Nunca como hasta ahora tanta gente distante del PSOE había deseado su salida del atolladero

Felipe González, Pedro Sánchez, Patxi López y Susana Díaz. / Mundiario
Felipe González, Pedro Sánchez, Patxi López y Susana Díaz. / Mundiario

La fórmula de primarias circunscritas a los militantes fue –como dijo en su día Alfonso Guerra- un grave error, y de aquel desacierto procede esta penitencia

Nunca como hasta ahora tanta gente distante del PSOE había deseado su salida del atolladero

Existe una honda preocupación con la dinámica emprendida por el PSOE para la elección de su próximo secretario general y la amenaza de que cualquier resultado signifique la ruptura del partido que durante más años ha gobernado España desde la instauración de la Democracia.

Ni Susana Díaz, ni Patxi López, ni mucho menos Pedro Sánchez concitan la confianza necesaria para creer que, con cualquiera de ellos al frente, el socialismo zanjará su división interna y reverdecerá sus viejos laureles, ni siquiera como principal referente en la oposición.

La fórmula de primarias circunscritas a los militantes fue –como dijo en su día Alfonso Guerra- un grave error, y de aquel desacierto procede esta penitencia, una situación de impasse a la que nadie encuentra remedio, quizás porque de momento no lo tiene.

La militancia es importante, qué duda cabe, conforma parte del sostén de un partido, pero solo representa una porción muy pequeña de la cosecha electoral y cuando se fracciona produce una estampida de votos prestados, que son los que dan y quitan el poder.

La posible quiebra del PSOE, como cualquier otra quiebra, no detendrá el curso de la Historia, pero es harto probable que su destrucción o, simplemente, su pase a la marginación parlamentaria, conduzca a este país por derroteros muy distintos y, en principio, inquietantes, bien porque su amplio espacio sea pasto de formaciones tan heterogéneas como Podemos, cuya medida de gobierno daña la vista, bien porque la derecha campante y tronante amplíe su poder per omnia saecula seculorum.

Como en la mayor parte de Europa, los socialistas españoles perdieron el norte y varias de sus más respetables esencias 

Nunca como hasta ahora tanta gente distante del PSOE había deseado que la formación que fundó el histórico Pablo Iglesias salga del atolladero y se erija de nuevo en la fuerza hegemónica de una izquierda democrática que, como en la mayor parte de Europa, perdió el norte y varias de sus más respetables esencias. Y también lo desean muchos de los conspicuos conservadores, éstos como mal menor.

Son los propios socialistas los que parecen empeñados en cruzar, uno tras otro, desiertos que conducen al abismo.

No se sabe qué ocurrirá si Susana Díaz o Patxi López ganan las primarias, el pasado y presente de ambos no despeja ninguna incógnita, no los descalifica, pero tampoco los capacita, de entrada, para tan complicada y determinante misión; lo que sí sabemos es que si Pedro Sánchez recupera la secretaría general el todavía no histórico Pablo Iglesias se soltará de gozo la coleta y Mariano Rajoy convocará elecciones generales casi de inmediato. Cualquiera, en su lugar, haría lo mismo, aprovechando el miedo al río revuelto y que el Pisuerga pasa por Valladolid.

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