Un país de anchas espaldas, capaz de echarse encima los más ingentes problemas

Caricaturas de Pedro Sánchez, Pablo Casado, Pablo Iglesias, Albert Rivera y Santiago Abascal. / Mundiario
Caricaturas de Pedro Sánchez, Pablo Casado, Pablo Iglesias, Albert Rivera y Santiago Abascal. / Mundiario

Y no pasa nada: caemos, nos levantamos, volvemos a caer. Una historia repetida a lo largo de los siglos.

Un país de anchas espaldas, capaz de echarse encima los más ingentes problemas

Si los vaticinios de algunos analistas políticos se cumplen, estaríamos abocados a nuevas elecciones generales. El señor Sánchez está haciendo un esfuerzo ímprobo para convencernos de que,  “por el bien de España”, necesitamos un gobierno de forma rápida, que éste es su más ferviente deseo y que para ello trabaja. Sin embargo, en opinión de algunos, entre los que me encuentro, su mejores esfuerzos están dirigidos a convencernos de lo contrario.

Con Podemos no puede entenderse porque pide el oro y el moro, le interesan los cargos y no los programas, reniega del artículo 155 de la Constitución y defiende el derecho de los catalanes  a decidir libremente su destino.

Con los independentistas no habla, porque el PSOE, dice, es un partido constitucionalista –en teoría, porque en algunos sitios, Navarra y Diputación Provincial de Barcelona, se le ha visto la oreja.

Con Ciudadanos y PP lo ha tenido más sencillo, porque ambos, de forma terminante, se negaron a cualquier tipo de solución. Y es que el señor Sánchez tiene muy mala memoria o es un hipócrita, porque les pidió su abstención para ser Presidente del Gobierno, cuando fue él quien acuñó la muletilla del “no es no” ante idéntica circunstancia.

Le quedaba por tocar la “sociedad civil”, es decir, agrupaciones, sindicatos y  asociaciones de todo tipo, con las que se ha reunido para tomar un café, olvidando al Parlamento.

Entretanto, las encuestas del CSIC –manipuladas según algunos, pero que clavaron el resultado de las últimas elecciones generales– dan un importante margen de crecimiento al PSOE.

Dada la situación, cargado de razón porque unos no quieren pactar y con otros no puede  hacerlo porque no respetan la Constitución, se lamentará ante los electores de que no hay otra alternativa que la convocatoria de elecciones, pese a que “yo” he trabajado para que esto no sucediera. Y queda bien, según él, cree ante muchos.

El resultado podría ser un paréntesis de  casi dos años de provisionalidad – más de tres, según se mire– en manos del doctor Sánchez, que sigue gobernando con los decretos sociales de los viernes y con los presupuestos de Rajoy, contra los que él votó, y que Don Mariano pudo sacar a flote gracias a los votos de los vascos, que unos días después votarían a favor de la moción de censura.

Esta situación de provisionalidad, en la coyuntura económica mundial actual, es peligrosa, porque retrasará la adopción de medidas urgentes.  Pero recordaré al lector, como lo hice en mi comentario anterior, que por otras situaciones similares hemos pasado hace cien años: entre 1917 y 1923 tuvimos quince gobiernos y ocho presidentes diferentes, que nada resolvieron, porque luego vino Primo de Rivera. Entre tanto: la guerra de Marruecos, unas finanzas en bancarrota con un una deuda ingente, movimiento nacionalista catalán y la división del ejército, entre otros graves problemas.

Y España aguantó, porque tiene una espalda ancha y fuerte, que le permite echarse encima, de forma masoquista, ingentes cargas, y apechugar con ellas, a trancas y barrancas, como Atlas, hasta salir del atolladero, vivir unos años con un cierto orden y volver a caer en el precipicio, levantarse de nuevo y... Una decadencia permanente, dirían los más escépticos. @mundiario

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