¿Tenemos los políticos que merecemos o estamos hechos a su imagen y semejanza?

Congreso de los Diputados.
Pleno del Congreso de los Diputados.

Desde que las ciencias descubren paralelismos entre ingeniería y manipulación, cualquuier sociedad moderna sufre toda una variada gama de excesos en manoseo genético y social.

¿Tenemos los políticos que merecemos o estamos hechos a su imagen y semejanza?

Desde siempre, el hombre tuvo que enfrentarse a un dilema trascendental en opinión de Macrobio: ¿Qué fue antes el huevo o la gallina? Unos priorizan el huevo y otros la gallina a falta de solidez argumental definitiva. Este conflicto filosófico, simplificado entre dos seres adyacentes muy comunes, encierra una incógnita capital. Sin duda, se asemeja al interrogante que generó tanta angustia existencialista. El orbe entero se perturba cuando inquiere de dónde venimos y cuál es nuestra meta. Cualquier respuesta llega vacía de sosiego, de luz clarificadora. El Gran Teatro de la vida viene ocupado, satisfecho, por numerosas e infames sombras chinescas. Configura la caverna de Platón.

Los españoles, hoy, nos debatimos además en una grave -al tiempo que típica- disyuntiva: ¿Tenemos los políticos que nos merecemos o estamos hechos a su imagen y semejanza? La percepción general concuerda con la primera sugerencia. Sin embargo, mi tesis defiende la segunda. Desde que las ciencias descubren paralelismos entre ingeniería y manipulación, cualquier sociedad moderna (singularmente la nuestra) sufre toda una variada gama de excesos en manoseo genético y social. Se pretende así reducir hambrunas amén de desdibujar los grupos humanos para someterlos a un poder abusivo e ilegítimo. Supone una nueva encarnadura de la contradicción entre bien y mal; ese maniqueísmo excluyente para dogmáticos obstinados.

Alboreando los años noventa del pasado siglo, los socialistas iban perdiendo con celeridad la confianza del pueblo español. Triquiñuelas, falacias y enormes divergencias entre lo dicho y lo hecho mermaban los escaños logrados en sucesivos procesos electorales. El gabinete, urgido por el temor, prevaleció a sociólogos sobre expertos en áreas técnicas. Se impuso la ingeniería social a la civil, cuyo objetivo fuese conseguir un individuo maleable (indolente, absorto, consentidor) en lugar de una gestión fecunda. Surgió así la LOGSE, un sistema de enseñanza de apariencia atractiva y principios triviales, fatuos. Promulga la enseñanza gratuita de cero a dieciséis años. Ayuna de una ley para su financiación, todavía arrastra -más allá de libros, seguros, etc.- la no gratuidad de cero a tres años. Apurado un cuarto de siglo, nadie puede negar sus deplorables resultados tanto en el aspecto cultural cuanto trasluce de extravío social.

Dejando para la Historia varios gobiernos adscritos a dos siglas, todos ellos con luces y sombras, nos topamos con Zapatero. Creía que este político superaba cualquier marca ruinosa, hasta que apareció Rajoy. Si el primero dejó un país hundido, este nos arrastra por el lodazal. ¡Vaya par! Pasamos del ilusionismo a la inactividad; de un indigente soñador a un ilustrado inepto. El PP, ahora mismo, es incapaz de resucitar una economía que provoca desesperación, que aporta hambre física. Ha olvidado preceptos, aun promesas, que le proporcionaron una mayoría absoluta desaprovechada, a lo que se ve. Corrupción, falacias y sordera inundan el quehacer de un partido cuyo (des)crédito no parece preocuparle. Se concluye el penoso fiasco. Las urnas le pasarán factura porque cometeremos un desliz peligroso si nos dejamos engañar de nuevo.

Un PSOE inane -vacio de ideas, de proyectos- más que de oposición actúa cual fuerza concurrente cuya resultante es negativa. Mientras España desaparece por el sumidero económico, ético e institucional, este atiza la succión. Cuando el ciudadano exige silencioso, tácito, un pacto pleno, una política de Estado, uno y otro abren el frente partidario como único interés. Pedro Sánchez sigue los tics de la vieja escuela anclada en siglos superados. Su mayor y mejor contribución a la gobernabilidad de esta nación desvencijada es proponer una reforma constitucional para embutir con calzador la España federal dentro de otra autonómica, como una matrioska o muñeca rusa. Al parecer acaba aquí su aportación. Corramos un tupido y discreto velo sobre diversas cuestiones financieras, educativas; en fin, de regeneración democrática huérfana de consenso y de impulso colaborador. Eso que llaman arrimar el hombro.

Podemos -sin programa definido, al ataque dialéctico, mostrando a su pesar un fondo totalitario- gana terreno. Un terreno abonado por la crisis y la idiocia de dos o tres partidos que otrora transformaron, para bien, el país. Cierto que la corrupción les ahoga, que el trinque ilumina su caminar discontinuo. No obstante, Podemos luce insolente, desdeñoso, altanero, sin (de)mostrar nada. Con su particular visión de las cosas y estafando conciencias -algo habitual entre populismos y demagogias- fluctúa desde la paja ajena, reprendida al momento, y la viga propia que merece encubrimiento, cuando no bula. Menos mal que algunos medios empiezan a ventear flaquezas incompatibles con tan probos personajes. ¿Acaso no hay siglas que merezcan la atención de mis conciudadanos? ¿Es antidemocrática la abstención? Tenemos a nuestro alcance varias alternativas menos inciertas, desde mi punto de vista. No es preciso salir de villamala  para caer en villapeor. Estos tiempos obligan a poseer una mente abierta, sin condicionantes doctrinales ni apariencias.

Sí, los políticos generaron una sociedad irreflexiva, cómoda, borreguil. El problema, como en la guerra bacteriológica, es que este virus social no discrimina el individuo devoto del refractario. Debieron prever tan ingénito y espeluznante pormenor. Cuando una sociedad se convierte en grey descabezada, cualquier oportunista taumaturgo puede conducirla a su antojo. La incapacidad para seguir a un pastor concreto constituye su gloria, pero también su infierno. Adiós bipartidismo. 

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