Ya de perdidos al río, a Trump, a Tyriza, a Le Pen, a Podemos…

Gente.
Gente.

“De perdidos al río” describe el estado de ánimo de los ejércitos cuando comprenden que están perdiendo irremediablemente una batalla. O sea, como las sufridas clases medias ante las beligerantes e implacables élites financieras, empresariales, sociales y políticas.

Ya de perdidos al río, a Trump, a Tyriza, a Le Pen, a Podemos…

Nunca tan pocos habían amargado la existencia de tantos. Nunca como ahora, planeta Tierra, año 2017 del Señor, la insoportable levedad del ser se había mostrado con tan paradójica crudeza, en pleno siglo teórico de las luces de la democracia, en la más exuberante exhibición de gobiernos del pueblo, por el pueblo pero sin el pueblo y en la más cínica representación teatral de un mundo en el que las minorías deberían proponer y las mayorías deberían disponer. ¡Oh capitán, mi capitán!, el espantoso viaje por la historia no ha terminado. Los gobernantes anuncian todas las mañanas viajes de regreso al futuro y los gobernados se acuestan todas las noches con los equipajes preparados para regresar al pasado.

La hidalguía y la picaresca

Han vuelto los hidalgos, madre, aquellos antepasados nuestros que guardaban las apariencias de puertas de su casa para afuera con los estómagos vacíos, los bolsillos en barbecho y áridos e inconfesables desiertos de  puertas de sus despensas para adentro. Sólo que, los de ahora, no esgrimen titulillos nobiliarios heredados, sino títulos universitarios conquistados con los sudores de sus frentes, los ahorros de sus progenitores y melancólicos ecos del “Gaudeamus igitur” que ya no les evoca la solemnidad del conocimiento al servicio de la sociedad, sino talmente el sarcasmo carnavalesco de una chirigota de Cádiz. Han vuelto, también, las réplicas de Lazarillos del Tormes del siglo XXI, los Bigotes, los Bárcenas, los Pujol, los Ratos, los Sorias, los Gayosos, tantos pícaros y pícaras que, en vez de inspirar a amenos e incisivos Mateos Alemanes, Cervantes o Quevedos, inspiran a prepotentes, redundantes y fanáticos gacetilleros, conservadores o progres, ¿qué más da?, con sus respectivos discos rayados estampados con el trasnochado sello de “La voz de su amo”

Entre pobres en las calles y pobres en las nóminas

Cierto es, señores del jurado, que no es una novedad que en las tres cuartas  partes del planeta se oiga exclamar, a medida que va saliendo sucesivamente el sol naciente: ¡Buenos días, pobreza! Era, es y seguirá siendo una vergüenza colectiva para una condición humana incapaz de ser y de estar a la altura de sus circunstancias. Pero, hombre, éramos pocos, teníamos poca tasa de desheredados de la Tierra, y estamos generando prójimos con empleo, con salario, en nómina, ¡manda carallo!, que solo pueden llegar a fin de mes echando mano de un tanto por ciento de la jubilación de sus progenitores ¡Si eso nos es una anomalía degenerativa, una aberración socioeconómica, un tumor maligno de consecuencias impredecibles en el llamado sistema capitalista, que venga Adam Smith y lo vea! Había poca pobreza en la Tierra y hemos parido sucesivas generaciones de Bolsópatas, de gobernópatas, de Mercadópatas, de macroeurópatas, de tecnócratas, de burócratas, de Marianópatas, de Forbeópatas y demás tipos de psicopatías emanadas de la dichosa ley de la oferta y la demanda que, no conformes con la producción en cadena de desempleados a dos velas, han abierto una novedosa línea de producción low cost de seres humanos con empleo.

Del ¡Si yo fuera rico! al ¡Si yo no fuera pobre!

¡Muy bueno lo suyo, señores! Ahora, la gente corriente, the ordinary people, como nos llaman en Yanquilandia, ya no suspira de vez en cuando entre amigos, compartiendo una cervecita y exclamando en voz alta un viejo anhelo que se ha ido desvaneciendo estos últimos años de historia: ¡si yo fuera rico! Ahora, verás, en los cafelitos de las once, en las llamadas horas del bocadillo, millones de curritos en nómina se desahogan entre los unos y los otros expresando un deseo que, a mis escasas luces, debería herir con mucha más intensidad la sensibilidad del respetable público: ¡si yo no fuera pobre! Esos tipos inmensamente ricos del ranking Forbes, esos otros atrincherados y camuflados en los Consejos de Administración de las multinacionales, los avispados agentes bursátiles, los despiadados halcones ejecutivos y ejecutores de Recursos Humanos y sus sumisos siervos todopoderosos que se sientan en los Consejos de Ministros, es que deben estar locos. Si es que van por la vida y por la historia provocando, oye. Y encima, ya ves, en cuanto les llega el mínimo indicio demoscópico de una hipotética rebelión de las masas: ¡ya de perdidos al río, a Trump, a Syriza, a Le Pen, a Podemos, a donde haga falta!, van los tíos y se rasgan teatralmente las vestiduras. O son unos caraduras o no son más tontos porque no entrenan.

¿Y si los ricos no son tan listos, ni los pobres tan tontos?

A lo mejor es que no hace falta ser tan listo como afirman sus panegiristas para ser rico, ni la condición de pobre, de humilde, de currante con dificultades para llegar a fin de mes, es el síntoma inequívoco de estupidez humana que intentan transmitirnos los pragmáticos sabios de las tribus. A lo mejor solo hay un paso o dos entre la riqueza y una humilde economía: la honradez, la decencia, la empatía. Pero, si yo fuera rico, y con tal motivo no me hubiese convertido en un tonto lava, asunto que, a priori, parece talmente una utopía, en los tiempos que corren, al ritmo trepidante de las circunstancias,  tendría presente y convenientemente destacada una frase lapidaria y, quizá, profética, en mi aparentemente intocable e inaccesible Olimpo: “¡Del amor al odio hay solo un paso!” ¡Cuidado, cuidado, cuidado…!

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