Preguntas ante una guerra que podrían cambiar el mundo

Bombardeo en el aula de música de una guardería en el Donbás. / RR.SS.
Bombardeo en el aula de música de una guardería en el Donbás. / RR.SS.
Nos jugamos más que la mera invasión de Ucrania, por trágica que sea, y deberíamos contar con la lucidez de intentar tejer una alianza multilateral para pararle los pies a Putin.
Preguntas ante una guerra que podrían cambiar el mundo

No será un servidor quien justifique la maldad de los argumentos de Putin, ni la brutalidad de su guerra, ni de ninguna. Pero en un momento en el que el buenismo occidental aflora en forma de medidas de presión y en una solidaridad que llega incluso a tener algo de afectación, es cuando debemos hacernos algunas preguntas, que en algunos casos pueden ponernos incluso en evidencia.

En primer lugar, me atrevo a preguntarme por la insistente actuación del tándem Biden-Blinken en las semanas previas a la invasión, que hablaban como árbitros del mundo en su cualidad de ser el país miembro principal de la OTAN. Y me atrevo a entender que su insistente interés venía muy condicionado porque habían encontrado un valioso filón para profundizar las raíces de la guerra fría. Y me pregunto si esa lógica de guerra fría no interfirió en la eficacia de las conversaciones con Rusia, cuando Putin señalaba algunos incumplimientos, precisamente de la OTAN, respecto a las promesas que en su día se le hicieron -aunque fueran verbales- a Gorbachov, respectos a los países que procedían del bloque soviético. Promesas que, de alguna manera la propia OTAN tuvo en cuenta en un principio con algunas decisiones en su cumbre de Gales.

Un análisis más afinado en la respuesta occidental a Putin sobre sus razonamientos tal vez podría haber -cuando menos- logrado quitarle motivos aparentes para la invasión. Por ejemplo, con un compromiso de que Ucrania no sólo no entraría en la OTAN, sino que sería un inmenso territorio neutral, con una neutralidad controlada por Naciones Unidas en combinación con la Unión Europea. Esa neutralidad protegida se podría haber extendido a otros países fronterizos con Rusia, aunque la OTAN hubiera tenido que dar algún paso atrás, o amortiguar su presencia e influencia en países ya miembro de la OTAN.

Más Europa

Y junto a eso, reforzar los lazos de la Unión Europea (ya no digo el ingreso, que requiere unos condicionantes que han de ser severos) tanto con Ucrania como con Moldavia o Georgia, por ejemplo. Sería una contrapartida que desmilitarizaba los objetivos de negociación, y le daba a Europa un protagonismo que se merece. Aunque también esa misma contrapartida debería servir de pasarela para el inicio de negociaciones UE-Rusia, tanto en el tema del suministro de energía desde Rusia como en el de suministro de otros productos y tecnología desde la UE. Todo ello -llegados a la situación actual- pensando, claro está, en la derrota total de Putin, o en una fiable destitución.

Siempre me hice la pregunta -y la sigo haciendo- de por qué las conversaciones diplomáticas con Putin se han llevado a título casi personal por parte de Macrón (ojo con su protagonismo ante una inminente campaña presidencial en su país) o Solchz, y no por parte de los responsables de la Unión Europea y de su diplomacia, al margen de que pudieran ir acompañados de algunos jefes de Estado o de Gobierno. Porque es importante dejar claro, ante Rusia y ante el mundo entero (Estados Unidos incluidos) el protagonismo de una Unión que no puede ser un mero acuerdo económico entre países. Las mismas conversaciones con Biden también han tenido ese cariz de no suficiente reconocimiento de la Unión Europea como una potencia en sí misma. Y me sigo haciendo esa pregunta.

Es cierto que Europa ha tenido los suficientes reflejos como para adoptar, en paralelo con Estados Unidos y Reino Unido, medidas sancionadoras hacia la Rusia de Putin, que han logrado bloquear (entre todos) 250.000 millones de dólares del Banco Central ruso, y han dejado el rublo bajo mínimos. Pero también es cierto que Biden y Blinken prometieron a Europa que suplirían -por sí mismos, y mediante la aportación de terceros- el gas y el petróleo suficiente para sustituir el que se importa desde Rusia. Y, sin embargo, a día de hoy Europa le está -entiéndaseme bien- financiando la guerra a Putin, con 700 millones de dólares diarios por la compra de gas y petróleo. Y es que el tema es más complicado de lo que parece.

Alternativa al gas ruso

Es sabido que el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, bastantes semanas antes del inicio de la guerra de Putin, y con motivo del incremento de los costes del gas, venía proponiendo a Europa resolver el problema de la compra de gas de manera unitaria para el conjunto de la Unión. Ahora ha seguido repitiéndolo, y parece que desde la presidencia de la Comisión se está tomando nota al respecto. No sin haber perdido un par de meses que podrían haber sido preciosos.

En el presente ya se habla de cerrar el grifo al gas ruso pero, desgraciadamente, no hay una alternativa clara para sustituirlo. Y eso nos pone en peligro, porque, en un momento de desesperación, quien puede cerrar el grifo es el mismo Putin para chantajearnos. ¿Qué tal si se estudia económica y jurídicamente, desde el BCE, un fondo para la sustitución energética, avalado no ya por el sólo bloqueo, sino por la posible incautación de los fondos hoy bloqueados, como compensación a los perjuicios causados por la guerra?

Una situación compleja

Todo esto nos lleva a hacernos una idea de la complejidad de los entresijos e interacciones que genera una guerra como ésta, más allá de su propia crueldad y de las consecuencias para los ciudadanos de Ucrania, víctimas en varios frentes: porque son los que ponen los muertos, los heridos y el sufrimiento con los bombardeos y con los desabastecimientos. Porque son los que sufren el éxodo y se convierten en refugiados (más de un millón en estos momentos), y porque son quienes, incluso, son víctimas del engaño de Putin, que cuando dice abrir “corredores humanitarios” para la población civil, los organiza con destino a Bielorrusia y Rusia.

Pero nos puede llevar a otras muchas preguntas. La Unión Europea plantea un fondo especial de ayuda a Ucrania para la adquisición de armamento, y exhorta a sus países miembros para que aporten armamento directo que contribuya a la defensa frente a una invasión arbitraria, ilegal y cruel. Y hay Gobiernos que deciden enviar ese material bélico. Pero un Estado miembro, como es Hungría se niega a que por su territorio pase material de guerra con destino a Ucrania. Aunque no es la primera vez que el ultraderechista Orban pone en cuestión la cohesión de la Unión Europea, debería ser la gota que colme el vaso de la tolerancia hacia un régimen que no cumple los principios suficientes para formar parte de la Unión.

Ministras sin criterio

Pero hay más en ese sentido: dentro de nuestro propio Gobierno (que desde el primer momento ha mantenido una clara y activa trayectoria para oponerse a la guerra de Putin), nos encontramos con una ministra -Ione Belarra- que, por mucho que después intente matizar, llega a hablar de “los partidos de la guerra”, con una referencia clara a sus compañeros de coalición, como es el PSOE, y más aún, de coalición electoral, como es Izquierda Unida. Y además no tiene la valentía de dimitir como ministra.

Y miren ustedes, aunque el izquierdismo sea aquello de la enfermedad infantil, etc., que decía Lenin, cuando estamos hablando de la vida de miles de ciudadanos, los infantilismos son intolerables. La respuesta a esa y a otra ministra se la ha dado -sin siquiera citarlas- Pepe Borrell preguntándoles si también habrían estado en contra de que las democracias europeas, en su día, hubieran enviado armamento a la democracia de nuestra II República para combatir el golpismo militar de Franco apoyado por nazis y fascista.

Una amplia alianza multilateral

Todavía quedan preguntas importantes. Después de que China, a quien se da por aliada de Putin (y pienso que nombrarla “aliada” es una ligereza), con su significativa abstención en el Consejo de Seguridad y en la Asamblea extraordinaria de Naciones Unidas, dejara sola a Rusia, ¿por qué la Unión Europea y los Estados Unidos no mantienen un encuentro con Xi Jinping para buscar conjuntamente fórmulas que ayuden a detener la guerra?

¿Es que el llamado Occidente todavía va a seguir manteniendo la perniciosa política de bloques, e ignorando a la segunda potencia económica mundial, y que una gran parte de la acción política y económica del mundo pasa por el área Asia-Pacífico? ¿Y por qué asignarle a China un puesto en el “bloque de Putin”, cuando lo coherente es aislar a éste? ¿Es porque Estados Unidos mantiene una pugna con China para mantener a toda costa el primer puesto como potencia económica? Afortunadamente China acaba de revelar que lleva varias conversaciones tratando de reconducir la situación para terminar con la guerra. Pero ¿por qué no caminar al unísono?

Creo que ahora nos estamos jugando mucho más que la mera invasión de Ucrania, por trágica que sea, y deberíamos contar con la lucidez y objetividad suficientes como para tratar de tejer una alianza multilateral y clamorosa para pararle los pies a las ansias nacionalistas e imperialistas de Putin, a quien vemos que está llegando a ser capaz incluso de contratar mercenarios sanguinarios chechenos y sirios para combatir la resistencia urbana del pueblo ucraniano, cuando su ejército regular no tiene la habilidad suficiente para afrontarla.

Y entre las muchas preguntas que quedan, hay dos de vital importancia:

¿Dejarle a Putin la iniciativa de la guerra?

Si Putin continúa su guerra a la desesperada -y cuando más a la desesperada se irá convirtiendo en más cruel y destructiva- ¿vamos a quedarnos contemplando cómo impone su voluntad a base de amenazar al resto del mundo con su botón nuclear, y con medidas de bloqueo? No quiero incitar a la guerra. Pero imagino que las potencias que se oponen a la arbitrariedad de Putin deben en estos momentos de estar calibrando también fórmulas eficaces para pararle los pies.

Y si Putin, una vez que haya conquistado aquello de Ucrania que le interesa -como puede ser el corredor de las pseudo-repúblicas del Dombás hasta Crimea, e incluso hasta Odesa- ¿le vamos a permitir que negocie haciéndose fuerte desde sus conquistas, porque está claro que una de las cosas que más le interesan de Ucrania es su propia salida hacia el Mar Negro?

Con todos estos, y otros muchos, interrogantes podemos hacernos una idea de aspectos fundamentales que nos sirvan para configurar el mundo que queremos para el futuro, y que no puede seguir las viejas pautas de los bloques y de las guerras de invasión.

Y una pequeña cosa, si me permiten. El patriarca ortodoxo de Moscú ha bendecido la guerra de Putin, como si de una antigua cruzada se tratara: un contradiós manifiesto. Una blasfemia. ¿Qué tal, si como contrapartida -y lo digo desde un punto de vista completamente ajeno al mundo de los creyentes- el papa Francisco se planta en Kiev, dando el testimonio de convertise en un vivo escudo físico de la paz? @mundiario

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