ido sustituyendo a órganos de una dictadura. Eran los tiempos en que Guerra, el tahúr del Guadalquivir, ponía a prueba la resistencia de nuestra endeble democracia bautizando al primer Presidente electo como “tahúr del Mississipi”. Un asunto, junto a otras perlas cultivadas de la época que, a mis escasas luces, contribuyó a poner a Suárez a los pies del fantasmagórico e indomable caballo de Pavía, a ver si me entiendes, como una alegoría equina que irrumpió de nuevo en nuestra historia montada por un teniente coronel friki, cañí, que habría pasado sin problemas un casting de Berlanga.

23 debates de la cosa en 30 años, zin acritú y con garbanzos

Pero, bueno, a lo que íbamos. Que fue Felipe el que inició esta serie de 23 partes médicos sobre la salud de España en los últimos 30 años. Como nadie ponía en duda, todavía, que este país era un sólo Estado y una sola Nación, el Presidente González se lo pasó bomba disparando zin acritú a todo lo que se movía a diestra y siniestra: fachas reciclados, Stalinistas con careta, eurocarrilistas momificados, náufragos centristas aferrados al clavo ardiendo de Fraga, nacionalistas ocupados con su frustrada y frustrante operación Cambó, heroicos Suaristas digiriendo la insoportable levedad del ser del sueño roto de Adolfo. En el coto de caza del postfranquismo converso, el comunismo asilvestrado, el nacionalismo acojonado y el centrismo castrado, el joven Isidoro se ponía los votos con el pueblo y las botas con sus señorías, ¡angelitos míos!, que caían como conejos en el Hemiciclo. Menos mal que, por lo menos, de aquellos debates siempre se sacaba algo en limpio  por gentileza de Fraga: el precio de los garbanzos. Con razón Felipe llegó a reconocer en una ocasión, ante un pleno de la Cámara  estupefacto, que al Viejo León de Villalba le cabía el Estado en la cabeza. Ahora sabemos que el Presidente González no era un coñón, oye, sino un visionario. Debía tener una bola de cristal en la bodeguilla y había contemplado lo que nos deparaba el funesto futuro: un ZP, un Rajoy, que ni siquiera eran capaces de saber el precio de un café ante un montón de españoles que tenían una sencilla pregunta para ellos.

El mantra del ¡Váyase, señor González!

Luego fue cuando Fraga dijo aquello de ni tutelas, ni tu tías, ¿recuerdas?, y mandó calentar a José María Aznar, que estaba el hombre chupando banquillo, y empezó a resonar en la tribuna del Congreso el mantra que se expandió por una España afanada en despejar la X de la ecuación mediática de Pedro Jota: ¡Váyase, señor González! Por fin hubo debates en los que el nuevo Isidoro de Sevilla se sintió incómodo, como el Barça el otro día en Anoeta, y le pasó por la cabeza la remota posibilidad de perder su silla. Y tanto fue el cántaro a la fuente, Roldanes a la caja, ministros a la cárcel, que al final Josué Aznar llevó a la derecha a la Tierra Prometida de La Moncloa, tras una travesía del desierto de 3 años de transición y 14 de socialismo.

El estrafalario caso del Presidente Aznar y míster Ánsar

Los debates sobre el estado del asunto durante las dos legislaturas de Aznar, los repasan todavía los psiquiatras cuando les asalta alguna duda sobre personalidad múltiple. Los primeros cuatro años, cuando el Presidente hablaba catalán en la intimidad, en el Congreso no había tribuna propiamente dicha, sino talmente un balcón o un sofá, según Don José María hiciese el papel de Romeo de Euskadi o de Don Juan de Cataluña. Pero, chico, los segundos cuatro años, cuando aquel muchachito de Valladolid decidió hablar con acento tejano en público y en privado, en el rancho de Bush y en La Carrera de San Jerónimo, en una Moncloa aislada y en una isla de Las Azores, El Extraño caso del Doctor Jekyll y míster Hyde, del pobre Robert L. Stevenson, pasó a ser un caso vulgar en comparación con el estrafalario caso del Presidente Aznar y míster Ánsar.  

“Bambi” Zapatero y Mariano “manostijeras”

Aquellos fueron debates cesaristas, megalómanos, narcisistas, “churchillianos”. Grandilocuentes partes médicos desvelados en cargados ambientes que olían a Idus de Marzo cuando los Brutos conspiraban contra Adolfo; que sonaban a “Filipicas” ex cáthedra cuando la oposición no tenía quien le escribiera; que rezumaban delirios napoleónicos cuando Aznar no tenía en el partido quien le rechistara. Ahora, desde que llegó “bambi” Zapatero y le sucedió después Mariano “manostijeras”, la magia ha desaparecido. No es que la democracia española se haya hecho aburrida, como aconsejaba Sir Winsthon Churchill, es que se ha hecho vulgar, hueca, de plastilina, harapienta por fuera y putrefacta por dentro. Ahora, director, hay días en que uno duda si nuestros políticos no se estarán convirtiendo en vampiros, a medida que se hacen vitalicios, nos chupan la sangre, huelen a corrupción, permanecen aforados en sus ataúdes institucionales y cada vez resisten peor la luz del sol y los taquígrafos. Hay días, cuando se acerca una cita con las urnas, en los que te invade una duda metódica: si tu voto es un hermoso don para elegir alcaldes, presidentes autonómicos, diputados, senadores, presidentes del Gobierno, o una siniestra coartada para colocar en el poder a un Conde Drácula, unos cuantos príncipes de las tinieblas y millares de lacayos chupasangres, chupasobres, chupacomisiones, chupaeuros, al frente de una sociedad desangrada.

La guerra de Gila entre el PP y el PSOE

El caso es que empieza en el Congreso esa nueva guerra de Gila entre Rajoy y Rubalcaba, y nosotros con estos pelos. Si no fuera porque España no está precisamente para coñas, estaríamos esperando su salida a escena para echarnos unas risas, como in illo témpore aguardábamos con ansiedad los sketchs de Tip y Coll, de Martes y Trece o de Cruz y Raya, ¿recuerdas? Lo que pasa es que el personal ha ido perdiendo su proverbial sentido del humor al meteórico ritmo en el que ha ido perdiendo su empleo, su poder adquisitivo, su confianza en la clase política y su esperanza de seguir llevando a casa el pan suyo de cada día. En otras circunstancias, la verdad, la parodia que van a montar Mariano y Alfredo podría competir perfectamente con el debate entre Encalna y la célebre señora de las empanaillas de Moztoles.  Pero, en las actuales, perdonen ustedes si me despido a la profética manera de aquellos dos cachondos y geniales maestro del absurdo: la década que viene, o la siguiente, o quizá el próximo siglo, hablaremos del Gobierno. O sea, cuando vuelva a haber gobierno, y oposición, y decencia política, y debates para salvar a España, en vez de debates para que España les salve a ellos, y DEMOCRACIA con todas sus letras en mayúsculas…

Menos mal que, por lo menos, cuando sus señorías vayan al bar del Congreso a celebrar su nueva y colectiva tomadura de pelo a su pueblo, las copas le van a salir el doble de caras.

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