¿Quién ha ganado las primarias del PSOE, Sánchez o Rivera?

Pedro Sánchez y Albert Rivera. / PSOE
Pedro Sánchez y Albert Rivera. / PSOE

El patito feo tuvo que hacer pactos con el diablo de la militancia, al igual que Fausto, para prometer un futuro en ese diseño depurado de “sí es sí”.

¿Quién ha ganado las primarias del PSOE, Sánchez o Rivera?

El epígrafe no puede considerarse escarnio ni conflicto psicótico; deseo enfocarlo como tesis verosímil. Noches atrás, Pedro Sánchez pudo sentir el dulce placer de la venganza; en su caso, pronostico un placer diminuto, pasajero. Aun notable, obtuvo una victoria pírrica antes de la derrota final. Para ganar la guerra precisa un giro copernicano que ni los talantes, ni los talentos, parecen facilitarlo. Los suyos, sobre todo, y los de aquellos que se concentraron a las puertas de Ferraz. El patito feo, lerdo, tuvo que hacer dos pactos con el diablo de la militancia, al igual que Fausto, para en una fuga demagógica, falsa, prometer -cual protagonista de cuento infantil- mercedes ilusorias, oníricas; un futuro resuelto en ese diseño depurado, cabal, exhaustivo, de “sí es sí”. De una pieza dejó a barones y secretarios autonómicos cuando un afiliado murciano acusó a la gestora de prácticas mafiosas, entre otras lindezas, taponando el sendero que debería cerrar fracturas tras el proceso electoral. Esa campaña hosca, infame, inconcebible, tiene un peaje que antes o después deberá abonar. Susana, sigue sin descubrirme sus méritos, ya lo dio a entender cuando dijo que se ponía al servicio del partido. ¿Renunció a admitir las órdenes del secretario general? Así que lleguen las primeras elecciones (dentro de dos años) y recoja una derrota insólita, saldrán a relucir las dagas hoy envainadas. Sánchez, hará sangre pero, a poco, su ambición desmedida, e innoble sectarismo, le pasará factura. Conjeturo que jamás será presidente del gobierno. Vivir para ver.

Sánchez dedujo que para ganar al aparato del PSOE debía sembrar una polarización absoluta entre militantes buenos y malos, guardianes de las esencias socialistas y traidores a ellas, reabriendo viejos enfrentamientos tribales. Empezó a hacerlo el mismo día uno de octubre de dos mil dieciséis. Es decir, su campaña duró ocho meses largos. Ha superado todas las líneas rojas sin mover una pestaña. Lo exigía su codicia y a ello se dedicó por entero con malas artes. Tan amoral empresa le sirve para hacerse con la secretaría general pero tal perversión, salvo amaño del azar díscolo, impide cerrar heridas, que sangrarán durante mucho tiempo, y rubricar acuerdos de interés general. Sin duda es buen táctico pero pésimo estadista. Ha cometido el pecado de la soberbia que le condujo a seducir  afiliados y repeler votantes. De ahí mi augurio. Por este y otros motivos que vislumbro en el acontecer político, cuando se interpretaba -desafinado por cierto- el himno de la Internacional me parecía escuchar el canto del cisne premonitorio de su propia muerte. 

El secretario electo, tras prometer un partido reformado capaz de echar a Rajoy del gobierno (me parto), debe deslizarse hacia la izquierda radical, única forma de conseguirlo. Desguarnece, abre, dos frentes. Por un lado deja libre el espacio de izquierda moderada que le mantuvo catorce años sujetos al poder. Por otro, el ciudadano español está harto de experimentos con gaseosa. Ambos guardan aconteceres difíciles de explicar. Si un partido permite que alguien ocupe el espacio abandonado, que vaya pensando lo inútil que sería reconquistarlo. El dominio que, presuntamente, dejaría un PSOE ladeado a su izquierda más extrema, lo ocuparían sin duda ninguna Ciudadanos y UPyD. El primero se encuentra en mejor disposición de salida porque cuenta con estructura amplia, capaz de restañar orfandades doctrinales. Estoy convencido de que UPyD sería la sigla ideal para ocupar el espacio, libre de servidumbre, que deja a su suerte la necedad de algunos políticos y analistas.

Podemos -exhibiendo una alegría falsa, forzada- analiza el triunfo de Sánchez mostrando cara de circunstancias. Les hubiera venido mejor que ganara Susana porque patrimonializarían la “esencia” ética y democrática de los ámbitos dirigente y popular. Pedro, escorado a la izquierda, les quitará algún voto -pocos- pero los perderá del espacio moderado. Ahí estará aguardando Ciudadanos, a la espera, sin concretar proyectos específicos. Hemos visto a un Rivera contenido, pensando cómo hincar el diente para llevarse la mayor porción sin que se note demasiado. Es la postura del lince previa a dar el zarpazo definitivo. Ya lo dice el refrán: “unos tienen la fama y otros cardan la lana”. Podemos, pobres, se asemejan demasiado a Sánchez. Él e Iglesias están hechos por parecido patrón. Al terminar siendo vasos comunicantes, han de configurar un nivel de diez millones de votos, aproximadamente un treinta y ocho por ciento del voto válido. Al final, ha surgido un socialista que respira populismo e intriga por los cuatro costados.

Mientras el común curioseaba las últimas informaciones sobre el curso de las primarias socialistas, Rajoy se interesaba por el fútbol y felicitaba al Real Madrid por su trigésima tercera liga. Los socialistas le traían al fresco. Si ganaba Susana, seguiría al frente del gobierno y si perdía probablemente lo hiciera dos o tres legislaturas más. Tiene por delante dos prioridades urgentes, inaplazables. Ha de limpiar con todo rigor, si puede, la corrupción que arrasa al PP y, al mismo tiempo, debe aplicar el artículo ciento cincuenta y cinco a la Generalidad de Cataluña. Resueltos estos dilemas, Rajoy puede aguantar -al menos- tres legislaturas más. Hay demasiada engañifa en el hábitat político inmediato. El PP no se libra de ella pero si comparamos no hay color, pese a la opinión publicada y a la aspiración de Podemos por tomar la calle y vaciar de contenido las Instituciones, básicamente el propio Parlamento.

Resumiendo, hemos asistido a los preámbulos de la muerte definitiva del PSOE. Una sigla que, con ciento treinta y ocho años, no ha resistido los embates de una grave crisis ni el cerrilismo de uno o dos secretarios generales. Estoy convencido de que Sánchez ahondará la división del partido, que potenciará emociones en vez de llamar a la serena reflexión porque, a la postre, no existe nada por encima de él, de su ligereza, de su ambición. Deja huérfanos a muchos millones de españoles que le darán la espalda en cuanto tengan oportunidad, aunque sea demasiado tarde. España no es tan diferente.

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