El precio del futuro

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante la conferencia 'Reencuentro: un proyecto de futuro para toda España'. / Borja Puig de la Bellacasa
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante la conferencia 'Reencuentro: un proyecto de futuro para toda España'. / Borja Puig de la Bellacasa

El futuro de una España en armonía tiene un precio que hay que tener la valentía de pagar.

Hay quienes lo han entendido, aunque haya otros que no sé bien si no lo entienden o si quieren hacer como que no. Pero el futuro de una España en armonía tiene un precio que hay que tener la valentía de pagar.

El precio que asume el presidente del Gobierno proponiendo al Consejo de Ministros el indulto a los nueve presos del procès es el del riesgo de perder votos, quizá en Cataluña pero, sobre todo, en algunas Comunidades del resto de España. Un riesgo que él está manifestando con los hechos que está dispuesto a afrontar. Y lo está haciendo con transparencia, con decisión, y con la conciencia de que no está pisando un terreno seguro ni fácil. Con la única certeza de estar sentando “los pies en la tierra y proclamarnos herederos de un tiempo de dudas y renuncias en que los ruidos ahogan las palabras”, según su propia cita del ampliamente leído poeta comunista Miquel Marti i Pol.

Pero el futuro jamás está cargado de certezas, sino tejido de esperanzas, y hasta de sueños. Y ahora es el momento de intentar construirlo a partir de una España que “está donde está” (y continúo citando a Pedro Sánchez, en su cita de Martí i Pol): en un espacio en el que muchos, de distintas opiniones, de distintas banderías, han hecho difícil la convivencia. Y en un momento donde -después de un enfrentamiento sin precedente en democracia- muchos estamos queriendo encontrar un punto de entendimiento, un camino de concordia: es la palabra en la que se ha apoyado hoy Pedro Sánchez en su razonamiento ante la sociedad civil catalana.

A un pueblo hay que abrirle horizontes y no estar continuamente estrechándole las miras. El precio que paga España en este intento tiene un riesgo bastante controlado. Porque los delitos no quedaron sin castigo. Porque los indultos son parciales, y reversibles en el caso de reincidencia. Porque no afectan a las penas de inhabilitación. Y porque abrir el camino del entendimiento, en el peor de los casos va a permitir poner en marcha el proceso que posibilitan los fondos europeos de reconstrucción.

Es algo que gentes razonables entendieron. Y por eso dan su apoyo los sindicatos, y los representantes de los empresarios, tanto en Cataluña como en el conjunto de España. Por eso la jerarquía católica catalana también apoya. Por eso la moción del PP en su contra fue derrotada por casi un 55% de los votos del Congreso.

Pero no hay nada garantizado, es cierto. El mundo independentista anda dividido entre quienes defienden dubitativamente el diálogo y quienes siguen empeñados en la ruptura unilateral. En cualquier caso, el diálogo va a comenzar, por muchos vaivenes y contradicciones que protagonicen Junqueras y Aragonès: ellos mismos saben que no les queda otro remedio. Unos u otros independentistas también pueden pagar un precio, según salga el proceso que arranca mañana. Y ya puestos a ello, a los partidarios del diálogo más les vale obtener unos resultados que puedan ser entendidos por la mayoría de los catalanes. Si son resultados de concordia estaremos abriendo paso al futuro.

La derecha española también arriesga pagar un precio. Por ahora se ha dejado arrastrar por la extrema derecha, y ha merodeado por un deslucido Colón, aunque de modo casi vergonzante. La campaña de firmas contra los indultos con la que amagó Pablo Casado ha sido calificada de “pinchazo”, y su moción ya vimos cómo quedó. Por ahora Casado tal vez no haya sabido interpretar bien la España “en la que estamos”, y se haya dejado llevar por la inercia de “la España de siempre”: la de un pasado demasiado remoto. Por ese camino, su precio será más elevado cuanto más se avance en la construcción de un futuro. Pero si el diálogo finalmente fracasara y se convirtiera en heredero de la situación resultante, no le arriendo las ganancias de la herencia, que se convertiría en una especie de “día de la marmota”. Más le valdría ponerse a favor de obra y tratar de tener parte también en el futuro. Por su bien y por el bien de todos.

Tiempos inciertos, sí, pero en todo caso más prometedores que la certidumbre de la ruptura que ya hemos vivido. @mundiario

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