La política catalana está en un callejón sin salida

Barcelona.
Barcelona.
El nacionalismo ha sido reticente con la ciudad barcelonesa, más liberal y más dinámica, como lo ha sido el nacionalismo vasco con Bilbao, postergada en favor de Vitoria. Pero ello no agota las explicaciones, porque la que fue llamada ciudad de los prodigios en la novela de Eduardo Mendoza, se dejó arrastrar.
La política catalana está en un callejón sin salida

La destitución del Presidente de la Generalitat de Cataluña ha sido acogida con la tranquilidad de haber sido asumida desde hace meses. Que haya sido destituido por una sentencia judicial que respondía a una demanda por incumplimiento de la neutralidad institucional de los edificios públicos en período electoral, puede parecer anecdótico y sin embargo explica perfectamente la realidad actual. Torra, autodefinido como Presidente interino o vicario en ausencia de Puigdemont, huido en Bélgica, con nulas posibilidades de repetir como cabeza de lista en las próximas elecciones, ha preferido ejercer de activista antes que de Presidente y ha buscado una condena que le permita, en su opinión, ejercer en el futuro de víctima política.

La indiferencia con la que el fallo judicial ha sido acogido, muestra el cansancio de una situación política que ha llegado a un callejón sin salida. Todas las encuestas pronostican una nueva mayoría nacionalista aunque muy fraccionada mientras que ninguna de las facciones que la conforman apuesta por la distensión y el diálogo sino por mantener el conflicto. Al menos es lo que dicen por cuanto la realidad se mueve en otra dirección.

Tras la inhabilitación de Mas y de Torra, la huida de Puigdemont, la condena a pena de cárcel e inhabilitación de Junqueras  y de una decena de dirigentes, el nacionalismo muestra agotamiento programático. Son muchos años perdidos, sin logros tangibles, con la economía retrocediendo, las empresas trasladando su sede social, cediendo posiciones ante la Comunidad de Madrid en cuanto a creación de riqueza, más la crisis sanitaria que ha mostrado la debilidad del Ejecutivo, en nada diferente a la de otros Ejecutivos con menos prosapia. Anotemos que la comunidad catalana ha sufrido los peores recortes de servicios públicos en la crisis económica de 2008 de los que aún no se ha recuperado.

Es el final de un viaje a ninguna parte que deja tocada a una generación de dirigentes políticos para la que no se vislumbra relevo alguno. Habrá elecciones, seguirán más o menos igual y en el mejor de los casos conseguirán acuerdos pasajeros con el Gobierno central. El callejón sin salida de la política catalana necesitará otra hornada de cuadros y probablemente el transcurso de una generación para diluir la frustración ante una ensoñación diluida en la nada.

Barcelona es una ciudad admirable en muchos sentidos. No ya  cosmopolita sino claramente internacionalizada, ejemplo de buenas prácticas en muchas áreas, líder en innovación, diseño, urbanismo, cultura, etc. Abierta al mundo y capaz de jugar un rol muy importante en España, como demostró en 1992 con los Juegos Olímpicos. Que haya dejado pasar esa oportunidad para plegarse a una visión sesgada como la propuesta por el nacionalismo es difícil de explicar.

Ciertamente el nacionalismo ha sido reticente con la ciudad barcelonesa, más liberal y más dinámica, como lo ha sido el nacionalismo vasco con Bilbao, postergada en favor de Vitoria. Pero ello no agota las explicaciones, porque la que fue llamada ciudad de los prodigios en la famosa novela de Eduardo Mendoza, se dejó arrastrar sin oponer gran resistencia.

Mientras que, por ejemplo, California, Nueva York o Texas, tratan de desarrollar sus capacidades y hasta donde es posible influir en el Gobierno federal, el nacionalismo catalán prefirió jugar a la quimera de un nuevo Estado, menospreciando las posibilidades que le brindaba su propia posición hegemónica en la economía y en muchas áreas para influir en el Estado español, tradicionalmente débil. Lo hicieron cuando interesaba el proteccionismo y supieron volcar a su favor la acción estatal. 

Hoy el nacionalismo, fracasada la quimera del nuevo Estado, perdida la capacidad de influir en España, deteriorada la imagen catalana como modelo, está abocado a vivir de la nostalgia, a lamentar la oportunidad perdida y sobre todo a justificarse, como han hecho ya varios dirigentes en libros poco explicativos. Han sido malos gestores, a diferencia del nacionalismo vasco, han menospreciado a los demás y han cosechado la indiferencia citada. Sólo la debilidad del PSC, incapaz en su momento de ofrecer una alternativa al separatismo y corroído por luchas internas personalistas, y el oportunismo de Ciudadanos, que no fue capaz de transformar su victoria en las pasadas elecciones autonómicas en alternativa, pueden explicar que el nacionalismo continúe dirigiendo Cataluña y manteniéndola en la parálisis. @mundiario

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