¿Podrá levantar cabeza un PSOE que evidencia arritmias?

Pedro Sánchez, triunfador en el 39 Congreso Federal del PSOE. / Mundiario
Pedro Sánchez, triunfador en el 39 Congreso Federal del PSOE. / Mundiario

Los años afectan al vigor físico a la vez que comportan enorme deterioro intelectivo. Asimismo, a consecuencia de estos factores psicofísicos, disminuye el umbral de percepción ante cualquier estímulo ciudadano.

¿Podrá levantar cabeza un PSOE que evidencia arritmias?

El PSOE cumple ciento treinta y ocho años de existencia. Sus deudos afirman que tanta senectud, tanto empirismo, añaden un plus cuando se tasa crédito y alcance. Sin embargo, objetivamente, los años afectan al vigor físico a la vez que comportan un enorme deterioro intelectivo. Asimismo, a consecuencia de estos factores psicofísicos, disminuye el umbral de percepción ante cualquier estímulo ciudadano. Peaje vital común a todo universo orgánico. Vemos, pese a lo expuesto, que con harta frecuencia sus líderes destacados camuflan virtudes entroncadas con teóricas solturas adquiridas en el fragor de vehementes confrontaciones políticas. Antes bien, los más cercanos, quienes condujeron el siglo XXI, revelan una involución dañina, aterradora. Como suele decirse: “están de capa caída”.

Cierto es que aquellos primigenios compases, allá por el ocaso del siglo XIX, tuvieron nula penetración social por el escollo que supuso la alternancia política entre conservadores y liberales. Deberemos añadir también el importuno freno a la industria en ciernes de una menesterosa -igualmente que aristocrática- economía agraria. Tal coyuntura se arrastró durante el primer tercio del siglo XX. Este periodo fue protagonizado, pese a la Guerra de Marruecos y movimientos proletarios en la rutilante industria catalana, por continuos éxitos sindicales del anarquismo frente a políticos de un PSOE todavía impermeable a la conciencia popular. Casi con seguridad, esta circunstancia le llevó a colaborar con Primo de Rivera (el dictador) para conseguir cierta vitalidad impulsando una maniobra rastrera, amén de sangrienta, contra la CNT. 

Durante la Segunda República tuvo una actuación destacada –no sé si negativa– que desembocó en inútil e injusto conflicto civil. Son conocidas las diferencias ingénitas, vertebrales, irreconciliables, entre Largo Caballero (el Lenin español), secretario general de UGT, e Indalecio Prieto, secretario general del PSOE. Cabe destacar la impronta de Julián Besteiro, presidente del Congreso y enemigo acérrimo de empezar una guerra que él consideraba espantosa y perdida. A lo largo del franquismo, el partido desapareció de hecho en favor del PCE que se mantuvo activo dentro y fuera de nuestras fronteras. Rodolfo Llopis, secretario general del PSOE en el exilio, mantuvo una postura contraria al activismo interno. Surgió así una corriente renovadora en la que, al final, se impuso Felipe González en 1974.

Próxima la muerte de Franco, el PSOE fue organizándose de forma semiclandestina porque ya se vislumbraba qué papel debería desempeñar en una España democrática. Efectivamente, compartió de manera notoria los Pactos de la Moncloa que alumbraron la Transición. Como uno solo, sin advertir ninguna brecha, todos los partidos arrimaron el hombro para cerrar viejas heridas y esparcir ilusiones nuevas, frustradas con el paso del tiempo. Siete años después Felipe González cosecho la cifra récord de doscientos dos diputados y, en tres legislaturas, España se modernizó pasando a ser miembro del Mercado Común y de la OTAN. Lástima que su gobierno acabara corrompido, ensombreciendo una gestión positiva pese a todo.

Tras él vino Zapatero, personaje curioso, complejo, incalificable. Ignoro si por incomprendido o porque realmente resultó nefasto, para mí ha sido (sin lugar a dudas) el peor gobernante de este último periodo y, añado, de siglos atrás. Puede que, como mucho, se encuentre confortado por el no menos irritante, sosias y sucesor Rajoy. Siendo grave la irresponsable actuación -ignorancia suprema- que tuvo antes, durante y después de la crisis económica, ganan de largo los conflictos sociales que provocaron sus leyes. Paradójicamente tachadas de progresistas, una rupturista Ley de Memoria Histórica, la llamada de Género y su papel protagonista en el Estatuto de Cataluña, marcan un camino lleno de obstáculos e interrogantes que, a poco, viene ilustrando su aciago e incómodo transitar.

Rubalcaba ocupó un espacio transitorio; incoloro, inodoro e insípido pese a los oráculos. A las puertas esperaba otro indocto, tipo Zapatero pero más agresivo e intransigente. Pedro Sánchez tuvo el deshonor, que yo sepa, de ser el primer secretario general inhabilitado por un Comité Federal. Qué decepción suscitaría entre la vieja y la nueva guardia para descabalgarlo. No obstante, su ambición pudo más. Consiguió seducir a militantes irreflexivos, amén de escorados (tal vez descocados), y vuelve con bríos para constatar un cerrilismo indescifrable. Confunde porque quiere, porque es su único éxito, deseos de afiliados y de votantes: divergentes, inconexos, a distancia astronómica. Desconoce las penalidades del socialismo francés u holandés y martillea, en fin, sobre aire dilapidando energías que no le sobran.

Confía un ejecutivo con la tóxica contribución de Podemos. Lanza a los cuatro vientos esa quimera del gobierno de izquierdas cuando incluye en él la derecha burguesa nacionalista. Detesta al PP -derecha social, sobria- y pretende apoyarse en la burguesa. Semejante incongruencia articula la prueba evidente, definitoria. El viejo partido ha llegado al estado catatónico, gastado, sin energías, acéfalo. Huérfano de dinamismos, de impulsos, poco puede esperarse cuando ya apunta delirios agónicos, cercano a la extenuación fulminante. Lejos de significar una impresión, más o menos subjetiva, el aire se llena de efluvios mortuorios.

Queda ulterior ocasión en que hablaremos de Organización Federal y del Estado Plurinacional para ver el asiento que en ellos tiene el problema de los políticos (digo bien, políticos que no individuos) catalanes.

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