La guerra, por salvaje que sea, tiene o debería tener una ética

El general Francisco Franco.
El general Francisco Franco.

Este profesor y periodista narra tres episodios que cree dignos de figurar en la “Historia de la infamia”, protagonizados por el nacionalismo vascongado que celebra el Aberri Eguna.

La guerra, por salvaje que sea, tiene o debería tener una ética

Hay tres episodios –entre otros muchos- dignos de figurar en la “Historia de la infamia”, protagonizados por el nacionalismo vascongado que celebra el Aberri Eguna, e incluso el llamado “Día del soldado vasco”. El asunto tiene claros y oscuros.

El primero, que me contó el fotógrafo vigués Angel Llanos, quien estaba allí como soldado, ocurrió en el avance sobre Bilbao, durante la Guerra Civil, luego de que el capitán de gudaris Antonio Goicoechea (inventor del talgo) traicionara a los suyos y se pasara a los sublevados con los planos del mal llamado “Cinturón de Hierro”.

La guerra, por salvaje que sea, tiene o debería tener una ética. Por eso, al enemigo que se rinde se le da cuartel y se deja de considerarlo un combatiente tal y como recogen las convenciones y usos del Convenio de Viena. El caso es que una unidad de soldados del bando nacional avanzaba en la toma de una colina, defendida por un batallón de gudaris del PNV, cuando desde lo alto de la loma se mostraron banderas blancas, Ante esta señal de rendición, los soldados de Infantería colgaron las armas y sin disparar siguieron subiendo hacia la posición. Pero cuando ya estaban llegando, los gudaris retiraron las banderas blancas y atacaron a los sorprendidos y engañados enemigos con una descarga de granadas de mano que causaron la lógica escabechina.

Los soldados atacantes y ahora atacados de modo tan desleal corrieron montaña abajo, lógicamente; pero se rehicieron y volvieron a la carga, no sin dejar sobre la ladera numerosas bajas. Al tomar la posición, embravecidos por la ira tampoco respetaron las reglas de la guerra y causaron innecesarias bajas a los que esta vez se rendían de verdad. Sólo la estaca manejada contundentemente por un oficial repuso la disciplina y el trato debido a los prisioneros.

El segundo episodio vergonzoso lo protagoniza el “Batallón Gordexola” (guardianes del lugar) que defendían los altos hornos. Los zapadores del coronel republicano Prada recibieron la orden, la lógica orden de una guerra, de volar aquellas instalaciones para que no cayeran en manos de Franco. Cuando los soldados de la República llegaron, los gudaris los recibieron con una lluvia de fuego; de tal modo que la voladura no fue posible. Luego, cuando el Ejército de Franco avanzó, los gudaris se rindieron cómodamente.

La orden de traicionar a la República no partió del comadante Urculla, como se hizo creer, sino del propio presidente Aguirre, quien para justificarse declaró después a una periodista francesa por qué diera aquella orden: “Pues está claro, señorita, porque estas industrias son riqueza y patrimonio forjado por nuestro pueblo y pertenece a él y porque nosotros no nos marchamos definitivamente, sino que pensamos y esperamos volver”. (Véase el valioso libro “La guerra en Euskadi”, de Luis María y Juan Carlos Jiménez de Aberásturi, Barcelona, Plaza y Janés. 1978). En cambio, Joseba Elósegui, oficial de gudaris, reconoció muchos años después que esta industria, de Baracaldo, debería haber sido volada, según las leyes de la guerra, para que no cayera en manos del enemigo, Pero de este modo se entregó Franco y a los alemanes un valioso y potente mecanismo productivo, inmediatamente puesto en marcha para satisfacer sus necesidades bélicas.

¿Y qué decir del “Pacto de Santoña” del gobierno de Aguirre con los italianos, para rendirse, después de acordar “un simulacro de batalla” para salvar el honor, con la mediación del Vaticano, como no, o incluso la pretensión de convertir el territorio vasco en un protectorado inglés. Los batallones de gudaris del PNV dejaron solos al resto delas unidades que defendían la República.

Cierto que al lado de esta miseria hubo comportamientos heroicos, sobre todo el mar, donde los marineros vascos, a bordo de buques de pesca artillados se enfrentaron gallardamente a los grandes barcos de línea de la flota rebelde. Hasta el punto de que el almirante Moreno intercedió ante el mismísimo Franco para que se respetara su vida una vez capturados.

Pero hay más. Conocí a soldados cautivos, prisioneros republicanos, que coincidieron con gudaris en campos de concentración y cárceles de Franco, como en Carmona. Entre ellos, funcionaban dos socorros: “El rojo”, para soldados republicanos en general, y el “Blanco” sólo para gudaris. Eso sí, los vascongados iban a misa y comulgaban con ejemplar fervor.

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