Pobres respuestas del bipartidismo al revulsivo electoral de Podemos

Pablo Iglesias, secretario general de Podemos.
Pablo Iglesias, de Podemos.

No sabemos hasta dónde puede llegar la onda expansiva de Podemos, pero ha conseguido revolver las estancadas aguas de la política española, aunque las respuestas de la “casta” son bastante pobres.

Pobres respuestas del bipartidismo al revulsivo electoral de Podemos

No sabemos hasta dónde puede llegar la onda expansiva de Podemos, pero ha conseguido revolver las estancadas aguas de la política española, aunque las respuestas de la “casta” son bastante pobres.

Resulta increíble la minuciosidad con la que ahora sesudos analistas definen las verdaderas  intenciones que se esconden detrás de Podemos, la alternativa revelación en España en las pasadas elecciones europeas. Algo parecido a lo que sucedió con la crisis: después de que estallase, todo el mundo salía a explicar cómo se había producido, pero casi todos se habían callado antes de que reventase (los muy pocos que habían hablado fueron tachados de catastrofistas). Y no estoy atribuyendo a Podemos consecuencias negativas como las de la crisis: son esos analistas los que pintan a esta fuerza política como el quinto jinete del apocalipsis y son ellos los que deberían explicar por qué, si estaba tan claro que es tan nefasta como ahora indican e insinúan que ya lo sabían, no advirtieron antes de lo que se estaba fraguando contra el bipartidismo, que para estos analistas que predicen el pasado debe de ser un modelo de limpieza y transparencia.

Los que en estos días se dedican a rastrear hasta las cartillas escolares de Pablo Iglesias en busca de antecedentes penales, con aires de ya-lo-decía-yo y vaticinando toda clase de desgracias si los electores se dejan seducir de nuevo (y peor si aumenta el número de seducidos) en próximos comicios, deberían reconocer, por lo menos, que ni se habían molestado en valorar la comparecencia electoral de candidaturas que intentaban ofrecer una salida política a la desmoralización ciudadana. Una de esas candidaturas, habitualmente despreciadas desde las alturas de la opinión establecida por inútiles y utópicas, acertó en esta ocasión con el ofrecimiento del nivel mínimo de esperanza necesario para conseguir aglutinar a una parte importante de ese electorado progresivamente desencantado por el deterioro de las izquierdas anteriores.

No sabemos hasta dónde puede llegar la onda expansiva de Podemos, pero, de momento, ha conseguido revolver las estancadas aguas del panorama electoral en España, aunque las primeras respuestas de lo que ellos llaman “casta” (los políticos del poder más o menos rotatorio) son bastante pobres. Desde la derecha hacen lo posible para que Podemos sirva de freno a la difícil recuperación de los socialistas. Es la única explicación de su feroz campaña contra una fuerza política que tiene su principal vivero de votos en la izquierda y que, con esos ataques, aumenta su predicamento entre electores que nunca votarán a la derecha (sólo conozco el caso de sinceridad del presidente del PP andaluz saludando la presencia de nuevas fuerzas políticas porque contribuyen a una mayor pluralidad, declaración hecha después de saber que la irrupción de Podemos en las encuestas andaluzas acaba de rebajar la ventaja del PSOE sobre el PP de cinco puntos hace seis meses a siete décimas ahora).

Por lo que se refiere a la izquierda hasta ahora representada, oscilan entre los que no se dan por aludidos, limitándose a un relevo generacional en el seno del aparato como si todo el problema fuese la edad del secretario general, y los que tratan de abrir ahora vías de diálogo que se habían rechazado antes de la revelación (otros profetas del pasado). Sin olvidar la posibilidad de que el propio Podemos muera de éxito, si no administra adecuadamente su fuerza electoral. La izquierda, ya se sabe, ha demostrado a lo largo de su historia una enorme capacidad de autodestrucción.

En un panorama político deteriorado por la corrupción y por el desprestigio de las instituciones, con los ciudadanos castigados por la crisis y con graves fisuras en la convivencia territorial, las próximas campañas electorales podrían ser una buena ocasión para un debate directo y sincero sobre la manera de recuperar el pulso do nuestro sistema democrático. Pero ya sabemos lo que dan de si las campañas, así que seguiremos contemplando un escenario de componendas, entre medias verdades y medias promesas de los más poderosos, mientras sesudos analistas reservarán las acusaciones de populismo y demagogia para la izquierda alternativa. Ellos entienden que las fuerzas serias y principales no engañan a los ciudadanos con promesas que no puedan o no quieran cumplir.

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