Mariano Rajoy ha dado muestras suficientes de no ser capaz de abordar la corrupción

Mariano Rajoy durante su intervención en el Congreso. / @Congreso_Es
Mariano Rajoy durante una intervención en el Congreso. / @Congreso_Es

La corrupción no solo mina la credibilidad del Gobierno y de las instituciones, sino que está deteriorando el sistema político. El PSOE, enzarzado en unas primarias narcisistas, no tiene tiempo para liderar la exigencia de responsabilidades. Un análisis sobre España tras las presidenciales francesas.

Mariano Rajoy ha dado muestras suficientes de no ser capaz de abordar la corrupción

Los dos partidos franceses que han dominado la vida política durante los últimos cincuenta años, han quedado excluidos de las elecciones presidenciales. Como alternativa emerge un partido personalista de reciente creación, dirigido por Emnanuel Macron, que fue durante un breve tiempo ministro socialista, y un partido en la línea de Donald Trump, que aquí etiquetamos  como ultraderecha, dirigido por Marine Le Pen.

Inmediatamente, los dos grandes perdedores, socialistas y republicanos, han  respaldado a Macron, con lo que su victoria es previsible. Nada es gratis y el cálculo subyacente es que dependerá parlamentariamente de esos partidos. El presidente francés goza de amplios poderes en política exterior, lo que explica la euforia de Bruselas. Y como se reputa de liberal, también explica el entusiasmo de los poderes financieros.

Macron y Le Pen.

Macron y Le Pen.

Pero el resultado es inquietante. Como líder de la oposición se perfila Le Pen, hasta ayer casi extraparlamentaria. No es extraño que Melenchon, radical de izquierdas, se niegue a respaldar a Macron y a dejar libre el campo de la oposición.

Por otra parte, el Partido Socialista francés, todavía en la Presidencia y dirigiendo el gobierno cosecha un bochornoso 6% de apoyo, asomándose al precipicio de su desaparición. En Francia habrá elecciones legislativas en unos meses, lo que puede facilitar tanto una extraña alianza de gobierno como una inestabilidad a la española.

En España no hay un partido como el lepenista, pero si hay un crisis profunda de los partidos políticos tradicionales. Esta semana se ha conocido otro escandaloso caso de corrupción del PP de Madrid, su principal bastión electoral

En España no hay un partido como el lepenista, pero si hay un crisis profunda de los partidos políticos tradicionales. Esta semana se ha conocido otro escandaloso caso de corrupción del PP de Madrid, su principal bastión electoral. La imagen de su Presidente acompañado de colaboradores, portando bolsas presuntamente de billetes, nada menos que en Colombia, siendo espiado por detectives pagados por una empresa, cuyos informes acaban en la mesa del Gobierno para ser ignorados, es demasiado surrealista.

La corrupción no solo mina la credibilidad del Gobierno y de las instituciones, sino que está deteriorando el sistema político. Mariano Rajoy ha dado muestras suficientes de no ser capaz de abordarla. Todos los dirigentes populares territoriales que lo acompañan en las decisiones se muestran igualmente incompetentes para tomar decisiones, probablemente porque saben más de lo que hasta ahora se conoce.

Ante un caso tan flagrante de latrocinio a cargo de personalidades  relevantes, la respuesta de la oposición es tibia. El PSOE, enzarzado en unas primarias narcisistas, no tiene tiempo para liderar la exigencia de responsabilidades.  En realidad esas primarias carecen de contenidos reales,  ya sea sobre los problemas del país, el tipo de oposición o las reformas necesarias. Los candidatos han optado por el discurso emocional, por el relato autorreferencial. Es poco probable que los electores estén interesados.

Podemos  ha dejado la política por el espectáculo y Ciudadanos está tan atento a la corrección política como vacío de respuestas. España no es Francia pero el malestar de los ciudadanos es probablemente superior y se expresará en las urnas, seguramente de forma distinta a como la clase política quiere creer. Sería responsable mirarse en el espejo de Francia y reformarse cuando aún se está a tiempo.

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