Pilar de Lara, entre lo injustificado y lo injusto

Pilar de Lara. / El Progreso
Pilar de Lara. / El Progreso
Nadie puede negar que con sus excesos y sus defectos, incluso a su pesar, la jueza De Lara contribuyó a sanear la vida política gallega.
Pilar de Lara, entre lo injustificado y lo injusto

Le sobran razones para considerarse víctima de una injusticia. Sin embargo, por puro rigor jurídico, Pilar de Lara prefiere hablar de desviación de poder y de vulneración del principio de proporcionalidad a la hora de enjuiciar la dura sanción que la aparta de la carrera judicial por varios meses y la obliga a dejar vacante la plaza de jueza instructora de la que era titular en los juzgados de Lugo. El Consejo General del Poder Judicial le aplica una severa medida disciplinaria por considerar "injustificados" los retrasos que acumulan las macrocausas que De Lara mantiene abiertas, como la Carioca o la Pokemon, algunas de cuyas instrucciones se iniciaron hace diez años. El órgano de gobierno de los jueces la sanciona por considerar incorrecta su forma de instruir, pero puede que también esté pagando un precio por que su exceso de celo investigador puso fin de forma abrupta a varias carreras políticas y afectó a los intereses de algunos empresarios influyentes, al tiempo que salpicaba de lleno al estamento policial.

Pilar de Lara podría haber sido una jueza como las demás, del montón, una perfecta desconocida fuera del ámbito judicial, si cuando llegó a Lugo le hubieran tocado en suerte asuntos sin apenas trascendencia pública, de los que rara vez son noticia ni siquiera en la prensa local, como fueron casi todos los que instruyó en sus anteriores destinos. Porque ella no tenía afán alguno de notoriedad. El indeseado estrellato le cayó del cielo por la coincidencia en un corto espacio de tiempo de una serie de jugosas investigaciones sobre corrupción que, una tras otra o varias simultáneamente, Policía, Guardia Civil y sobre todo Vigilancia Aduanera pusieron sobre su mesa.

En los casos en los que se vieron implicados políticos en activo, de distinto signo, no fue De Lara quien los puso en un brete. Fueron sus propios partidos los que les negaron la presunción de inocencia exigiendo o forzando dimisiones, por higiene democrática, sin esperar siquiera a que sustanciaron las acusaciones. Que muchas de las causas que instruyó su señoría, además de eternizarse, quedaran en nada, o no dieran lugar a sentencia condenatoria, no significa que los hechos investigados no hayan ocurrido. En todo caso las filtraciones periodísticas dejaron al descubierto comportamientos unas veces delictivos, otras éticamente reprobables de responsables públicos a quienes los ciudadanos y los partidos políticos otorgaron una confianza de la que resultaron no ser merecedores.

Es verdad que con la profusión de las macrocausas abiertas en el juzgado de instrucción número 1 de Lugo se extendió la impresión de que la corrupción había alcanzado entre nosotros unos niveles insoportables. Ahora bien, nadie puede negar que con sus excesos y sus defectos, incluso a su pesar, la jueza De Lara contribuyó a sanear la vida política gallega. El conocimiento público de los hechos que ella investigó seguramente habrá servido para disuadir a quienes estaban tentados a corromper o corromperse, poniendo en alerta a instituciones y partidos políticos, que se han visto obligados a extremar los controles y las cautelas en la gestión del dinero de todos. Un efecto colateral que habría que agradecer, por difícil que resulte justificar unas dilaciones procesales que dañaron tanto a los investigados como a la propia imagen de la Justicia. @mundiario

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