Portugal, el reposado sosiego de una revolución única

Militares portugueses el 25 de Abril, la fecha que simboliza la democracia y la libertad en el país. / RR SS
Militares portugueses el 25 de Abril, la fecha que simboliza la democracia y la libertad en el país. / RR SS

Solo un pueblo en el mundo ha sabido alterar la historia para bien con flores.

Portugal, el reposado sosiego de una revolución única

Cada portugués, por humilde que sea, es portador de un legado inmemorial, de un vínculo de trascendencias para el mundo moderno. Puede, como dijo Teixeira de Pascoaes, que sean indecisos e inquietos, “como las nubes en las que continúan sus montañas y las olas en las que se extienden sus prados”, pero son apasionados, teatrales, hablan como recreándose, meciendo en afortunadas expresiones un pasar indisumalado de hitos decisivos, quizás los primeros globales, los que alcanzaron Asia y América, África y también al resto de Europa. “O Reino Lusitano,.... onde a terra se acaba e o mar comenta”, en palabras cumbres de Luís de Camões.

Pocos pueblos han sabido llorar como el portugués. Saben lo que han perdido, como Mozambique, Goa, Malaca, Brasil, Macao o Angola... Han llorado por sus tierras, pero fundamentalmente por sus hijos desperdigados con la emigración, como los gallegos... Pocos más se han derramado con mejor entendimiento, con más generosidad y mejor integración. Y por ello hay que entender que en el mismo llanto el alma se haga melancolía, morriña, nostalgia, lírica, poética, canto, himno, fado, literatura proclamada desde lo hondo, lo profundo y lo lejano, al ausencia emana en saudade.

Ya el propio hablar es bello, delicado, como la seda, o rotundo hierro, en la proclamación de una necesidad. “O portugués é a lingua mais bonita do mundo, ela é o ar que respiramos”, José Saramago, exhalación inspirada.

El historiador francés Serge Gruzinski, especialista en etnología, antropología y multiculturalismo, lo dejó bien plasmado en sus declaraciones al diario de Polanco con motivo de su participación en el ciclo Ser europeos en el siglo XXI, organizado por la Residencia de Estudiantes, hace veinte años, con la conferencia Hacia un mundo mestizo y globalizado, cuando, al hablar de la herencia ibérica para entender la Europa actual, dijo que “la modernidad de ese pasado ibérico estriba en se basó en dos dinámicas: Una, la occidentalización, que no rehuía el contacto y producía mestizaje porque quería cambiar al otro: cristianizándolo, educándolo, explotándolo o construyendo ciudades o iglesias al estilo del otro; y, otra, un segundo movimiento que no se mezclaba, la globalización, que consistía en proyectar fuera de Europa sus esquemas mentales, formales y artísticos, imponiendo el latín, el aristotelismo, la concepción del poder...”.

Pese a su entendimiento y la consideración de nuestras culturas ibéricas más intrínsecas como algo exótico, como algo folclórico frente a la gran cultura centroeuropea, conviene recalcar lo que Gruzinski trasmitió en su estancia en Madrid: “Las monarquías católicas de España y Portugal consiguieron que, entre 1580 y 1640, el mundo tuviera cuatro partes: Europa, América, África y Asia”. En opinión de un galo, sí de un francés sabio, “ese contexto permite hacerse muchas preguntas, muy actuales. En ese momento se mundializó el libro europeo; el arte se internacionalizó; la filosofía aristotélica y el latín también se extendieron. Los horizontes europeos se dilataron mucho, y las élites globalizadas empezaron a pensar el mundo. Fue una revolución mental igual que la de ahora. La ciudad, lo local, se enfrentaba al mundo entero, se comparaba con él, se veía en él. Existía una dimensión planetaria. Y los funcionarios, los mercaderes, los religiosos, los aventureros estaban en todas partes”. Hicimos sí, moderno al mundo, global y culto, a cambio cometimos errores, graves en determinados aspectos -destrucción de culturas ancestrales, etc.-, inconscientes -transmisión de enfermedades, etc.-, pero menores que las atrocidades de otros.

Eduardo Lourenço al escribir que “un portugués nunca confesará que ha aprendido algo de otro, a menos que sea padre o madre”, no negó la capacidad del aprendizaje. No, al contrario,  lo hizo fraternal, consustancial a un carácter callado, pueda que endogámico, pero dispuesto al conocer, al otear horizontes, sin perder la raíz. Es un mal ibérico, de los pueblos que se han forjado a sí mismos en referencias de proximidad, y que lo han hecho con la eficacia humana de la gallardía, la caballerosidad, la fe y la esperanza, las mismas que trasladaron bajo los estandartes la marinería de la cristiandad, el saber leer las estrellas - las que en nuestra tradición judeo-cristiana trajeron a los Magos de Oriente; las que guiaron a los Peregrinos a Compostela, con su multicularismo, y a los navegantes portugueses y españoles; las que inspiraron a los astrólogos de la Antigüedad y a Galileo-, al construir un cielo, un más allá, un Non Plus Ultra.

Todo nos ata a los peninsulares, como en las familias, como en una fraternidad. Lo expuso Freud: “Las identidades, con sus respectivos imaginarios diferenciados, unen y separan a los sujetos y no pocas veces la separación está basada en el narcisismo de las pequeñas diferencias, el ejemplo son los desencuentros históricos entre españoles y portugueses.”

Hay que parafrasear Antón Lobo Atunes, para entenderlo desde dentro. Mi país no es Portugal, ni España, sino Camones y Cervantes, Pessoa y Castelao, Isabel de Portugal y Rosalía de Castro, Velázquez, Unamuno, Torga y Saramago... una patria de seres ibéricos “que me han ayudado a vivir, que me han dado belleza y alegría”.

Somos los más europeos de los europeos, los más americanos de los americanos, somos gentes curadas de espantos, confiables, serias en lo serio, alegres en la fiesta, y si unos bailan y otros lloran lo hacemos por naturalidad. Por genética somos hermanos, por sangre, por Historia, por sentimientos. En la despensa y en la mesa somos los mismos, nada une más. Nos fusionan ríos, pequeñas montañas y bosques, en nuestras fronteras dejamos crecer el trigo, como bien dijo Carlos Oroza, ese trigo que oculta erradas torres defensivas. Y hasta existe un lugar sin fronteras, A Raia.

No hay desasosiego posible, la pluralidad de una palabra, su universalidad, solo adquiere naturalidad en nuestro ámbito, especialmente cuando admirados por el mundo, inscritos en la gran historia, son los demás los que nos tienen que reconocer los méritos de los ibéricos.

Solo un pueblo, el portugués, sabe hacer revoluciones con flores - siquiera erró al no escoger camelias, ya no era temporada de tanta delicadeza-. Aunque solo fuera por elegir claveles en lugar de balas, solo por eso, merecen germinar en mil primaveras más, como diría Álvaro Cunqueiro. Esa es la verdadera realidad mágica. Es 25 de Abril. @mundiario

  

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