Presidentes demócratas y republicanos se diferencian por todas sus políticas

John F. Kennedy y su mujer, Jacqueline Kennedy.
John F. Kennedy y su mujer, Jacqueline Kennedy.

La suficiencia de cierta izquierda europea ante Obama, Clinton o Al Gore es absurda, injusta y pretenciosa. Sobre todo si pensamos en los “logros” de Zapatero, Hollande, Schroeder, Blair... 

Presidentes demócratas y republicanos se diferencian por todas sus políticas

La suficiencia de cierta izquierda europea ante Obama, Clinton o Al Gore es absurda, injusta y pretenciosa. Sobre todo si pensamos en los “logros” de Zapatero, Hollande, Schroeder, Blair... 

Frente a los que dicen que presidentes demócratas y republicanos comparten la mayoría de sus políticas y que “hacen lo mismo”, la evidencia de que no es indiferente la extracción demócrata o republicana del presidente de EE UU se impone a la vista de las políticas internas y exteriores de F.D. Roosevelt, Kennedy, Johnson, Carter, Clinton u Obama.

Los que ya contamos los 40 apreciamos el factor humano, esto es, la historia personal, actitudes y aptitudes de los titulares de determinados cargos institucionales, orgánicos o empresariales de modo mucho más acusado que las generaciones más jóvenes, que priorizan un enfoque racionalizante según el cual los factores colectivos, sociales y económicos y las estructuras formales e informales de poder son sólo las que determinan las decisiones. Pues, bien, resulta que ese factor humano influye de modo muy cualificado respecto de las políticas que desarrolle un cargo unipersonal dotado de la “potestas” o “auctoritas” de un Presidente norteamericano o un Papa de Roma.

Parte de la izquierda europea cree que todos los Presidentes de EE UU desarrollan las mismas políticas. Empero, es bastante común en el ámbito de la izquierda europea -e incluso mayoritaria en algunos de sus sectores- la idea de que el Presidente de los EE UU desarrolla siempre una política orientada a consolidar su hegemonía política, militar y económica en el mundo y representa siempre los intereses de sus “lobbies” empresariales.

Ocurre, sin embargo, que la idea de hegemonía o influencia es muy distinta entre los liberales del Partido Demócrata (homologables a la antigua socialdemocracia europea, la que realmente merece ese calificativo) y los neoconservadores del “Tea Party” o incluso entre los republicanos tradicionales del Great Old Party. Y los “lobbies” de las industrias militares o del petróleo, que apoyan tradicionalmente a la derecha republicana, defienden intereses absolutamente contrapuestos a los “lobbies” que defienden las empresas del gran consumo, las tecnológicas o las de alimentación.

Roosevelt y Truman

La historia nos da la razón, analizando simplemente  los últimos 80 años. Así, el presidente F.D. Roosevelt (1933-1945) desarrolló una vasta política de inversiones públicas, regulación de mercados, apoyo a las rentas de agricultores y comerciantes y lucha contra la exclusión (el “New Deal”), en plena sintonía con las recetas anticíclicas que Keynes publica en 1936 en su “The General Theory of Employment, Interest and Money”.

La apertura feminista y social de su Administración se hace muy evidente con el trabajo que desarrolla Mrs. Eleanor Roosevelt, esposa del presidente. En el ámbito de la política internacional, Roosevelt se obstinó en el restablecimiento generalizado de las democracias occidentales frente a los fascismos y cooperó con el ejército soviético relativizando las prevenciones anticomunistas de su socio Churchill.

Truman aisló diplomáticamente a España entre 1945 y 1948, excluyendo a Franco de la ONU y de sus agencias y sólo la guerra fría impidió la caída del régimen dictatorial español.

Kennedy y Johnson

JFK y Johnson garantizaron los derechos civiles de la población de color. El presidente Kennedy (1960-1963) luchó por garantizar los derechos civiles de la población de color, lucha que costó al Partido Demócrata su amplísima hegemonía en los Estados del Sur, que constituyeron desde entonces un bastión republicano.

Johnson (1963-1968) amplió los objetivos alcanzados por Kennedy y extendió la “possitive action” o discriminación positiva en beneficio de la integración, al tiempo que amplió los cheques federales para los programas de cohesión social. En el equipo kennediano su hermano Bob, desde el Departamento de Justicia, se implicó en la lucha contra la mafia, probable responsable de su asesinato en 1968.

It´s economics, stupid

La presidencia de Reagan (1981-1988) dejó a los Estados de la Unión empobrecidos y mucho más injustos. Reagan se concentró en su política de agresión exterior, financiando a los “contra” nicaragüenses incluso con el tráfico de drogas.

El sionismo campó por sus respetos en Oriente Próximo y mujeres, pobres y clases medias sufrieron las consecuencias de la injusta “reaganomics”.

Mientras en casa crecía la pobreza y exclusión, Reagan generaba un gigantesco déficit por los gastos militares.

Pero la acertada política económica de Clinton (1993-2001) equilibró la economía y creó millones de empleos. Clinton, como ya había hecho el presidente demócrata Jimmy Carter en 1978, entre Egipto e Israel, impulsó unas negociaciones absolutamente decisivas para la paz palestino-israelí de Camp David, fracasadas en buena parte por la falta de flexibilidad del presidente Arafat. Mientras, su vicepresidente Al Gore definía una audaz política ambiental y su esposa definía una reforma sanitaria para ampliar la asistencia a los ciudadanos más humildes, que fracasó por la derrota demócrata en las legislativas de 1994, cuando se cumplía la mitad del primer mandato clintoniano.

Bush y Obama

El presidente republicano George Bush (2001-2009) se estrenó con la tragedia de las Torres Gemelas, desarrollando a partir de ese ataque una estrategia belicista que le llevó a intervenir en Afganistán e invadir Iraq pretextando armas de destrucción masiva inexistentes. Mientras, aprobaba legislación (“Patriot Act”) que suprimía los derechos civiles para todo sospechoso de terrorismo y apoyaba a la derecha cristiana en EE UU, impulsando una agenda absolutamente centrada en la expansión militar, en los intereses de los lobbies del petróleo y de la defensa, en el integrismo religioso y en el recorte de todos los programas fiscales orientados hacia el crecimiento del consumo interior y la cohesión social.

En el verano-otoño de 2008 el sistema financiero norteamericano estuvo a punto de implosionar, debido en gran parte a la absoluta desatención de la Administración Bush por el equilibrio de los mercados financieros, mientras una terrible crisis destruía millones de empleos y gran  parte de la clase media americana se iba al garete.

La movilización demócrata para obtener, en otoño de 2008, la elección de Obama fue absolutamente histórica. Los Estados de la Unión necesitaban pasar página de la agenda militarista, elitista, confesional, conservadora y cínica de la Administración Bush. Afroamericanos, mujeres, latinos, intelectuales, demócratas de New England, New York, Pennsylvania y California se movilizaron de modo espectacular.

Obama afrontó desde su toma de posesión, a fines de enero de 2009, la necesidad de una política anticiclica, que generara empleos y posibilitara una cierta recuperación del consumo interno, fundamental para la recuperación económica. Asimismo lanzó  la reforma sanitaria (“obamacare”) que Bill y Hillary Clinton intentaron. Sin embargo, una vez mas el éxito republicano, singularmente de su extrema derecha (el “Tea Party”) a mitad de su primer mandato (elecciones de noviembre 2010) bloqueó buena parte del programa progresista de Obama, que necesitó de acuerdos de cohabitación con una mayoría republicana en la Cámara de los Representantes durante la segunda parte de su mandato. De hecho, se temió por su reelección, pero fue capaz de reactivar de nuevo el voto progresista y revalido un segundo mandato.

En su segundo mandato, Obama ha puesto la Reserva Federal (Fed) al servicio de sus políticas de crecimiento y cohesion  social, avanza en la implantación su reforma sanitaria e impulsa las energias renovables. Su política contrasta sustancialmente, no solo con las políticas conservadoras omnipresentes en Europa, sino incluso con las que desarrollan los que se denominan socialdemócratas en nuestro Viejo Continente.

Aunque su suspenso en derechos civiles es evidente. No ha sido capaz de cerrar Guantánamo ni de suprimir las exenciones al control judicial de determinadas actuaciones militares y policiales al amparo de la “Patriot Act”.

Por fin, Obama ha evitado la guerra en Siria, negociando la distensión con el régimen iraní y promoviendo las conversaciones de paz entre palestinos e israelíes, lo que incluso le ha enajenado gran parte de las simpatías de los poderosos lobbies judíos.

No es lo mismo

La historia reciente, por tanto, nos enseña que no es lo mismo quien esté al frente de la primera potencia mundial. No lo es en cuanto a la política exterior, pero tampoco en cuanto a la cohesion  social, a la promoción de mujeres y minorías, al crecimiento económico interior, con su generación de empleo ni a los derechos civiles.

La suficiencia de cierta izquierda europea ante personas como Obama, Clinton o Al Gore es, por tanto, absurda, injusta y pretenciosa. Sobre todo si pensamos en los “logros” de Zapatero, Hollande, Schroeder, Blair o los sucesivos jefes de gobierno del PD italiano.

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