La penitencia de los jarrones chinos

Trump, en modo Taxi Driver. / Gio
Trump, en modo Taxi Driver. / Gio

Donald Trump está incomodando a Joe Biden desde mucho antes de abandonar la Casa Blanca.

La penitencia de los jarrones chinos

Más de un gobernante ha evocado al término de su mandato una novela del  mexicano Carlos Fuentes, “La silla del águila”, cuando uno de los personajes le recuerda al protagonista de la historia, el presidente imaginario de un México no tan imaginario, el drama que supone la pérdida del poder político. “Aunque haya ganado las elecciones –le dice-, jamás olvide que al final va a perder el poder. Prepárese usted. La victoria de ser Presidente desemboca fatalmente en la derrota de ser expresidente”.

No sé cuán preparados están los políticos para ese dramático salto a la nada, pero la transición suele ser traumática. La soterrada lucha que se da entre el hombre que se resiste a ceder el poder y el que se empeña en conquistarlo para consolidar su autoridad, acaba, por lo general, en el exilio del “derrotado”, así sea el “exilio dorado” de una embajada, cuando no en la cárcel. En este caso, la etimología y el sino se dan la mano en el prefijo “ex”.

La historia de América Latina es pródiga en ejemplos. El caso más paradigmático, tema de estudio en el derecho público internacional sobre asilo político, es el de Víctor Raúl Haya de la Torre (1895-1979), líder histórico de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), quien estuvo asilado cinco años y tres meses en la embajada colombiana en Lima. No fue un “exilio dorado”, como el de muchos de sus colegas latinoamericanos, sino la “jaula de oro” a la que fue condenado por la dictadura de Manuel A. Odría (1948-1956).

Claro, hay casos y casos. El mexicano Luis Echeverría (1972-1976) quiso mantenerse en el candil como autoproclamado “líder del Tercer Mundo” y fue fulminado por su sucesor, José López Portillo (1976-1982), quien lo envió de embajador a las Islas Fiyi. Un humorista de la época comentó que la primera misión que le había encomendado su sucesor era averiguar dónde quedaba el archipiélago. Sobre el castigo, la humillación. 

Al Gore “incomodó conciencias” con su campaña sobre el peligro del calentamiento global, como documenta la película “Una verdad incómoda”, pero no molestó a su anfitrión, George W. Bush, pese a que había sido su “víctima” en las elecciones de 2000. Donald Trump está incomodando a Joe Biden desde mucho antes de abandonar la Casa Blanca.  

Por muchas razones, los “ex” terminan siendo personajes incómodos para sus sucesores porque la política es ingrata y los políticos no suelen reconocer mentores ni padrinazgos una vez que se han instalado en el poder, en ese “largo orgasmo” que otorga la “fortuna política”, como diría Carlos Fuentes. Son los “jarrones chinos”, en palabras de Felipe González. Adornan, pero al mismo tiempo estorban.

¿Cuánto adorna y cuánto estorba el expresidente Evo Morales? Es la pregunta que se hacen los analistas y observadores locales. ¿Será el poder detrás del trono? ¿Ejercerá un “poder dual” desde la zona cocalera del Chapare donde se ha instalado a partir de su retorno a Bolivia? ¿Esperará cinco años para intentar recuperar la Presidencia? En definitiva, ¿cómo será la convivencia con el presidente Luis Arce?

Morales retornó de su exilio en Argentina en una doble condición, como derrotado y vencedor. Derrotado por el movimiento ciudadano que  impidió su reelección inconstitucional en octubre de 2019, volvió aupado por una victoria electoral ajena, la de su vicario, Luis Arce, quien le debe la designación y la conquista de la silla presidencial. 

Morales volvió pisando fuerte, dispuesto a ocupar la parcela del poder que considera suya. En sus primeras intervenciones, presumió de haber debatido con el Presidente la designación de las nuevas autoridades y dio  instrucciones al Gobierno y a la Asamblea Legislativa para emprender las acciones que él considera prioritarias.

Arce no acudió a recibirlo a su llegada al Chapare. Morales atribuyó su ausencia a las múltiples ocupaciones del mandatario en la gestión pública, pero el Presidente se preocupó de hacer notar mediante sus cuentas en las redes sociales que, mientras se producía el baño de masas, él no estaba inmerso en ningún trabajo administrativo, sino impartiendo clases por Zoom a sus alumnos de la universidad. ¿Una señal de independencia?

El propio Morales anunció días después que fue ratificado como presidente del Movimiento Al Socialismo (MAS) y que en esa condición dirigirá la campaña para las elecciones regionales de marzo próximo (gobernadores y alcaldes), lo que equivale a decir que será él quien elabore las listas de candidatos. El que nombra, ya se sabe, controla. Paralelamente, informó que con sus exministros “cuidará la gestión de Lucho”. Arce gobernará con un “gabinete en la sombra”.

Conociendo la trayectoria y personalidad del líder de los productores de hoja de coca, cuesta imaginarlo al margen de la política diaria o en un trabajo de bajo perfil. Como bien dice su brazo derecho, el dirigente sindical cocalero Andrónico Rodríguez, es “prematuro” hablar de su jubilación.

En la mencionada obra de Carlos Fuentes, el consejero le dice al protagonista de la novela: “Hay que tener más imaginación para ser expresidente que para ser presidente”. Morales nunca se vio a sí mismo como un expresidente ni parece estar dispuesto a sufrir la penitencia del jarrón chino. Por algo quiso prorrogarse indefinidamente en el poder. Si no cambió en 14 años, menos lo hará ahora que se considera el padre de la victoria electoral  de Arce. El único que cambió de la noche mañana fue Gregorio Samsa, el personaje de Franz Kafka, que se acostó siendo uno y despertó siendo otro. Las metamorfosis se dan únicamente en la literatura. @mundiario

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