De promesas y juramentos

Corona
Corona.
A través del tiempo, la sociedad va creando un tejido de usos, costumbres y normas cambiantes, que la tradición suele combatir para no perder presencia, pues el nuevo orden tiende a desplazarlos.

Los hechos y costumbres del pasado llegan al presente de forma muy diversa. Aunque con escaso rigor histórico, las tradiciones también forman parte del devenir de la humanidad, pero han de ser cuidadosamente cribadas para no entrar en confusión. Desprovistas de la magia y la leyenda, del oportunismo y el sesgo, aportan conocimientos valiosos y enseñan entresijos para desvelar relaciones de poder social. En todo caso, la mayoría de las tradiciones resultan nefastas cuando no criminales.

A través del tiempo, la sociedad va creando un tejido de usos, costumbres y normas cambiantes, que la tradición suele combatir para no perder presencia, pues el nuevo orden tiende a desplazarlos. La resistencia de lo antiguo a lo reciente adopta posturas que van, desde criminalizar la mudanza, hasta afirmarla como propia en un ejercicio de obscena incoherencia.

El ritual suele ser menos controvertido que la doctrina. Las religiones en esto son más adaptativas: Basta con atribuir al hecho anterior funciones del actual introduciendo un matiz.

El ceremonial antiguo que rodeaba los ascensos a la cumbre del poder con grandeza, suntuosidad y encanto, utilizaban seres imaginarios (dioses, criaturas semihumanas) y adornos emblemáticos (coronas, cetros, mantos) para engrandecer el acto y a sus protagonistas. Lo humano desaparece y se convierte en divino, haciéndose inalcanzable para el resto de los mortales, a quienes se exige acatamiento. Poco hemos cambiado.

Los súbditos se conformaban con el juramento prestado por los consagrados prometiendo por los dioses y su honor que servirían al pueblo. Los elevados a la cima de la gloria y el mando, se rodeaban de una guardia armada y leyes de inviolabilidad por si las cosas se torcían.

Salvo la escatológica imaginería cristiana, todo sigue igual a pesar de lo que dijese Parménides. La nefasta tradición se parapeta en el orden divino y en conceptos como honor o conciencia. Con dejar constancia del hecho (toma de posesión) sería más que suficiente; sobran promesas y juramentos eternamente incumplidos, que ni añaden ni preservan. @mundiario

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