PP, PSC y Ciudadanos avanzan hacia el 21-D sin anillos de compromiso

Gary Oldman, actor, y Winston Churchill, político. Fotogramas.
Gary Oldman, actor, y Winston Churchill, político. / Fotogramas

Decía Winston Churchill que el político debe ser capaz de predecir lo que va a pasar mañana, el mes próximo y el año que viene, y de explicar después por qué no ha ocurrido.

PP, PSC y Ciudadanos avanzan hacia el 21-D sin anillos de compromiso

Falta cada vez menos para el 21-D y todos los dirigentes ubicados bajo la Constitución expresan su confianza, con más o menos ardor, en que a partir de esa histórica fecha Cataluña recuperará la normalidad, como si poner fin al sobrecogedor desorden institucional y social destapado por la asonada, pero sistematizado durante años, solo dependiera de la victoria constitucionalista que, de producirse, estaría fraccionada y sin anillos de compromiso en las urnas. Es frecuente que los políticos dispersen la vista sobre la cruda realidad, sobre todo cuando corregirla requiere poder, altura de miras y talento. Decía Winston Churchill que el político debe ser capaz de predecir lo que va a pasar mañana, el mes próximo y el año que viene, y de explicar después por qué no ha ocurrido. No es preciso significar ejemplos para convenir que, en este largo tramo de vahído político, ni las predicciones suelen ser certeras ni, muchos menos, son aceptables las explicaciones.

El Gobierno, inmerso en la inacción de una legislatura de promesas olvidadas, en la que los proyectos de ley brillan por su carencia, dispersó la vista en el conflicto catalán y cuando decidió interrumpir la tragicomedia de Puigdemont con sus preceptores y lacayos, lo hizo en el último acto, con la Justicia por delante y con el billete de vuelta cerrado. El reto de Rajoy en el incendio secesionista, con el PP a la baja, tiene plazo de caducidad. Ha cumplido y allá se apañen. De ahí que evada el cáliz del día después de los comicios y, cuando se pronuncia, a su fonética le falte vibración para que su pronóstico resulte persuasivo.

A las margaritas de Moncloa apenas les quedan pétalos y en la sede popular de la calle de Génova tampoco encajan las posibles componendas poselectorales. Todos los sondeos coinciden en que el 21-D el PP obtendrá su peor resultado en unos comicios catalanes, lo que desincentiva aún más su celo con una comunidad en la que siempre estuvo como de paso y con el gesto torcido. Su fundador, Manuel Fraga, ya sembró determinada hostilidad cuando, con su personal estilo, tronó aquello de “Barcelona es preciosa, lástima que esté en Cataluña”. El PP no lo tenía fácil frente a los enormes tentáculos de CiU y, además, necesitaba su apoyo en Madrid, pero le faltó siempre discurso y fe para disputar el espacio conservador. De ahí que ahora Ciudadanos, con CiU desarticulada y con los populares sin músculo electoral, acopie fundadas esperanzas. Un buen resultado en Cataluña catapultaría sus expectativas a nivel nacional. Albert Rivera avanza entre prisas, codazos y desamores.

El Gobierno –y el PP como partido– carece de recursos y credibilidad para encauzar in situ el desbordamiento soberanista y los otros dos partícipes en el mismo convoy magrean intereses divergentes

El triunfo de los independentistas llenaría de espinas los ojos de la España roja y gualda y ahondaría el drama, aunque sus excavadores se plegaran al 155 en un primer momento; pero, también, conforme se aproxima el día D, la posible gloria constitucionalista amenaza con disolverse en inquietantes fragmentos. El Gobierno –y el PP como partido– carece de recursos y credibilidad para encauzar in situ el desbordamiento soberanista y los otros dos partícipes en el mismo convoy magrean intereses divergentes. Ciudadanos, con la aseada Inés Arrimadas encabezando la carrera electoral entre ellos, invade, con derecho propio, el campo de cultivo popular dentro y fuera de Cataluña -al igual que hace lo que puede en los terrenos socialistas más templados-, pero el PP está obligado al casorio, aunque duerman en camas separadas.

Y debería consentir el PSOE, que gobierna Andalucía con el socorro de Ciudadanos, si su opaco líder, Pedro Sánchez, aflojara cuerda con el bailongo camarada Iceta, candidato del PSC, para escuchar la voz de sus mayores, el grito de algunos de sus barones y el intenso ruido de la responsabilidad. Su participación, directa o indirecta, en una Generalitat sin cargos secesionistas sería mucho más explicable que el decidido apoyo que presta en el Congreso a las iniciativas que presenta Podemos. Socialistas y ‘podemitas’ han coincidido en más del 70% de las votaciones. ¿Tiene el mismo porcentaje de coincidencia el electorado tradicional del PSOE con el perturbador proyecto político que propugna el partido morado?

Mal asunto cuando el partidismo rancio y doloso acumula barriles de pólvora junto a las columnas del sistema.

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