El pretexto de los costes sale carísimo en educación

Patio de un colegio.
Patio de un colegio.

Una buena educación para todos es la mejor inversión social: ese es su gran valor. Lo kafkiano es pagársela -legalmente- a unos pocos que luego pasen olímpicamente de los demás.

 

El pretexto de los costes sale carísimo en educación

Aseguraba Kafka que, cuando Gregor Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto, tumbado sobre su espalda dura y en forma de caparazón.  Ese endurecimiento es clave en las dificultades que le iban a sobrevenir. No es una parábola, pero sugiere paralelismos con lo que sucede en el plano de las políticas educativas. La intranquilidad de no disponer de la corporeidad a que se había acostumbrado el PP se ha metamorfoseado en una solidificación propia de la posición defensiva de los legionarios romanos cuando formaban en tortuga (testudine), una forma difícilmente penetrable, estratégica contra una copiosa carga enemiga pero muy lenta. El escudo que han decidido emplear en la pelea política está constituido por cuanto tenga que ver con los costes”. Alegando siempre razones de numerario disponible ante cualquier sugerencia de cambio, se suponen protegidos por una  caparazón poderosa.

Los costes

Los “costes”: esa es la cuestión. Todo se reduce a eso, aunque sea mucho más que eso. Confunden precio y valor, en aras de la desregulación del mercado que favorezca especialmente a la oferta.  Y esta preocupación, a diferencia de lo escrito en 1912 por el escritor de Bohemia,  no es propiamente una transformación, sino la quintaesencia de lo que ya hacían y que, desde octubre último, empezaron a sufrir reveses parlamentarios. Parece novedoso, pero no pasa de ser un empecinamiento duro expuesto a la erosión de accidentales pactos. Cuanto les pide la oposición parlamentaria –cuya votación perciben como derrota- plantea de inmediato su repercusión en los presupuestos del Estado, además de implicar una reversión de políticas llevadas a cabo en los casi cinco años transcurridos desde 2011. Ha sucedido con motivo de la modificación de las reválidas. Ha acontecido con otras cuestiones como la “ley mordaza” y, siguiendo el cuaderno de reivindicaciones, volverá a suceder. En la última comparecencia pública de Rajoy en el Parlamento, ha vuelto a insistir, sin embargo, en que “cumplirá lo obligatorio”, y no ha reculado en el bloqueo  que, con los presupuestos de gasto como pantalla, ha adoptado para vetar cualquier iniciativa por parlamentaria que fuere. El argumento de que la Constitución le favorece in vigilando y que ahí está el Constitucional para dirimir posibles litigios competenciales, es parte constitutiva de una caparazón que ya mostraban cuando sólo eran “Gobierno provisional”.

Ha de advertirse que esta estrategia viene de lejos. Es algo que los opositores a la LOMCE y a los recortes sociales que la acompañaron tuvieron claro desde el principio. Ahí están los testimonios de infinidad de manifestaciones y algunas huelgas de estos años en que las prestaciones del Estado eran reclamadas como inversión y no como coste; como derechos que se veían coartados en nombre de una determinada concepción de la economía, de la sociedad y del Estado mismo. Pero además, el componente principal a que alude la excusa de “los gastos” nos remite a un marco conceptual de larga trayectoria cuando, antes de que existiera el Estado social –ya muy a finales del XIX-, imperaba a sus anchas una dureza liberal de propietarios satisfechos. Si el Estado patrimonial solo se ocupaba del orden deseado por  los muy pocos que ejercían el voto censitario, no son de extrañar los pretextos que continuamente opusieron a todo intento de abrir su protección hacia una inmensa mayoría que nunca había tenido representación. No se explica, de otro modo, la tardanza y enorme lentitud en admitir una mínima legislación social, desde el seguro en el trabajo a la contratación indiscriminada de niños y mujeres, los horarios laborales o el voto, en que las mujeres todavía tuvieron que esperar más de 30 años todavía para que fuera legal.

El problema de la enorme escasez inversora actual en Educación –con sus derivaciones cualitativas y selectivas- viene de entonces. Es una tradición del conservadurismo verla como “coste”, y como tal se ha incrustado pronto en los dichos populares del “estudias o trabajas”, que nunca sustituyó del todo a otra distinción muy anterior y más radical, que hablaba estrictamente de la “calidad” disponible para muy pocos y aclaraba que “No es lo mismo estudiar que ir a la escuela”. Esas diferencias siguen en la base de muchos de nuestros debates actuales como duro parapeto. La aclaración práctica de los Presupuestos acerca de lo que dice formalmente la Constitución, da a entender que, al escolarizar, ya hemos cumplido sobradamente con la preceptiva “igualdad” y sus “oportunidades”. Así es cómo, sin decirlo expresamente –porque les parecería vulgar-, el dinero y los recursos -y, en definitiva, los Presupuestos del Estado y su “techo de gasto”-, más que un pretexto son el verdadero texto expresivo del alcance de lo preceptuado en la Carta magna.

Viene al caso recordar, por tal motivo, que cuando  en la crisis de los años ochenta del XIX, cuando en la R.A.C.M.P (Real Academia de Ciencias Morales y Políticas) empezaron a debatir las repercusiones de la “seguridad social” que Bismarck había introducido en la agenda política de Alemania como salida a “la cuestión social”, en España se dilató durante más de veinte años la adopción de la primera ley correspondiente al papel intervencionista del Estado.  Pero el pretexto era, al menos, más conceptual. Los especialistas más conspicuos de aquella docta casa se empezaron a cuestionar acerca de si tenían razón al fin quienes habían propugnado un papel del Estado más allá del orden público, o la seguían teniendo los que seguían sosteniendo como intangible el derecho de propiedad, supuestamente sagrado, que no debía ser mermado por los clamores de cuantos sufrieran la ferocidad de su aplicación práctica en salarios de miseria. También en Educación tuvieron pronto reflejo estas cuestiones de fondo y, cuando Romanones protestaba a comienzos del siglo XX en el Congreso de Diputados, porque sus adversarios conservadores reclamaban “libertad”, no dudó en ponerles ante delante sus contradicciones: ¿qué libertad podía ser esa que tanto reclamaban para una educación que era casi totalmente privada, si en tantos asuntos de la vida pública la coartaban y anulaban de continuo?

La anfibología

Con el alegato actual en torno al “gasto”, el PP sigue aferrado a un planteamiento muy decimonónico del Estado y sus obligaciones con los ciudadanos. No puede ir tan allá en su afán retrógrado, pero hace lo que puede por preservar lo que hizo en la muy reciente Legislatura pasada en que tanto conculcaron otras libertades, mientras no cesaban –una vez más- en pregonar su celo por la “liberad educativa” . Es conveniente, por otro lado, no perder de vista que aquella rancia doctrina se acomodó en los años ochenta del siglo pasado al invento neoliberal del “Estado mínimo” que, en sustancia, era lo mismo: tratar de disminuir al máximo el papel protector del Estado y, para ello, desregular  los canales para el logro de un mayor equilibrio social. Y ahí siguen, empeñados en que ellos son la esencia de lo que la patria demanda por naturaleza, y en que a quienes no lo vean como ellos les irá bien la intemperie. Qué sean los recortes y quiénes sus perjudicados dice perfectamente qué sean para el PP los costes presupuestarios a suprimir o rebajar.

En contraposición, no se les nota similar afán por recortar, impedir o frenar lo que es inútil como asunto de todos pero que, como protege o potencia intereses y preocupaciones particulares de algunos de sus principales adeptos, encuentra su bendición y promoción. Es de gran interés en este sentido seguirle la pista a muchos de los recursos públicos presupuestados para la Sanidad o la Educación y que, de uno u otro modo, van benefician a bolsillos privados en formatos variopintos, desde privatizaciones descaradas a fórmulas concertadas de diverso alcance y compensación segura. En estas situaciones, la terminología legal con que suelen acompañarse estas actividades tan desconsideradas con el bien común suele cambiarse oportunamente. Donde debieran decir “costes” –ahora sí-, dicen con gran desparpajo “inversión”, “emprendimiento” y, si se tercia, “servicio social”.

La Subcomisión

Ya hemos llegado con esta anfibología a diciembre. Dos noticias del recién estrenado mes nos pueden ayudar a ver por donde sigue la amplitud semántica del “gasto” o la “inversión”, cómo se intercambian ambos términos clave en la definición de los Presupuestos, si se acaban confundiendo como sinónimos y cómo van ganando o perdiendo antinomia. Ahí están, por un lado, UGT y CCOO rebajando el valor que pueda tener la subidilla que acaba de tener el Sueldo Mínimo Interprofesional, mientras el PSOE y el PP pregonan este incremento del 8%, hasta los 707,6 €/mes. El PP acaba de asegurarse un aliado para lo del “techo de gasto” –no se olvide-, mientras el PSOE defiende su peculiar manera de brillar en esta legislatura: “nos disponemos –han dicho- a sacar el máximo rendimiento a nuestra fuerza en el Parlamento”. En este plan va a ir la temporada que se avecina; sólo con que Fátima Báñez se enterara de lo que se seguirá cociendo por debajo de ese salario, podrían atribuirse un gran éxito (educativo). Sus competencias en neolenguajes son impredecibles: “No incumplimos la promesa fiscal –acaba de decir-, pedimos un esfuerzo”.

Complementaria es la otra noticia, también del primer día decembrino de este “año de la peste”, pues en el Congreso se acaba de crear la Subcomisión para el Pacto Educativo a propuesta del PP, PSOE y C´s. Tanto los que han celebrado como victoria enorme lo de las reválidas y la suspensión del calendario de la LOMCE, como quienes tengan serias dudas con lo que pueda dar de sí el trabajo de diagnóstico y conclusiones sobre el sistema educativo que se avecina, a  donde debieran volver la vista en estos meses es a los recursos disponibles. Volverán las discrepancias serias tan pronto como se plantee si de “costes” o “inversión” a comprometer se trata. Si se alcanza a redactar, un texto acordado habrá de celebrarse sin duda como apertura. Y ya podremos, de paso, enterarnos no poco de qué vaya la nueva “calidad” que se vaya a perseguir. Mejor que ningún experto de los convocados a los festejos laudatorios, los profesores podrán calibrar bien si se propicia que muchos de los derecho habientes a educación sólo siguen con un derecho nominal. Si al final se lograran acordar los dineros imprescindibles para que lo pregonado en el texto como estupendo pudiera ser plasmado en la realidad de los centros educativos –sin discriminar a los más abandonados-,  indefectiblemente habrá de proclamarse al unísono que donde habían dicho “gasto” dirán en adelante “inversión”, sin que ninguna torticera versión de lo acordado sirva de pretexto para la disonancia.

Y Ásterix

No quepa duda de que quedaría constancia de ese milagro si llegara a producirse. Es deseable, pero no es fácil que suceda. Lo presagian, lamentablemente, las maneras que, en Comunidades como Madrid, se contentan con apariencias. Como si las leyes de la uniformidad, conmutativa y asociativa, no tuvieran nada que ver con la suma, pretenden adelantarse con un “acuerdo educativo” particular, cuyo procedimiento  parece viciado de antemano.

Lo aconsejable en esta situación de tránsito –donde cabe de todo- es, por tanto, no dejar de lado el precepto de la lógica clásica, según el cual de posse ad esse non valet illatio. También puede uno quedarse con la Metamorfosis de Kafka, que algo sabía de los autoengaños del ser humano. Los pesares del pobre Gregor pueden iluminar lo que puede estar pasando a una sociedad encallecida después de las precariedades de esta dilatada crisis. El dinero “no era del todo suficiente para que la familia pudiese vivir de los intereses” y Gregor acabó encontrando la manera de amoldarse a su miserable situación. También su familia: todos se sintieron aliviados con su muerte. A esta otra metamorfosis, la de acomodarse a “lo que hay”, llegará pronto esta sociedad si renuncia a seguir en el proceso de construir algo que merezca la pena para todos. Razón sobrada para seguir reclamando como prioridad parar la LOMCE y el chantaje de su amenaza. Y a todo esto, tampoco sobra releer las virtudes de la “Forma A-38” que emplearon Ásterix y Óbelix cuando padecieron las doce pruebas. Además de ayudar a ver qué haya sido de las legiones romanas y sus tácticas defensivas, sugiere tácticas más ligeras y movibles –frente a la Pax romana- que las de la lenta testudo

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