En el papel de su vida: Volodimir Zelenski, el ex actor que se convirtió en héroe de la resistencia ucraniana

Volodimir Zelenski. / Mundiario
Volodimir Zelenski. / Mundiario
Cuando han pasado 35 días desde que el presidente ruso ordenó la invasión militar de Ucrania, el presidente ucraniano ha empezado a mover fichas para poner fin a la tragedia humana que azota su país.
En el papel de su vida: Volodimir Zelenski, el ex actor que se convirtió en héroe de la resistencia ucraniana

Durante su última cita en Estambul, los representantes de Kiev han presentado a los de Moscú propuestas para acercar posturas en temas tan espinosos como la futura neutralidad de Ucrania o el destina final de Crimea y Donbás, la región del este controlada por milicias rusas. A pesar de ello, no hay señales de que los dos presidentes, el ruso Vladímir Putin y el ucraniano Volodimir Zelenski, tengan intención de reunirse pronto para firmar un tratado de paz. 

Según los expertos, porque a Putin –exoficial de la KGB con un carácter de por sí desconfiado, como testigo del derrumbe de la Unión Soviética un personaje acomplejado con ansias de revancha, como autarca un fanático de tener todo bajo control – le cuesta digerir que su invasión a Ucrania no le está saliendo como él esperaba.

Primero, por el fracaso de sus fuerzas militares, que ni lograron sorprender al enemigo con un ataque relámpago ni superar la resistencia numantina de un ejército ucraniano mal equipado, pero con la motivación por las nubes.

Segundo, por la desolación de siempre más rusos, que empiezan a ser conscientes de que la invasión en Ucrania tiene un precio muy alto: la muerte de muchos de sus soldados.

Tercero, por el creciente descontento generalizado entre sus ciudadanos, al notar en sus bolsillos los efectos del embargo de Occidente.

Y cuarto, porque su relato solo ha calado entre los más ultranacionalistas, más intransigentes y más adictos, a pesar de la represión radical impuesta contra todo opositor y medio de comunicación crítico.

 

La sociedad rusa es muy diversa y compleja, como pude comprobar 2005 en un viaje a Moscú. Quedé impresionado por la excelente preparación de muchos jóvenes y su deseo de aprovechar las oportunidades que les ofrecía la apertura democrática y económica del país.

Recuerdo a una veinteañera rusa con un master en ciencias empresariales y un inglés exquisito que a mi pregunta sobre cuáles eran sus ambiciones profesionales, contestó: “Llegar a ser directora general de nuestra empresa multinacional”.

Pero también recuerdo que un guía turístico de unos 50 años nos reveló que había sido científico en un instituto de astrofísica, pero que, con los cambios del sistema en los 90, había perdido el puesto de funcionario y ahora tenía que ganarse la vida explicándole a extranjeros como yo las maravillas del Kremlin.

Y recuerdo que, saliendo unos kilómetros de Moscú, te encontrabas con pueblos en los que la pobreza llamaba la atención en cada esquina. O que, cuando preguntabas cómo veían los abuelos de los jóvenes los cambios en la que estaba inmersa Rusia, te contestaban: "añorando tiempos pasados, en los cuales el trabajo era fijo y la vida no estaba tan llena de incógnitas, inconformismos y riesgos."

De lo que veo y leo en reportajes sobre Rusia, la situación no ha cambiado mucho: mientas que la mayoría de los jóvenes en las ciudades anhelan vivir con libertades como las que disfrutan sus coetáneos en Occidente, sus padres y abuelos son por lo general más reacios a los cambios, más nostálgicos, más dispuestos a creerse el relato que les sirven Putin y su régimen. Porque para ellos su país es el no va más, independientemente de que sus gobernantes actúen bien o mal.  

Fuera de las fronteras rusas, el relato del presidente ucraniano Zelenski – un ex actor cómico que salta a la fama televisiva dando vida a un ciudadano de a pie que por casualidad llega a presidente y que pocos años después arrasa en las elecciones presidenciales del 2019 con el 73% de los votos – ha ganado por goleada al de Putin.

En sus comparecencias diarias demuestra enormes cualidades comunicativas, sea transmitiendo empatía ante el sufrimiento de sus ciudadanos, sea motivándoles para que sigan resistiendo al invasor ruso. En encuentros con mandatarios y discursos en parlamentos occidentales no solo les recuerda episodios históricos comparables a los que vive en estos momentos Ucrania, también les arenga para que no decaigan en su compromiso de ayuda militar y humanitaria, porque “nuestro triunfo será el del mundo democrático”.

En opinión del politólogo Volodymyr Fesenko, “Zelenzki se ha convertido en una especie de Che Guevara ucraniano”

En su día a día como jefe de Estado sabe convencer, entusiasmar, desencadenar sentimientos. Es un líder que se ha ganado el respeto de su pueblo, con un grado de apoyo a su gobierno del 93%. En opinión del politólogo Volodymyr Fesenko, “Zelenzki se ha convertido en una especie de Che Guevara ucraniano”. 

Nunca he estado en Ucrania. Pero sí en Polonia, Estonia y Letonia. Países que sufrieron la tiranía comunista después de la II Guerra Mundial, hasta que lograron la independencia. Los tres países han tenido desde entonces un desarrollo económico espectacular. Siempre con miedo de lo que pudiese tramar Moscú. Siempre con la firme voluntad de defender la libertad que tanto esfuerzo les costó conseguir en 1991.

En la primavera del 1993, Lufthansa puso en marcha vuelos regulares entre Alemania y los tres países del Báltico, Estonia, Letonia y Lituania. El entonces director de la línea aérea en Madrid organizó para los miembros de la junta directiva de la Cámara de Comercio Alemana para España un viaje a las capitales de Estonia, Talín, y Letonia, Riga. Así pudimos ser testigos de sus logros alcanzados ya en los primeros años en democracia. Fue un viaje apasionante, por la posibilidad de conocer el optimismo de nuestros interlocutores locales, muchos de ellos en la oposición durante el yugo comunista, otros recién llegados del extranjero para ayudar en el proceso de transición política y reconstrucción económica. Había un problema: que una parte importante de la población de las dos capitales bálticas eran rusos. Habiendo ejercido mucha influencia en el pasado, ahora veían cómo todo el poder pasaba a estonios y letonios. 

Casi 30 años después se puede constatar que los dos países han sido capaces de integrar a su población rusa de tal manera que ni son ciudadanos de segunda ni tienen la mínima intención de huir al país de Putin. Fuertemente anclados en la Unión Europea y la OTAN, Estonia y Letonia muestran un dinamismo y una voluntad de defender valores occidentales dignas de resaltar. Como seguramente lo hará Ucrania, el día en que firme la paz con Rusia. Entonces, los 5 millones que huyeron de la guerra regresarán a su país y comenzarán con los 40 millones que tuvieron que quedarse la reconstrucción de sus casas, fábricas, infraestructuras, tiendas, negocios y vidas en libertad y democracia. 

Se necesitarán años para que Ucrania se recupere de la catástrofe de la invasión rusa. Pero sus ciudadanos han demostrado al mundo que su voluntad de resistencia, solidaridad y heroísmo colectivo es casi infinita. Y su presidente se ha ganado fama de gran líder, por su carisma, capacidad de sacrificio y poder de comunicación. Como muestra de lo último, su videoconferencia del 8 de marzo que la inicia con un lapidar: “Ha nevado. Como la guerra, así la primavera (sic) – durísima. Pero todo se arreglará.”  Y la cierra con un guiñar de ojos y las palabras: “¡Vamos a ganar!”. @mundiario


Carsten Moser es autor del libro ¿Quo vadis, Europa?, de Mundiediciones, a la venta en Amazon.

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