Presentada como modelo para Oriente Medio, Turquía afronta sus propias contradicciones

Los enfrentamientos callejeros extendidos a varias ciudades turcas responden a las contradicciones planteadas por las pretensiones del ejecutivo de Erdogan. Hay tensión entre rurales y urbanitas.
Presentada como modelo para Oriente Medio, Turquía afronta sus propias contradicciones

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Miles de personas ocuparon el sábado la principal plaza de Estambul

Como reconocía un activista entrevistado en la plaza Taksim, Erdogan había hecho cosas buenas, tales como poner las bases para que el país avanzase económica y socialmente, pero, los mismos beneficiados por ese progreso se oponen a las reformas de corte islamista del primer ministro, que, gota a gota, pretende cambiar el carácter laico del Estado fundado en 1923 por Mustafá Kemal Atatük, tras la derrota en la primera guerra mundial del imperio otomano. Así, pues, nos encontramos con el choque de ideas y de valores, que la clase media urbana, cultivada y europeísta, opone a los sectores de la Turquía profunda, marcada por la huella de la visión religiosa islamista. Turquía, además, es un país de más de setenta y dos millones de habitantes con una pirámide de población joven, de la que muchos sectores se han enfrentado a la represión policial defendiendo una visión moderna del país y unos modos de vida a los que no parecen dispuestos a renunciar a causa de la islamización programada por Erdogan.

Parecen oponerse el estilo de una vida urbana de vocación cosmopolita al carácter visiblemente autoritario de ejercer el poder por parte de Erdogan concretado en una serie de hechos como la detención de la disidencia política, las restricciones reaccionarias al consumo del alcohol, la edificación de grandes mezquitas como modo de presión ejercido contra la laicidad, el control de la prensa mediante el acoso a muchos periodistas y, finalmente, la represión violenta de las manifestaciones de las últimas semanas. En el fondo, bulle el miedo que las clases medias urbanas, profesionales, trabajadores y amplios sectores de la juventud tienen al cambio que la agenda de Erdogan contempla para convertir a la república laica en un Estado islamizado, donde las leyes civiles sean suplantadas por el imperio de la sharia. Pero, a primera vista, aunque parezca que se dirime en la calle el conflicto religión/laicidad o autoritarismo/liberalismo, no hay que dejarse deslumbrar, pues también hay un profundo rechazo al fácil enriquecimiento y a la codicia de algunos sectores empresariales.

A pesar de los triunfos del primer ministro sobre el ejército de tradición kemalista, no hay que perder la perspectiva, porque las fuerzas armadas siguen siendo el bastión de carácter fuertemente nacionalista, autoritario y laicista en Turquía. No es probable que se pueda plantear un golpe teledirigido y controlado por la cúpula del ejército, pero tendríamos que preguntarnos qué podría ocurrir cuando, a la vuelta de las elecciones que tendrán lugar en 2015, Erdogan intente  revalidar su mandato presentándose al cargo de Presidente de la república con la clara intención de convertirse en el refundador del Estado turco. Una cosa está clara, los modos autoritarios no son privativos del primer ministro y, por otra parte, Turquía es un Estado democrático que hace aflorar unas actitudes e ideas que no tienen por qué ser democráticas, es decir, inherentemente liberales. El país se encuentra bloqueado por una serie de contradicciones, confuso por determinadas paradojas relacionadas con la UE y lastrado por un islamismo que pueden dar al traste con el desarrollo de una cultura propia de una sociedad abierta. ¿Cuál será el desenlace?

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