Perú elige presidente de entre partidos políticos que no son permanentes

Keiko Fujimori y Pedro Pablo Kuczynski. / peru.com
Keiko Fujimori y Pedro Pablo Kuczynski. / peru.com

Los peruanos han sido llamados a escoger un nuevo presidente, pero tienen ante sí unos partidos inestables y un sistema de partidos con poco arraigo ciudadano. El 5 de junio, la segunda vuelta.

Perú elige presidente de entre partidos políticos que no son permanentes

Perú cambia de presidente esta primavera. El pasado 10 de abril, unos 18 millones de electores participaron en la primera vuelta de la elección presidencial y escogieron de entre 10 candidatos. La ex–congresista Keiko Fujimori, hija del controversial ex-presidente Alberto Fujimori, fue la candidata más votada, pero su 39% del voto que está muy por debajo del 50% necesario para ganar en primera vuelta. El economista y ex-ministro Pedro Pablo Kuczynski obtuvo su pase a la segunda vuelta del próximo 5 de junio con un 21% del voto -- lejos de Fujimori, pero no de la congresista Verónika Mendoza, candidata de izquierda que logró un sorprendente 18% del voto.

Los dos grandes temas de la campaña giran en torno a Alberto Fujimori, actualmente encarcelado por corrupción y violaciones a los derechos humanos cometidos durante sus años en el poder. El primero es la posibilidad de que de resultar finalmente vencedora, Keiko Fujimori utilice los poderes de presidenta para reivindicar y revivir políticamente a su padre o incluso indultarlo, algo que no sienta bien entre sectores amplios de la población. El segundo gran tema es económico: tanto ella como Kuczynski han prometido mantener vigente, con matices propios a cada cual, el modelo neoliberal que Alberto Fujimori implementó y que ha sido la base de un despegue significativo y reciente, pero también el objeto de las críticas de quienes se consideran económicamente marginados. Según algunas encuestas de opinión hechas luego de la primera vuelta, el primer gran tema parece pesar más en la intención de voto que el segundo, pues Kuczynski se perfila como ganador.

Sin embargo, existe un asunto que los entendidos y muchos peruanos saben que existe, pero que no ha figurado como tema central de campaña. Es algo que se ha venido repitiendo desde finales de la década de 1980 y que tiene relación directísima con la oferta partidaria actual: el desempeño del sistema peruano de partidos (es decir, el patrón de interacciones entre los partidos existentes) ha sido inconsistente y muchas veces preocupante. El prolífico politólogo peruano Martin Tanaka lo explicó así en 2005: en Perú no existe un sistema de partidos porque no existen partidos permanentes. Esa observación todavía se ajusta a la realidad.

“La política de la anti-política”

Como pasa siempre, las cosas no fueron siempre así. Después de una dictadura militar populista que duró de 1968 a 1980, la cual implementó reformas sociales en ánimo de acabar con la inestabilidad sociopolítica causada por el desarrollismo que le precedió, Perú regresó a la senda de la democracia liberal y representativa y reanudó la competencia partidaria. Cuatro partidos se perfilaron como los más importantes en el renaciente sistema de partidos y tuvieron ante sí la tarea de canalizar aquella incorporación sociopolítica heredada de la dictadura: Acción Popular (AP), el Partido Popular Cristiano (PPC), el Partido Aprista Peruano (PAP) e Izquierda Unida (IU), cada uno con ideologías determinables, nexos con sectores sociales y organizaciones de base y una imagen pública de vitalidad y permanencia, aunque también con una tendencia hacia el liderazgo personalista. En las contiendas presidenciales de 1980 y 1985, ellos lograron un porcentaje combinado de votos de 96.5% y 97%, respectivamente.

Pero también en esos años, Perú fue afectado grandemente por la crisis latinoamericana de la deuda externa y el estallido de la violencia guerrillera. El efecto fue devastador porque la clase política se mostró cada vez más ante una angustiada opinión pública como incapaz de resolver aquellos problemas, resultando en una deslegitimación no solamente de los cuatro partidos principales, sino de todos los partidos tradicionales. Aquellos fueron los comienzos de lo que el colombiano Francisco Gutiérrez Sanín llamó “la política de la anti-política”, en donde se participó en la competencia electoral desde posiciones abiertamente hostiles hacia el establishment partidista. Así aparecieron los movimientos electorales (agrupaciones creadas con el mero propósito de impulsar una candidatura presidencial pero sin intención de hacerse permanentes) y outsiders como el escritor Mario Vargas Llosa, quien fundó su propio movimiento electoral, Movimiento Libertad (ML), y dominaba los sondeos de intención de voto en los inicios de la campaña presidencial de 1990.

Pero el que tuvo más éxito con la “política de la anti-política” fue otro político bisoño, Alberto Fujimori. Agrónomo de profesión, Fujimori no solamente prometió no arreglar la economía con políticas neoliberales (contradiciéndose después) y tratar a la guerrilla con mano dura, sino que se mostró ante los votantes como un tecnócrata desligado por completo de la desacreditada clase política. Y siguiendo la nueva moda del movimiento electoral, Fujimori estableció el suyo, Cambio 90, y no se preocupó por hacerlo permanente, en parte debido a limitaciones de tiempo y recursos pero también conforme con un desprecio manifiesto hacia los partidos tradicionales. El mensaje anti-político de Fujimori caló hondo, sobre todo en unas clases media y baja que veían a Vargas Llosa como un burgués elitista.

La elección presidencial de 1990 demostró qué tan deteriorados estaban los partidos tradicionales. En la primera vuelta, los candidatos del PAP e IU combinaron un 26% del voto, mientras que Vargas Llosa y Fujimori obtuvieron un 52% entre ambos. Por su parte, queriendo evitar el quedar barridos por la ola anti-partidista, AP y el PPC se juntaron con ML para formar el Frente Democrático (FREDEMO) y apoyar a Vargas Llosa, pero eventualmente ambos partidos quedaron irremisiblemente relegados. Luego de que Fujimori ganara la elección definitivamente, FREDEMO se esfumó y Cambio 90 pasó por varias transformaciones y otros tantos cambios de nombre pero siempre sin institucionalizarse, lo que le facilitó a Fujimori controlar su movimiento electoral a capricho.

En resumen, la explicación del colapso del sistema de partidos de la década de 1980 y la aparición de Fujimori se resume en un solo punto: una crisis de representación política. El politólogo peruano Julio Cotler asevera que aquellas expectativas de representación que se intensificaron al reiniciarse la democracia no fueron canalizadas apropiadamente por los partidos, resultando en su deslegitimación. El outsider anti-político y los movimientos electorales llenaron ese vacío de representación.

Un sistema de partidos que no cuaja

La era Fujimori se caracterizó por su talante neo-populista, cuasi-autoritario y corrupto y por la manipulación desfachatada de los medios de comunicación. Fue tanto el desagrado causado que cuando el asesor principal de Fujimori, Vladimiro Montesinos, apareció en un video hecho público en 2000 sobornando a un legislador de oposición, Fujimori vio la escritura en la pared e hizo lo que pudo, sin éxito, para frenar su caída. Los partidos entonces comenzaron a enfatizar la gobernabilidad democrática, las posiciones de centro y el rechazo al autoritarismo, iniciando su recuperación. Algunos escritos académicos publicados en esos años concluyeron que aquella era una segunda oportunidad para que la clase política pre-Fujimori hiciera las cosas bien e incluso que un sistema de partidos parecido al de la década de 1980 podía formarse.

Pero se dieron además indicios que comprobaban una situación diferente. Primero, dos de los tres presidentes electos tras la caída de Alberto Fujimori, incluyendo el propio Ollanta Humala, provinieron de movimientos electorales (el tercero provino del PAP). Segundo, ninguno de los tres presidentes pos-Fujimori logró el 50% del voto necesario para ganar en primera vuelta (el promedio es poco menos del 33%). Tercero, el escenario partidista se ha fragmentado; en 2006, 26 partidos participaron en la presidencial y otros 22 lo hicieron en 2011. Y cuarto, se han creado 12 alianzas electorales diferentes entre 2001 y 2011, casi todas ellas efímeras porque muchos de sus partidos constituyentes las abandonaron antes de la elección siguiente. El optimismo, pues, no resistió la constatación con los hechos y dio paso al escepticismo.

Además, la sombra de Alberto Fujimori siguió proyectando sobre el sistema de partidos. Según Gutiérrez Sanín, el discurso anti-político de Fujimori se transformó luego de su caída, al ser separado de su connotación cuasi-autoritaria y adoptado por outsiders que encontraron en las demandas ciudadanas de transparencia, integridad y competencia en la gestión pública una vía para ganar el poder. Humala ofrece otro ejemplo: su servicio militar le confirió estatus de outsider en la campaña presidencial de 2006 y sus críticas a la clase política le valieron el apoyo de sectores populares que lo veían como más sensible a sus necesidades (sin embargo, en 2011, él se mostró más como un reformista tipo Lula que como anti-político). En adición, los movimientos electorales asociados a Alberto Fujimori tuvieron arraigo electoral considerable, con Keiko Fujimori siendo la segunda candidata más votada en 2011 representando a una formación fujimorista.

Mientras tanto, casi todos los partidos principales de la década de 1980 tuvieron un desempeño inconsistente entre 2001 y 2011. El PAP se renovó y revigoró, ganando la presidencia en 2006, pero en 2011 no presentó candidato. El PPC también se mostró renovado y revigorizado, pero no como para disputar una elección presidencial sin recurrir a las alianzas electorales. AP, mayormente estancada, no presentó candidato presidencial en 2001 y formó parte de dos alianzas electorales diferentes. Finalmente, IU desapareció del panorama luego de 1990.

Por último, las encuestas de opinión más señeras entre los estudiosos de la política latinoamericana, Latinobarómetro y el Barómetro de las Américas, ofrecen opiniones divergentes sobre el grado de identificación de los peruanos con sus partidos anterior a esta elección; así, Latinobarómetro 2015 apunta que 51% de los encuestados se identifica con un partido, mientras que en el Barómetro de las Américas 2014 la cifra es de 19%. Sin embargo, se pueden poner estas cifras en contexto y asumir que las formaciones electorales en general, partidos o no, se presentaron a los electores ocasionando sentimientos que son, por lo menos, enormemente cercanos a la ambivalencia.

Las claves del 10 de abril

La primera vuelta de esta elección presidencial es historia y las cosas pudieron no haber cambiado casi en nada. Como mínimo, hay cosas que podrían apuntar hacia una continuación de algunas tendencias. Primero, los tres partidos sobrevivientes del sistema pre-Fujimori no participarán en la segunda vuelta por segunda vez desde 2011. Tampoco el partido del presidente Humala, quien retiró a su candidato presidencial antes de la elección (la constitución peruana le impide a Humala aspirar a un segundo término consecutivo). Segundo, el 39% que logró Keiko Fujimori es el mayor porcentaje de votos logrado en primera vuelta desde 2001, demostrando el poder de convocatoria que todavía tiene el fujimorismo pero aumentando el porcentaje promedio de votos logrados en primera vuelta a un modesto 34%. Tercero, Kuczynski, se presenta con una opinión de los partidos tradicionales que recuerda mucho al rehabilitado mensaje anti-político fujimorista. Cuarto, el universo partidista sigue fragmentado: 18 partidos se inscribieron para la primera vuelta presidencial, incluidos tres que después se retiraron y cuyos votos fueron añadidos al renglón de votos nulos por decisión de la justicia electoral. De esos 18, 10 fueron creados entre 2011 y 2015. Y quinto, se han formado tres alianzas electorales más, incluyendo una formada por dos antagonistas de antaño: el PAP y el PPC. Son ahora 15 las alianzas electorales que se han creado desde 2001.

Otro punto a recalcar atañe al sentimiento ciudadano hacia los partidos. La participación en la primera vuelta de esta elección presidencial (81.80% del total de inscritos) es alta, pero el porcentaje de votos negativos (es decir, la suma de abstenidos, votos nulos y votos en blanco como porcentaje de votantes inscritos) que se registró en esta vuelta es de 33% - una cifra mayor que la obtenida en todas las vueltas celebradas desde 2001. Fernando Tuesta Soldevilla, otro politólogo peruano prestigioso, plantea que la abstención electoral en Perú tiene motivos tales como problemas logísticos, enfermedad del votante, padrones con información no actualizada y otros tantos, pero su colega argentino Marcelo Leiras apunta a que la abstención electoral, combinada con los votos nulos y en blanco, también puede interpretarse como síntoma de insatisfacción con la oferta electoral. Dado el que, según Latinobarómetro 2015, un 24% de los peruanos tiene una opinión favorable del gobierno y otro 21% piensa que se gobierna para el bien de todo el pueblo, esos votos negativos que se emitieron este año podrían interpretarse como señal de que los partidos, como apéndices del gobierno, todavía tienen mucho por hacer para recuperar la confianza perdida.

Hay que echar el ancla
Latinobarómetro 2015 nos dice que la región latinoamericana atraviesa por dos situaciones que van en sentido opuesto: por un lado, el progreso socioeconómico reciente ha motivado demandas, cada vez más enfáticas, de mayor inclusión sociopolítica; por el otro, no existen estructuras solidas que puedan procesar esas demandas. Ciertamente, Perú no es una excepción, en tanto y en cuanto continúe teniendo las mismas desigualdades socioeconómicas e incluso etno-raciales que afectan a la región en su conjunto (Latinobarómetro 2015 también ha revelado que solamente un 17% de los peruanos piensa que la riqueza se distribuye justamente en su país) y su sistema de partidos continúe exhibiendo insuficiencias e imperfecciones. Y de eso se trata el problema de fondo que atraviesa la política de partidos en Perú: una persistente crisis de representación política.
Lo ideal, a lo que se debe aspirar, es que cada democracia representativa, incluyendo la peruana, tenga un sistema de partidos profundamente arraigado (es decir, institucionalizado) para dotar a la competencia electoral con participantes que los ciudadanos puedan reconocer de elección en elección, capaces de representar alternativas racionales de gobierno (sin importar la ideología) y prestos a rendir cuentas periódicamente por su gestión. No se trata de que los sistemas de partidos sean inflexibles ante nuevas demandas ciudadanas y no cambien, como pasó en la Venezuela pre-chavista, pero tampoco que no haya algún patrón identificable o estable, como pasa en este caso.
Si los partidos peruanos siguen perdiendo el favor ciudadano, el ocaso del sistema de partidos como institución política legitima en Perú será cada vez más irreversible.

 

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