Los panegíricos sobre Juan Carlos, una forma de construir un ideal imaginario monárquico

El Rey explica su abdicación. / Casa Real
El Rey explica su abdicación. / Casa Real

La ausencia de análisis críticos sobre la institución monárquica y su origen resta credibilidad a los contenidos, explica este experto en su nuevo análisis para MUNDIARIO.

Los panegíricos sobre Juan Carlos, una forma de construir un ideal imaginario monárquico

El llamado “imaginario monárquico” es una construcción intelectual, consistente en introducir en la mente de las gentes el concepto de que la monarquía es una institución natural, que por tanto debe ser aceptada como tal con “naturalidad”. Reyes y príncipes siempre han estado ahí, formando parte de nuestras vidas y, además, están imbuidos no ya del origen divino que los consagra, sino de todas las cualidades que consideramos excelentes: el Rey es sabio, prudente, valeroso. Todo lo que hace, aunque sea su deber hacerlo, es algo excepcional.

El profesor José Luis Rodríguez García, catedrático de Filosofía, es uno de los pocos autores que ha analizado con rigor la evolución histórica de Juan Carlos I y de la  monarquía que encarna.  “Plantear en qué medida y a través de qué procedimiento el rey sigue siendo ungido por la divinidad –escribe- puede parecer cuestión anacrónica. Pero no en el caso de España: Juan Carlos fue nombrado rey por decisión personal de un general que era jefe del Estado y Caudillo de España por la Gracia de Dios y sólo responsable ante Dios y ante la historia. Es preciso considerar el alarmante proceso en virtud del cual un militar rebelado contra un gobierno legítimo terminará por aparecer como enviado de la divina Providencia, una especia de encarnación angélica que aparece en la tierra para fortalecer el combate del Bien contra el Mal”.

En 1969 Juan Carlos juró lealtad a Su Excelencia el Estado y fidelidad a los Principios del Movimiento Nacional y demás Leyes Fundamentales del Reino. De este modo, la dinastía a la que pertenecía iba a recuperar el trono perdido por su abuelo Alfonso XIII, puenteando la pretendida legitimidad dinástica de la que, según las “Leyes de familia”, era depositario su padre, el Conde de Barcelona (pese a que había declarado que nunca aceptaría ser rey mientras viviera su padre, en una entrevista con la revista francesa Point de Vue), Juan Carlos asumía la legalidad, y la pretendida legitimidad del 18 de julio. Luego se ha escrito que le preocupaban las ataduras del juramento que debía prestar. Tenía un problema fuerte de conciencia. No quería ser perjuro ni parecerlo; él no pensaba ser un rey absoluto, sino el rey de una democracia, el rey de todos los españoles, fuesen del partido que fuesen. Eso se ha escrito, incluso su esposa, la Reina Sofía ha contado a una de sus biógrafas que Juan Carlos no pensaba cumplir tales juramentos.

Pero, dígase lo que se diga, Juan Carlos accedió a encarnar la monarquía del 18 de julio y asumió su historia y todos los elementos que la constituyeron. Aceptó, dentro de un todo, del mismo lote, la historia completa del régimen y no sólo la parte selectiva que le gustaría. Por lo tanto, aceptaba todo lo que el régimen había significado y significaba tras el triunfo de los sublevados en 1936: La represión de la libertad de expresión, -maquillada en 1966- que se mantuvo hasta la muerte del dictador, los juicios sumarísimos por los tribunales militares, la depuración de maestros y funcionarios, la muerte civil de miles de profesionales no adictos al Movimiento. Todo era parte del 18 de julio. Uno de sus preceptores, Vegas Latapié fue el secretario de la comisión encargada de la represión del magisterio, y sus resoluciones asustaban al propio presidente de dicho órgano, el consejero de don Juan de Borbón José María Pemán, quien por cierto las firmaba.

El  5 de  octubre  de  1969  la  Prensa  italiana  publicó  un  artículo  de Salvador de Madariaga titulado “La Monarquía de Franco” en el que decía que la instauración de la Monarquía en Don Juan Carlos, hijo del Pretendiente Don Juan- como heredero, era un ejemplo típico de despotismo. El pretendiente había sido descartado por Franco y su hijo no fue Príncipe de Asturias, sino Príncipe de España.

Dice Madariaga:

 “Los dos pilares de la Monarquía, continuidad y legitimidad, han sido infringidos y el joven (Don Juan Carlos) no ha sido sólo constreñido a traicionar a su padre, sino también a repetir como un papagayo las palabras que le han impuesto:  <<Recibo del Jefe del Estado y Generalísimo Franco la legitimidad política nacida el 18 de julio>>. La situación del Pretendiente es trágica, pero no inmerecida. El error  que  cometió  ofreciendo  sus  servicios  a los rebeldes al comienzo de la guerra civil puede ser disculpado atribuyéndolo a sus pocos  años, pero  no era ya joven  cuando se le aconsejó a tiempo que no negociara con el dictador  Estuvo en los  Estados Unidos y aún fue persuadido de hacer precisamente esto por el Senador Vandenberg. Confió, en efecto, a su hijo para que fuera educado bajo control del dictador ¿Qué otra cosa podría esperarse? Don Juan hubiera podido intentar restaurar una Monarquía liberal con alguna probabilidad de éxito. Don Juan Carlos no puede hacerlo. España no aceptará nunca un monarca que traicionara a su padre y declara abiertamente que será el Rey de los vencedores de la guerra civil”.

Rodríguez, quien analiza con detalle las manifestaciones públicas de Juan Carlos I, advierte que, con enorme prudencia, cuando habla de algo, el rey elude lo problemático; es decir, todo lo que pudiera poner en solfa la estabilidad de la monarquía. Hay temas tabúes y temas obligados que, en todo caso, tratan de demostrar que existe una enorme sintonía entre la monarquía y la nación, aunque las encuestas digan otra cosa.

Rodríguez García escribe (Panfleto contra la monarquía (Madrid, La Esfera de los libros, 2007):“Que se quiera presentar a Juan Carlos I como el salvador de la patria, como la figura que ha hecho posible la transición a la democracia, resulta cuanto menos irritante. La verdad es que ha jugado prudente y astutamente para afianzarse en la autoridad democrática desde su procedencia inequívocamente franquista. Aunque tales prudencia y astucia se hayan desarrollado en aras a conseguir y sustentar sus intereses reales, favorecidos éstos por la formación de una tupida red de personas, consejeros y agradecidos ricos que conforman una geografía cortesana, estrictamente similar a la que se constituyó en su día en tomo a Luis XVI o Alfonso XIII -y cuya imagen pretende romperse con esas celebraciones más populares que se llevan a cabo con motivo de la onomástica real o situaciones semejantes”.

Conviene no perder de vista, como indica Goytisolo,  que en España, a diferencia de Inglaterra y otros reinos del norte de Europa, en donde la institución monárquica se funda en un consenso tradicional de honda raigambre histórica y en una tranquila sucesión de reinados sin altibajos ni seísmos, la Monarquía española de los dos últimos siglos ha sido una especie de tobogán con subidas, bajadas, caídas, descarrilamientos. Desde el esperpento de las abdicaciones de Bayona hasta la muerte de Franco -a través de golpes militares, dictaduras e intermedios republicanos-, no alcanzó un amplio acuerdo cívico sino en fechas muy recientes: en torno a la Constitución de 1978 y el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981.

Aunque en nuestros días, ese debate intelectual se ha agudizado, es evidente que está presente en la sociedad española, más de lo que muchos quisieran la cuestión república-monarquía. Las exageraciones que de nuevo estos días se exhiben como las al monarca y a su obra no ayudan precisamente a que los ciudadanos mejor informados cambien de opinión.

Si durante la “Transición” y gran parte de su reinado, funcionó un pacto de silencio o simplemente los medios miraron hacia otro lado, o consideraron la monarquía tema “tabú” (gracias a los buenos oficios del entonces jefe de la Casa Real Sabino Fernández Campo), esta explosión de panegíricos parece retrotraernos a tiempos pasados. Pero la sociedad española ha cambiado. Véanse las encuestas. Juan Carlos se va con una aceptación de 3.72 por ciento. Y eso quiere decir algo.

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