La política de Rajoy es rechazada, pese al despiste interesado del candidato del PP

Mariano Rajoy, presidente del Gobierno español.
Mariano Rajoy, presidente del Gobierno en funciones.

Las políticas diseñadas y ejecutadas por Rajoy fueron rechazadas por los ciudadanos y también por los diputados de otros partidos y coaliciones. Una conclusión que debería quedar clara definitivamente.

La política de Rajoy es rechazada, pese al despiste interesado del candidato del PP

Como el Partido Popular fue la lista más votada del 20-D, Mariano Rajoy tiene la obligación inexcusable de formar Gobierno. Y si no lo consigue, es porque perdió las elecciones y carece de los diputados suficientes que lo respalden (del partido y ajenos). Esta es -cuesta repetirlo- la primera conclusión política a considerar. Las políticas diseñadas y ejecutadas por Rajoy fueron rechazadas por los ciudadanos y también por los diputados de otros partidos y coaliciones. Una conclusión que debería quedar clara definitivamente, pese al despiste interesado del Presidente y al pertinaz ruido de sus mariachis.

Otro punto a considerar es que el PSOE -segundo partido más votado- tampoco ofrece garantías para construir un Gobierno alternativo. Ya sea por jugar con líneas rojas y reflexión escasa, por confundir la política con el interés personal, o bien porque sabe que el conflicto interno es un mecanismo útil y provechoso. Son las inercias históricas que añaden dificultad y enfado al proceso. Y si Podemos está obligado a ser humilde, a reconocer su inexperiencia y a considerar la complejidad que brota de su propia coalición, también deberíamos considerar el interés y la calidad de sus reflexiones, así como el ser un referente fiable del cambio. Y esto sería, a nuestro juicio, la segunda conclusión de las elecciones del 20-D.

El dinero no se canaliza ya hacia las empresas o familias, sino a comprar bonos y sostener así el dólar como moneda de intercambio internacional

Pero todo ello sucede en un contexto mundial donde los países de la Unión Europea ya aumentan el dinero sin soporte económico real. Porque el dinero no se canaliza ya hacia las empresas o familias, sino a comprar bonos del tesoro y sostener así el dólar como moneda de reserva e intercambio internacional. O sea, se revaloriza el dólar y se deprecian los recursos energéticos y minerales. Por esta vía las empresas financieras alteran los precios de ciertas mercancías, dañando sin contemplación a los países exportadores que deben pagar en dólares cada vez más caros.   

Por otro lado, estamos obligados a conocer la fragilidad del ecosistema planetario. Porque el capitalismo crece reinvirtiendo una parte del excedente generado en actividades rentables para seguir creciendo. Pero la tarea ya no es fácil. Encontrar inversión rentable para una cifra superior a dos billones de dólares, parece hoy misión imposible, lo que provoca contradicción y cuestiona la viabilidad de un sistema económico que necesita crecer para existir. 

Por eso las grandes empresas multinacionales buscan desesperadamente el negocio en la profundidad de los océanos, en los casquetes polares, en las selvas tropicales o en la estratosfera. También quieren controlar los espacios y servicios públicos más rentables. Todo lo que se pueda apropiar y destruir es objetivo económico estratégico y militar, facilitando así la visión de una creciente incompatibilidad entre el capitalismo y la naturaleza. La privatización creciente de la sanidad, el Tratado de Comercio e Inversiones (TTIP), el Anteproyecto de Ley de Acuicultura de Galicia o los efectos demoledores del cambio climático, son ejemplos ilustrativos que anuncian destrozos y consecuencias desconocidas. Nos referimos a los desafíos que son ya una realidad o están a la vuelta de la esquina. 

Porque esas advertencias son ya problemas graves y urgentes que los partidos políticos del 20-D deberían considerar y analizar con rigor y preocupación. Pero no fue así. Y esa desorientación confunde y provoca consecuencias sociales que preocupan e inquietan. Esta sería, al menos, la tercera conclusión que se deriva de las elecciones celebradas el 20-D.

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