Progreso, progresismo y progresista son vocablos farsa

Sede del Ayuntamiento de Madrid, en la plaza de Cibeles.
Sede del Ayuntamiento de Madrid, en la plaza de Cibeles.

Algunos de nuestros políticos, incluso los más populistas y despóticos, se empeñan en hacernos ver sus virtudes. Sin embargo, están creando, ayudados por los medios, una conciencia social demasiado laxa.

Progreso, progresismo y progresista son vocablos farsa

No sé ustedes, mis amables lectores, pero yo estoy harto de esos vocablos farsa, coletilla o fetiche, que sirven igual para un roto que para un descosido. Ahora todo termina siendo de progreso e incluso progresista: “gobierno de progreso, pactos de progreso, partido progresista, comensalismo progresista”, etc. Esto último, desde mi punto de vista, es un decir que se ajusta perfectamente a la realidad empírica. La carga emotiva, impía, que llevan dichas expresiones, supera con creces el simple concepto. Es como si añadidos a un sustantivo concreto, le dieran un vigor que resaltara sobremanera -y de forma artificiosa- las bondades propias, tal vez impropias. Encierran además cierto atropello arrogante sobre aquellas siglas que el común considera huérfanas de tales características. Hasta es posible cometer no ya la injusta displicencia sino el asedio enconado, fanático, casi épico, por individuos exaltados, obtusos. Realizan un progreso sacrificial.

Conviene echar un vistazo al DRAE. Progreso es un concepto que implica mejora general en el individuo. Gracias a su iniciativa pudo superarse el teocentrismo cristiano (y musulmán) expresado en la escolástica. Sus épocas claves fueron el Renacimiento y la Ilustración. Progreso no puede adscribirse, aplicarse, a ningún movimiento o ideología concreto. La frase “orden y progreso” comúnmente aplicada a las dictaduras de América Latina, indican el ocasional vaciamiento semántico del concepto.  El Progresismo debiera perseguir la libertad personal, mientras el conservadurismo la económica. Aquel confluye en el liberalismo y socialismo democráticos. Nolan expresa con un gráfico eficaz los deslindes (sesgo positivo: liberalismo; sesgo negativo: totalitarismo). Progresista es la credencial de quien actúa y lucha por el progresismo.

Ahora comienzan a procesarse los apoyos para conseguir la investidura de Sánchez. Constituye un toma y daca cuasi financiero, inversor, unas exigencias contrapuestas que terminarán por conceder la mayoría suficiente al candidato más inepto de los últimos decenios. Encima, alguna de sus estrechas colaboradoras (Carmen Calvo), manifiesta sin tapujos ni asomo estético que -al contrario de otras fuerzas que promueven gobiernos retrógrados con la extrema derecha- el PSOE conformará un “gobierno de progreso” con la izquierda, refiriéndose a Podemos. Cercanos, buscando la tibia complacencia del poder, encontraremos también a ERC, PNV, Compromís y otras siglas minúsculas cuyo pedigrí democrático resulta, como mínimo, tornadizo, precario. Eso sí, son células que forman el cuerpo orgánico y progresista del gobierno, porque todas se alimentan raudas, famélicas, de democracia y progresismo. ¡Qué bien alardea la progresía!

Casado, plasmó su complejo (quizás ruindad) cuando calificó a Vox de extrema derecha. Calvo -blandiendo el error necio pero devoto, asida a un absurdo prurito de postiza lealtad- ha blanqueado a Podemos tildándolo con cinismo de izquierda. Probablemente realizara un acto de suprema inteligencia, sin que ello sugiera precedente alguno, y pretenda limpiar el cristal donde mirarse tras el acuerdo futuro. Un gobierno vale cualquier pacto de investidura, como ya se demostró en la moción gestora. Quien no pase el tamiz de las buenas formas ni exhiba arrojo, empuje, debiera ser excluido para presidir el partido con opciones de gobernar España. Tan negativo es pasarse como no llegar. Aparte etiquetas varias y variopintas que la izquierda deja desgranar sobre partidos que le hacen sombra, al PP no le puede dar lecciones de nada (en ningún terreno) un PSOE que carga sobre sus espaldas páginas sombrías. Casado debe regenerar el partido, arrogarse principios éticos y sociales que otros le niegan, amén de expulsar complejos pretéritos, ajenos aun propios, si quiere llegar a La Moncloa. Así, con tal proceder, se le complica su futuro.

Ciudadanos ha dañado su liberalismo a cambio de actitudes que implican una rigidez maniquea impropia de aquellas raíces primigenias. Importa poco autodefinirse liberal si luego despliega tics rancios, vejatorios, avivados -consciente o inconscientemente- por individuos de escasa contribución a la tolerancia social. Valls, seguido de partidos con intereses precisos, carece de autoridad moral para marcar trayectorias políticas y éticas. Rivera comete un yerro incalificable si deja solo al PP en la oposición. Ha empezado ya a transitar el camino correcto para despeñarse. Pactar con un sanchismo amarxistado, lejos de la socialdemocracia, proclive al desastre económico e institucional de este país, significa quedar enclenque tras semejante episodio. El partido, decadente, depreciado, quedará entonces en manos de Arrimadas y se convertirá en bisagra para formaciones alternantes de gobierno. Uno debe convencer cuando la coyuntura lo exige; después, perdido el crédito, evacuada la confianza, corresponde ser peón de brega.

Podemos, partido que oculta su radicalismo extremo en engañosos escrúpulos sociales, carece de distintivos progres mientras sea propiedad de Iglesias; sin que me atreva a asegurar ningún cambio posterior. Pablo, auténtico césar, se desgañita en afirmarse demócrata y progresista. Les recuerdo a la sazón el refrán: “Dime de qué presumes y te diré de qué careces”. Con más justificación y destreza, pero con menos diputados, sigue exigiendo ministerios. Sabe que Sánchez no desea darle poder, porque le resulta peligrosísimo, mientras sospecha que no tiene otra solución salvo elecciones anticipadas. Conoce, con certidumbre, que Pedro no se expondrá a perder o a quedar como ahora: minoritario e inestable. Podemos da de comer en su mano al sanchismo. Falta por averiguar si no le endosará alguna pócima dañina que lo lleve a un estado catatónico. De momento se encuentra vigilante, alerta, saboreando la presa.

La clave central, mediática, es Madrid y el ayuntamiento de Barcelona. Ambas parece que abandonan un ambiguo proceso de conformación. Madrid (autonomía y ayuntamiento) objeto de codicia y avideces artificiosas ha tenido en vilo a la nación. Esos pactos tan venteados en precampaña no terminaban de cuajar por las exigencias inmoderadas, aunque legítimas, de Ciudadanos. Al final se perfila un acuerdo que llevará al PP a encabezar los dos objetos del deseo. A cambio habrá compensaciones, trueques, en zonas y villas menos trascendentes. El consistorio barcelonés, fuera de ese paripé teatral protagonizado insistentemente por Colau, no ofrecía ninguna duda sobre su titular definitivo. Al menos para mí que lo pronostiqué, fechas después de las elecciones, en el artículo “Todos vienen con la cabra”. Aquí, el más tonto hace relojes de madera. ¡Como para perder o compartir la alcaldía de Barcelona! @mundiario

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