¿Quiénes niegan el cambio climático y por qué?

Emisiones contaminantes de la industria. / Pixabay.
Emisiones contaminantes. / Chris LeBoutillier. / Pixabay

En EE UU, los “negacionistas” del cambio climático, con Trump a la cabeza, tienen poderosas razones para contradecir al mundo científico: se llaman ganancias y dividendos. ¿Qué hacer desde Europa?

¿Quiénes niegan el cambio climático y por qué?

Los “negacionistas” del cambio climático, con Trump a la cabeza, tienen poderosas razones para contradecir al mundo científico.

El pasado 28 de mayo, Jeffrey Sachs, profesor y director del Instituto de la Tierra en la Universidad de Columbia y asesor especial para el Secretario General de Naciones Unidas sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenibles (ODS), intervino en el seminario: “La Transformación Ineludible” organizado en Madrid por la Red Española de Desarrollo Sostenible (REDS), la Universidad Politécnica, el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal) e Iberdrola.

Sachs describió con gráficos muy precisos la situación en la que nos encontramos respecto al cambio climático: la temperatura ya ha aumentado un grado desde los inicios de la revolución industrial y se incrementa aproximadamente 0,2 grados por década, mientras el mundo científico alerta sobre las graves consecuencias que tendría si llegase a sobrepasar los 1.5 grados; la relación entre los niveles de CO2 que se acumulan en la atmósfera, el calentamiento global y el cambio en el nivel del mar es del todo evidente, y más de la mitad de las ciudades más pobladas del mundo están en zonas costeras; las emisiones de CO2 todavía están en aumento en China e India y aunque en Europa y EE UU han comenzado a declinar, siguen siendo excesivamente elevadas; la extensión afectada por los incendios forestales en EE UU se ha duplicado como promedio entre 1960-2000 y 2000-15, alcanzando los 7 millones de acres anuales (un acre equivale aproximadamente a media hectárea).

Un matiz importante: a pesar del papel actual de China como principal emisor de CO2 en términos absolutos -aunque todavía muy lejos de EE UU en emisiones per cápita- la responsabilidad por el CO2 acumulado en la atmósfera corresponde, con diferencia, a los países más ricos: EE UU y el Reino Unido han lanzado más de 300 toneladas por persona entre 1751 y 2016, seguidos de cerca por Alemania y Canadá; a continuación aparece Rusia con 200, mientras China apenas llega a las 50 toneladas por persona, América Latina a 25 e India y África a 20. Por ello hay que hablar de responsabilidades compartidas pero diferenciadas.

La buena noticia es que la generación de energías alternativas y sostenibles, como las provenientes de paneles solares y turbinas de viento, ya es competitiva en costes frente a otras fuentes basadas en la quema de combustibles fósiles.

El objetivo aprobado en el “Acuerdo de París” es que el aumento de la temperatura no sobrepase los 1,5 grados, lo que significa que las emisiones de CO2 deberán ser cero a partir de 2050. Aunque necesario y posible, es un propósito muy ambicioso si se considera que en la actualidad soltamos a la atmósfera cerca de 40 gigatoneladas al año -40 mil millones de toneladas-. Es más, a partir de 2050 habría que reducir las emisiones por debajo de cero para eliminar el exceso del CO2 acumulado.

La buena noticia es que la generación de energías alternativas y sostenibles, como las provenientes de paneles solares y turbinas de viento, ya es competitiva en costes frente a otras fuentes basadas en la quema de combustibles fósiles.

La mala, ya archisabida, es que Trump ha anunciado la retirada de EE UU del Acuerdo de París, aunque todos los demás países del mundo han reiterado su compromiso y no lo abandonarán a pesar de que lo haga la superpotencia.

¿Dónde se localiza el problema?

EE UU no avanza decididamente por una senda sostenible debido en buena parte a los lobbies del petróleo y gas, los cuales, para defender sus intereses, invierten en torno a 100 millones de dólares anuales en donaciones al Partido Republicano -destinatario del 88% de esas contribuciones- y al Demócrata -que recibe el 12% restante-. Las compañías petroleras distribuyen los huevos en distintas canastas, aunque sus preferencias son nítidas.

Se trata de empresas que no sólo quieren recuperar las inversiones ya efectuadas en activos relacionados con el petróleo -y por eso niegan el problema y se oponen a todo lo que sea reducir las emisiones de CO2- sino que siguen invirtiendo en esos sectores contaminantes como si no hubiera razón alguna para cambiar el “business as usual”.

Las empresas que aportan el grueso de esos fondos son: Koch Industries -las de los hermanos Koch, principales financiadores de la campaña de Trump-, Chevron Corp., Exxon Mobil, ConocoPhillips, Royal Dutch Shell, Occidental Petroleum, PB, American Petroleum Institute, Marathon Petroleum y Phillips 66, todas ellas con aportes superiores al millón de dólares al año; unos pagos, inevitable mencionarlo, que se han multiplicado en esta década, justo la de mayor conciencia ecológica. ¿Alguna duda sobre si estas compañías han tenido que ver con la decisión de Trump de retirarse del Acuerdo de París? Así que, así están las cosas al otro lado del Atlántico.

¿Qué puede hacer la Unión Europea?

Sachs considera que la UE debería tomar una posición decidida de liderazgo y apoyo a los 180 países firmantes del Acuerdo de París para que cuenten con un conjunto de planes ambiciosos de descarbonización. Centrándose en Asia, puesto que el problema es menor en América Latina y África, la descarbonización tendría efectos muy beneficiosos, entre otros, en la salud de sus habitantes, ya que aquel Continente es muy vulnerable a olas de calor, sequías, inundaciones y tormentas extremas, y sus ciudades cuentan con una excesiva polución.

Sachs propone que la Unión Europea se involucre con China en el proyecto de la “Nueva Ruta de la Seda”, una ambiciosa inversión en carreteras, líneas de tren de alta velocidad, puertos…, promovida por el gigante asiático, que dispone ya de un fondo de 40 mil millones de dólares con esa finalidad, y que uniría Asia con Europa.

Sachs propone que la Unión Europea se involucre con China en el proyecto de la “Nueva Ruta de la Seda”, una ambiciosa inversión en carreteras, líneas de tren de alta velocidad, puertos…, promovida por el gigante asiático, que dispone ya de un fondo de 40 mil millones de dólares con esa finalidad, y que uniría Asia con Europa. La participación europea debería lograr que la construcción de esas infraestructuras sea cuidadosa con el medioambiente y contaría con un claro propósito geoestratégico: reducir el antagonismo creciente entre EE UU y China. Nada sería más catastrófico para el medio ambiente que una nueva “Guerra Fría”, ahora con China, en lugar de la colaboración entre los dos colosos. La UE podría intermediar entre ambos.

Los ámbitos en los que más se está avanzando en la reducción de emisiones son el energético, con las nuevas fuentes de energía sostenibles (solar, eólica, geotérmica, hidroeléctricas…); el del transporte de personas, con los vehículos eléctricos; y el de las nuevas edificaciones, con un uso más eficiente de energía. Todos ellos podrían conseguir las “cero-emisiones” de CO2 en 2050 sin gran dificultad. En otros sectores, como la siderurgia, la navegación aérea, el transporte marítimo o las petroquímicas, habrá que esforzarse mucho más. Otro reto es el uso de la tierra, que requiere finalizar la deforestación, restaurar las tierras degradadas y también mejorar la dieta humana actual, con un consumo mayor de productos alimenticios de temporada y de cercanía y menor en carne vacuna.

La Unión Europea mantiene una voluntad decidida respecto al cambio climático con el compromiso de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero como mínimo el 40% respecto a los niveles de 1990, como recoge el “Marco sobre el clima y energía para 2030”. Parece estar en condiciones de abordar tres tareas fundamentales: la primera, a la interna, avanzar en la descarbonización de los sectores mayores emisores de CO2, con las energías renovables, el uso sostenible del suelo y de la agricultura, la electrificación del transporte y la industria y el impulso a la eficiencia energética, entre otras acciones.

La segunda, hacia el resto del mundo, apoyar a las distintas regiones en sus esfuerzos para controlar las emisiones de gases de efecto invernadero con una mirada especial puesta en China, para potenciar la colaboración con este país, en lugar del enfrentamiento. Cierto que no será fácil, pues Trump necesita un enemigo exterior por muchas razones -entre ellas, para justificar el elevado gasto militar de su país: 716 mil millones de dólares aprobados para 2019- y ninguno parece más apropiado, por temible, que China; también porque la UE está dividida y algunos de sus líderes se encuentran más cerca de Trump que del resto de Europa; y en fin, porque el gigante asiático tiene sus propios intereses como superpotencia emergente. Pero no hay un camino mejor que el de la colaboración entre las grandes potencias si lo que nos ocupa es el control del cambio climático y lo que nos preocupa es el futuro de la humanidad.

Si ambas tareas son evidentes, habría una tercera deseable: dejar muy claro a las compañías petroleras lobistas que sus nuevas inversiones en energías contaminantes no sólo perjudican el medio ambiente, sino que serán negativas también para sus dividendos, pues en Europa no las queremos y carecen de futuro. Seguro que los accionistas y gestores de estas empresas entienden bien los argumentos que tienen que ver con sus cuentas de resultados. @mundiario

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